Reinaré en España y con más veneración que en otras partes
¿Quién oyó el «reinaré»? El Padre Bernardo Francisco de Hoyos, de la Compañía de Jesús, nació el 21 de agosto de 1711 en Torrelobatón (Valladolid). Se ordenó de sacerdote el 2 de enero de 1735 y murió santamente en esta ciudad el 29 de noviembre de 1735. Su vida fue breve: tan sólo veinticuatro años.
Estamos en el 14 de mayo de 1733. El Hermano Hoyos tiene 22 años y es estudiante muy aventajado de Teología. El día de la Ascensión del Señor, después de comulgar, escuchó estas palabras dichas por Nuestro Señor Jesucristo: «Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes».
Del “Reinaré” al “Reino”
Pasan los siglos y el 30 de mayo de 1919 tiene lugar la consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe, Madrid). En el pedestal sobre el que se levanta el Corazón de Jesús, se lee no ya “REINARÉ”, como le dijo Nuestro Señor al P. Hoyos, sino “REINO EN ESPAÑA".
En la crónica escrita por el conocido Padre Remigio Vilariño, de la Compañía de Jesús, se pregunta: ¿Es verdad que reina? Y él mismo se responde:
“Puesto que Su Majestad el Rey de España, suprema autoridad de España, pública y solemnemente le ha reconocido como Rey, puede decirse que REINA de alguna manera y verdaderamente.
Sin embargo, hay tantos rebeldes aún y tantos indiferentes en este reinado, que queda aún mucho que hacer hasta que reine realmente en todas las regiones españolas.
Digo esto para que nuestros lectores no se duerman en la almohada de la confianza, que es la almohada de los desengaños. Y para que piensen que esa palabra escrita en el centro de España nos urge y nos obliga a trabajar como verdaderos devotos del Corazón de Jesús, para que todas las regiones españolas amen a Jesús teórica y prácticamente, y para que, como pedía Su Majestad con voz sentida y honda, reine el amor de Cristo en los corazones de los hombres, en las familias españolas, en las inteligencias de los sabios, en las cátedras, en las letras, en las leyes y en todas las instituciones patrias. Eso, eso hay que procurar a toda costa. Y porque el acto de Los Ángeles significa todo eso y tiene esa tendencia, por eso, sin duda, rugen como rugen los anticlericales, a pesar de toda la inocencia del acto.
[Cuando los milicianos destruyan y profanen en agosto de 1936 el monumento del Cerro se arrancaron las palabras REINO EN ESPAÑA... dejando solo las letras de la primera palabra, con un significativo NO]
Del Cerro de los Ángeles a toda España
Lo cierto es que aquel monumento y aquella consagración, casi siete años antes de que el Papa Pío XI publicase la encíclica Quas Primas (cf. apéndice nº 1), forjan en el pueblo cristiano y en el corazón de los sacerdotes el deseo profetizado por el Señor de su reinado social. En nombre de Cristo Rey pudieron los católicos resistir a los totalitarismos del siglo XX y muchos de ellos murieron glorificándolo y derramando la sangre por su Trono divino. Los mártires fueron testigos de la realeza de Cristo[1].
Así ocurrió en la España republicana, donde Cristo Rey fue el símbolo de la resistencia a la persecución republicana. Gritando su nombre derramaron su sangre miles de mártires, sacerdotes y seglares, como contraposición a los “vivas” a la República, a Rusia o al comunismo que exigían los verdugos para salvarles la vida. Esto no lo entendieron muchos entonces y todavía hay algunos que siguen sin querer entenderlo ahora, pero es una verdad histórica innegable e irrefutable.
Y así, antes de que lo proclamasen nuestros mártires españoles, había ocurrido unos diez años antes con los cristeros mejicanos, que protestaron contra un Estado masónico, sectario, anticlerical y perseguidor. La idea de una contra-sociedad católica y la oposición al poder encontraron una convergencia en la realeza de Cristo, que se convirtió en una forma fuerte de identificación. Por ello, los mártires mejicanos murieron gritando: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!
El grito de “¡Viva Cristo Rey!” selló los labios de los mártires, porque vivieron una fe que tenía sus raíces más profundas en la realeza divina de Cristo y en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Por primera vez, en México
Cuenta el padre Lauro López Beltrán que los obispos mexicanos pidieron al Papa San Pío X su beneplácito para ornamentar las imágenes del Sagrado Corazón colocando en su cabeza la corona y en sus manos el cetro, insignias de la humana realeza. Su propósito era reconocer y proclamar a Jesucristo Rey de México y del Mundo el 6 de enero de 1914, fiesta de la Epifanía del Señor, en la cual aparece su gloria al postrarse a sus plantas los Magos ofreciéndole sus dones de oro, incienso y mirra[2].
Luis Beltrán y Mendoza, adalid de la Acción Católica Mexicana, que presenció estas brillantes ceremonias, nos dice: “En aquellas memorables jornadas -lo tengo muy grabado-, los anhelos y las resoluciones de nuestra juventud se concretaron y expresaron en un grito que se les escapó del alma, en los momentos sublimes en que Monseñor Mora y del Río concluía la Consagración de nuestra Patria al Corazón de Jesús, depositando a los pies de la Sagrada Imagen la corona y el cetro. Entonces, por primera vez se escuchó el épico grito de “¡Viva Cristo Rey!”, aquel martes seis de enero del año de 1914”.
Y así es como en este acto, de enero de 1914, México se convertía en la primera nación en consagrarse como vasallo de Cristo Rey.
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[1] Vicente CÁRCEL ORTÍ, Mártires del siglo XX. Cien preguntas y respuestas, pág. 55 (Valencia 2001).
[2] Padre Lauro López Beltrán, “La persecución religiosa en México”. Segunda parte: la Guerra de los Cristeros, 1 pp. 56-58. Editorial Tradición, S.A. (México 1987).