6. P.D.A.: PROBAMUR DUM AMAMUR
El 12 de marzo, sin apenas tiempo para prepararse, fue trasladado junto a un centenar de prisioneros al campo de concentración de Amersfoort[1]. Al llegar, tras desnudarse en los vestuarios para el reconocimiento médico, les hicieron salir a la intemperie. Después de varias horas les repartieron unos uniformes. Al padre Tito se le colocó el triángulo rojo, que le delataba como preso político, con el número 58 correspondiente al número de su nueva celda.
Las siglas P.D.A. (Polizei Durchgang Amersfoort) que aparecían por todo el campo, significaban en alemán "Pasaje de la Policía del campo de Amersfoort". Motivaron un nuevo lema para el padre Tito: Probamur Dum Amamur. Somos probados porque somos amados. El padre Brandsma no dejó de sentirse amado en ningún momento, sabía de quien se había fiado.
Durante esos meses de marzo y abril, se le encargó la tarea de cortar la leña. Enfermó gravemente de un ataque de disentería del que se recuperó. A pesar de la prohibición de hacer apostolado, a lo largo de todo su cautiverio, procuró acompañar espiritualmente a cuantos le rodeaban. Escuchaba confesiones, bendecía a los moribundos y aunque no pudo celebrar el sacrificio eucarístico[2], logró, en los días de Semana Santa, organizar unas conferencias sobre el sentido del dolor humano para el creyente. Se celebraron el 3 de abril, Viernes Santo, con la asistencia de un centenar de prisioneros.
El día 28 de abril continuó caminando por su vía crucis particular ascendiendo al Gólgota que el Señor le tenía preparado. De Amersfoort se le condujo nuevamente a la prisión de Scheveningen. Allí se reencontró con el juez-inspector Hardegen que, por segunda vez, estaba dispuesto a ponerle en libertad apenas mostrase un ligero indicio de cambio en su anterior postura férrea. Seguro de su victoria, tras los meses de sufrimiento físico y de destrucción psicológica sufrida por Brandsma, aquel carcelero sin escrúpulos encontró que ante sí emergía un hombre débil y manso, extenuado físicamente, pero resuelto a seguir siendo fiel a Jesucristo y a sus queridos obispos holandeses.
Comparte celda con dos jóvenes protestantes, los cuales quedaron muy edificados por su ejemplo y conversación.
Dos semanas después, el 16 de mayo, el padre Tito y otros prisioneros, cuyo destino final era el campo de concentración de Dachau, son enviados a Kleve, en la frontera germano-holandesa. Durante el mes que permaneció en esta prisión gozará de algunos privilegios: por su condición de sacerdote, se le permite usar sotana; retomó el rezo del breviario; aunque siguió sin poder celebrar misa, pudo asistir a la celebrada, los domingos y días festivos, por el padre Ludwig Deimel, capellán de la cárcel... Por mediación de este sacerdote, con el cual establece unos fuertes vínculos de amistad, intentó obtener el permiso para poder celebrar la santa misa. El sacerdote más allá de esta petición, luchó por conseguir la libertad del carmelita. Todo fue inútil.
El 13 de junio era el día señalado para el traslado a Dachau. El día anterior, festividad del Sagrado Corazón de Jesús, el padre Tito recibió la Sagrada Comunión. Al despedirse del entristecido padre Deimel, que imaginaba el destino que le esperaba, Brandsma, que había sufrido enormemente en esas últimas semanas preparándose para lo peor, le dijo: Adiós, amigo, nada malo podrá sucederme ahora que el Señor va conmigo.
[1] Esta ciudad del centro de los Países Bajos, se encuentra en las proximidades de Utrecht, a orillas del Eem, y al sur del Ijsselmeer, lago artificial originado por el cierre del golfo de Zuiderzee mediante un dique de 30 km de longitud.
[2] Rafael Mª LOPEZ MELUS, en su obra ya citada (p. 113) recoge "las celebraciones eucarísticas" del p. Brandsma:
Todos los domingos, efectivamente, después de las duchas comunes, el padre Tito reunía a un grupo de cinco o diez compañeros que se sentaban en círculos, mientras alguno de ellos vigilaba. El Padre iba leyendo despacio los textos bíblicos y litúrgicos de la misa, sin olvidarse nunca de dirigirles una corta pero fervorosa homilía.
No se consagraba ni el pan ni el vino, por supuesto, pero a la hora de la comunión, el padre Tito tomaba la mano de cada uno de los participantes entre las suyas y, mirándoles fijamente a los ojos, decía recalcando cada una de las palabras de la comunión: El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la vida eterna. Amén. No era, ciertamente una comunión real, pero cuantos participaron en ellas afirmaron que la mirada de fe, el afectuoso apretón de manos y las palabras convincentes que salían de sus labios, producían en sus almas una emoción tremenda y surtían el mismo efecto psicológico que si se tratara de la recepción sacramental.