El padre Alberto Colunga Cueto (1879-1962) fue un sacerdote dominico español, catedrático y consultor de la Comisión Pontificia Bíblica. Realizó junto al canónigo de Salamanca, don Eloíno Nácar una traducción crítica, literal y directa del hebreo, arameo y griego al castellano de la Biblia, versión conocida como Nácar-Colunga, que publicó en 1944 como su primer volumen la Biblioteca de Autores Cristianos, la popular BAC.
Conservo un artículo publicado en El Castellano del 23 de diciembre de 1933. Justo en mitad del Año Santo de la Redención de 1933 que fue convocado por sorpresa por el papa Pío XI el 24 de diciembre de 1932. Comenzó el Domingo de Pasión de 1933 con la apertura de la Puerta Santa y clausurado el Lunes de Pasión del siguiente año.
Me parece interesante rescatarlo.
Problemas históricos. LA FECHA DEL NACIMIENTO DE CRISTO
Su Santidad Pío XI, en la bula anunciadora del jubileo, afirma que es incierta la fecha en que se verificó el gran misterio de la Redención. Para fijar esta fecha el Sumo Pontífice se ha guiado por la cronología oficial de la Iglesia Romana. Tal cronología no tiene la certidumbre que exige la ciencia histórica; pero, a falta de cosa mejor, sirve para las necesidades prácticas de la vida eclesiástica. Es el resultado de diversas opiniones, que poco a poco han ido adquiriendo carta de naturaleza en la Iglesia, no obstante que, en teoría, todo el mundo afirma que tales sentencias son dudosas, cuando no falsas. El punto de partida se halla en el Martirologio, que, al señalar la memorable fecha del nacimiento del Salvador, dice, entre otras cosas:
Según esto, Jesucristo habrá nacido el 754 de Roma, fecha con que se ha querido luego hacer coincidir el comienzo de nuestra era. Partiendo de aquí, contemos los treinta de la vida oculta del Salvador; a ellos añadamos los tres de su vida pública, y con esto tendremos que Jesucristo murió el año 33 de la era cristiana, y que el 33 de cada siglo siguiente señala la fecha centenaria de la muerte del Redentor.
Pero esta construcción tan sencilla, y al parecer, sólida, flaquea por todas sus partes. En saber el por qué consiste toda la ciencia cronológica acerca de este punto, tan importante en la Historia Universal.
Al tratar la cronología antigua solemos ser víctimas de una ilusión, producida en nosotros por la facilidad con que hoy podemos fijar, así el tiempo como el espacio de un suceso cualquiera. Con media docena de guarismos precisamos el día que escribimos una carta. Con los mismos fija la oficina de correos el día en que la entrega a sus destinatarios. La Iglesia y el Estado se toman el cuidado de anotar la fecha en que venimos a la luz de este mundo y nacemos a la luz de Dios por el bautismo. Asimismo anotan el día en que dejamos de pertenecer al número de sus ciudadanos. Esta se hace de forma más solemne cuando este vulgarísimo suceso de la muerte reviste circunstancias particulares, como es el caso de los ajusticiados. Los historiadores modernos se inspiran en el mismo criterio, y lo primero que procuran averiguar de cualquier personaje es el día de su nacimiento y de su muerte.
Los antiguos no obraban de igual modo, sencillamente, porque les era imposible o, cuando menos, muy difícil. La fijación de un punto de partida universal para señalar los sucesos históricos no era conocida. Los babilonios, maestros en tanta cosas del mundo civilizado, comenzaron por datar sus contratos de algún suceso, astronómico, religioso, militar o administrativo, que hubiera ocurrido por aquellos días. El libro de Amós los imita al señalar la fecha de sus vaticinios “ante duos annos terraemotus” (1,1). Más tarde se hizo general en los pueblos regidos por monarcas, contar el tiempo por los años de su reinado, con los inconvenientes que echan de ver en el Libro de los Reyes- La Cancillería Romana ha conservado este modo de contar, sin duda como un homenaje al Pontífice reinante. Tal era en el fondo el cómputo romano por sus cónsules, que duraban en el cargo un solo año. Los griegos, a partir del año 776, adaptaron por norma la serie de sus juegos olímpicos, que celebraban cada cuatro años. Un suceso de importancia histórica para un reino, para una región o ciudad se tomó por punto de partida para contar los años. Tales son la era griega, usada por los libros de los Macabeos, que comienza en la batalla de Gaza (312), en que se consolidó la división del Imperio de Alejandro, y la fundación de los reinos sirio y egipcio; la era hispana, el 38 antes de Jesucristo, en que fue pacificada y organizada la administración de la península; la era de Diocleciano (284), que introdujo en el Imperio, siempre uno en la mente de los romanos, la pluralidad de los soberanos. A veces este suceso se pierde en la noche de los tiempos, y la fijación de la fecha pertenece a la leyenda. Tal es la fecha de la fundación de Roma.
Toda esta variedad de eras complica en gran manera el cómputo de los años; el cual se hace aún más complicado con la diversa manera de empezar el año, bien en el otoño, bien en la primavera, bien en la inauguración de los monarcas.
Un monje docto, llamado Dionisio, que quiso expresar su humildad con el calificativo de Exiguo, fue el iniciador de la era cristiana, en los comienzos del siglo VI. [Pero] el cómputo oficial [ofrecido por el monje] flaquea por todas sus partes. Empecemos el análisis de las mismas.
En primer término es erróneo el punto de partida de la era cristiana introducida por Dionisio el Exiguo. Le hizo éste coincidir con el año 754 de Roma, cosa que se demuestra con toda evidencia ser falsa. Efectivamente, Jesucristo nació en tiempo de Herodes el Grande. San Mateo, después de narrarnos el nacimiento del Señor en Belén, nos cuenta la venida de los Magos, la huida de la Sagrada Familia a Egipto, la matanza de los Inocentes, y la vuelta de Egipto después de la muerte del tirano. Sin dar crédito a la tradición, que asegura haber estado la Sagrada Familia siete años en Egipto, todavía parece que este conjunto de sucesos exigen muchos meses y acaso algunos años, que corrieron entre el nacimiento de Jesús y la muerte de Herodes. Ahora bien; este murió cerca de la fiesta de Pascua del año 750 de la fundación de Roma, o sea, unos cuatro años antes de la fecha señalada por Dionisio como principio de la era cristiana.