El apóstol San Juan escribe el Apocalipsis en la segunda mitad del siglo I d.C. en Patmos, una pequeña isla del mar Egeo que estaba a un día de navegación de Éfeso y Mileto. En esa época la provincia de Asia, actual Turquía mediterránea, no era una provincia ocupada como Palestina. Muchas ciudades de Asia tenían el título de “ciudades imperiales”, por ejemplo, Pérgamo y Éfeso, y sus ciudadanos eran considerados ciudadanos romanos a todos los efectos. En esas ciudades la cultura romana era compartida a nivel social y su estructura imperial era completamente aceptada.
Por este motivo, en Asia Menor el Imperio romano no afirmó su fuerza tanto con las armas del poder militar como con las de la persuasión. Es decir, el poder del Imperio se ejercía, sobre todo, en las conciencias, por lo que el control de la educación era central. En este sentido, se puede afirmar que el Imperio romano fue pionero en utilizar la propaganda como instrumento político. Esta propaganda utilizaba la religión como su principal medio de difusión. Este es el motivo por el que los romanos solían ser benévolos con las religiones extranjeras, siempre y cuando se adecuaran al sistema imperial y reconocieran la autoridad del César. Como los hebreos y los cristianos no podían llegar a reconocer el señorío absoluto del César, fueron siempre mal vistos por el Imperio, incluso perseguidos por él. El culto al emperador Domiciano fue el primero en tomar para sí el título de «señor y dios».
Llegados a este punto, es importante tener en cuenta que la verdadera amenaza para la Iglesia no era la persecución, sino el compromiso moral: Muchos cristianos, y muchos judíos, acabaron cediendo y frecuentando los cultos paganos. Por supuesto, nunca sufrieron persecución. A estos cristianos que buscaban una conciliación entre los ideales cristianos y la vida en la cultura imperial se les conocía como los “nicolaítas”. Al menos tres de las siete Iglesias a las que se dirige el Vidente de Patmos se veían en la necesidad de combatir este nuevo movimiento que no llevaba más que a la tibieza y consecuentemente a un alejamiento cada vez mayor del culto cristiano y de la fe en Cristo.
La pregunta que viene ahora para cada uno de nosotros es la siguiente: ¿soy yo un “nicolaíta”? Es decir, ¿pretendo en mi día a día conciliar mi vida cristiana con la cultura pagana que rige nuestra sociedad? Si es así, el Apocalipsis es mi libro. Pero antes de adentrarnos en él, conviene conocer las repuestas a las siguientes preguntas: ¿Cuál fue la verdadera motivación del autor para escribir este libro? y ¿quiénes eran sus interlocutores?
La verdadera motivación del apóstol san Juan fue sobre todo alentar y animar a los cristianos a resistir a la presión cultural del Imperio, a escapar del encanto de la vida romana. El Apocalipsis fue escrito para reaccionar ante el debilitamiento de la fe que Juan percibe en las siete Iglesias, que estaban perdiendo su pureza original dejándose arrastrar hacia el “laicismo”.
Los interlocutores de San Juan eran principalmente los “nicolaítas”. También entre nosotros hay muchos “nicolaítas”, cristianos que tratan de conciliar la fe cristiana con la cultura pagana en la que nos movemos, es decir, con la tentación de considerar normal la inmoralidad, aceptando como inevitable la corrupción y pensando que no hay alternativa a la lógica del propio provecho personal. Las amonestaciones de Juan dirigidas a las siete Iglesias están escritas también para nosotros, ciudadanos del siglo XXI.