El derecho de los niños a ser amados (1)
En el año 2.000, con motivo del Jubileo de las Familias, el Pontificio Consejo para la Familia, publicó un importante documento sobre la educación de los hijos. Es un tema de rabiosa actualidad que conviene siempre repensar. Ofreceremos en el Blog en entregas sucesivas, algunos de los contenidos del documento. Hay que leerlo y pensarlo
«LOS HIJOS, PRIMAVERA DE LA FAMILIA Y DE LA SOCIEDAD»
El derecho de los niños a ser amados, acogidos y educados en familia
"Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor" (Ef 6,1-4).
Escuela de humanidad.
La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión, se requiere un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación como padres. Contribuye mucho la presencia del padre y es insustituible el cuidado y la atención en el hogar de la madre especialmente para los hijos menores.
La tarea educativa de la familia tiene sus raíces en la participación en la obra creadora de Dios. Puesto que han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezcan la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es la primera escuela de las virtudes sociales y del más rico humanismo, que todas las sociedades necesitan.
Primeros y principales educadores.
El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros. Pero el elemento más radical, que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización, al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto del más precioso del amor.
Para los padres cristianos la misión educativa tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir los llama a participar de la misma autoridad y amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como también del amor materno de la Iglesia para ayudar en el crecimiento humano y cristiano de los hijos.
Los padres son, pues, los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres. Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado. Sin embargo, esto debe hacerse siempre aplicando correctamente el principio de subsidiariedad. Esto implica la legitimidad e incluso el deber de una ayuda a los padres. En efecto, los padres no son capaces de satisfacer por sí solos las exigencias de todo el proceso educativo, especialmente lo que atañe a la instrucción y al amplio sector de la socialización. Cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consentimiento y, en cierto modo, incluso por encargo suyo.
Valores esenciales.
Los padres deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Deben ayudarles a crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero, convencidos de que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Frente a los diversos individualismos y egoísmos, deben enriquecerse con el sentido de la verdadera justicia, el respeto de la dignidad personal de cada uno, y más aún el sentido del verdadero amor, la solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados.