Es cierto. Los buenos frutos que se desprenden para la gente y para la Iglesia de los viajes a Medjugorje, son asombrosos e incontables. Sinceramente opino, que pocas veces en nuestra bimilenaria historia ha sucedido algo a través de lo cual Dios bendiga tanto a sus hijos y a su Iglesia, aunque mi opinión no sea más que eso: una opinión.
 
Conversiones, vueltas a casa, confesiones después de muchos años, reconciliaciones, gusto por la oración, sentido de la vida, curaciones, sentido de la cruz en la vida…
 
Si uno lee las crónicas de Guadalupe o Lourdes, se da cuenta de que fue algo parecido, pero yo no estuve allí.
 
Una de las cosas que más se derivan de Medjugorje es el chorreo de vocaciones que encuentran allí su discernimiento auténtico, en libertad, para incrustarse en la Iglesia como un poyuelo dentro del huevo y en su nido.
 
No son vocaciones para un solo movimiento, corriente o congregación, como suele suceder, por ejemplo, en el ámbito de un colegio determinado, de una familia concreta, de un colectivo, o de una diócesis o región. Las vocaciones son repartidas desde Medjugorje como riega un aspersor cada brizna de hierba que hay a su alrededor, que se deja mojar por el surtidor de agua inagotable que viene siendo esta fuente de gracia para la Iglesia Universal.
 
En Medjugorje se discierne muy bien, para empezar, por lo mucho que se reza. Y en segundo lugar, porque se hace en libertad, con mucha libertad. En Medjugorje, el joven discierne sobre su vida sin que nadie más que Dios le mire, sin que nadie le espere con una decisión que, en tantas ocasiones, toman otros por ti.
 
Creo que esto es motivo de lo siguiente: la postura oficial de la Iglesia sobre las peregrinaciones a Medjugorje es que todo el mundo puede ir allí en peregrinación. Estas peregrinaciones deben estar organizadas por laicos, nunca por parroquias o diócesis, pero los sacerdotes de estas parroquias o diócesis tiene el derecho y el deber de acompañar a estas peregrinaciones. Eso es lo que hay a día de hoy, ni más ni menos.
 
Es un ejemplo límpido de la confianza de Roma en laicos y de su involucración en la vida de la Iglesia. De esto se deriva que en estas peregrinaciones mandan los laicos, el que organice esta peregrinación, y los curas son unos ‘mandaos’ con una misión muy importante, que se dedican únicamente a lo que se tiene que dedicar un sacerdote: a celebrar los sacramentos y a acompañar a los fieles. No tiene pues ninguna responsabilidad, ni protagonismo, ni poder de decisión, salvo que alguien ponga en cuestión la propia doctrina y tradición apostólica, claro está.
 
Esto es una forma muy inteligente de cuidar a los sacerdotes, porque no se tienen que ocupar de sacar los billetes, de reservar albergues y pensiones, de hacer cuentas y números, ni de conseguir los peregrinos, ni de un montón de cosas que no son ser sacerdote y que en tantas otras ocasiones tienen que hacer porque no tienen quien les eche una mano, o porque ellos no se la dejan echar. Por tanto, el sacerdote es más sacerdote que nunca en estas peregrinaciones organizadas por laicos por orden de la Santa Sede. Tal vez sea por eso por lo que disfrutan tanto: porque se pueden dedicar únicamente a su vocación sin preocuparse de lo demás.
 
Medjugorje no tiene fundador, ni directores espirituales, ni convocatoria oficial de ninguna diócesis, ni nada parecido. En Medjugorje, seis personas dicen recibir unos mensajes de la Virgen María a través de los cuales se imparte una catequesis durante toda una generación, para vivir en cristiano, en el seno de la Iglesia, en el mundo de hoy.
 
No hay apoyo oficial de ningún tipo. Más bien hay protección ante una persecución, y un fortísimo escepticismo, lógico y natural. De ésta carencia de oficialidad radica la libertad brutal del peregrino de Medjugorje. El peregrino de Medjugorje es muy auténtico. No digo con esto que el que va a otro sitio no lo sea. Digo que el que va a Medjugorje en las condiciones actuales, es muy auténtico, porque nadie gana nada a ojos de nadie yendo a Medjugorje. Porque nadie espera nada de ti yendo a Medjugorje. Porque allí puedes ser muy tú mismo, sin ningún condicionante más que tú mismo.
 
Ahora que estamos organizando el viaje de este verano, es muy frecuente la siguiente pregunta: “¿Cuál es el programa?”. La respuesta es muy sencilla. Hay un horario en la parroquia, para las misas, los testimonios, las oraciones y las adoraciones. Tú vas a lo que te apetezca cuando te apetezca, y nadie va a pasar lista de nada. Tampoco nadie va a pensar mal de ti si no te pones a rezar cuando toque, como nadie va a pensar bien de ti si te pones a rezar cuando no toque, porque para rezar no hay horario, como tampoco lo hay para no hacerlo. Ni pierdes ni ganas puntos por hacer o no hacer. Tú decides hasta dónde y qué.
 
Durante el viaje, paramos a celebrar Misa, y en el bus rezamos el rosario, vísperas y laudes, y se une quien le de la gana. A quienes lo organizan les importa un pimiento, tú eres un peregrino de la Virgen, no un aspirante a nada.
 
Creo que en ese ámbito de libertad que da el saber que no hay ninguna expectativa en él, le hace al joven discernir con paz, alegría, sosiego y tranquilidad. Hablar de tú a Tú con Dios sin intermediarios, sin que tenga que responder a ninguna expectativa que nadie se haya creado en torno a él. El guía espiritual entra en juego cuando es requerido por el joven. Cuando éste se abre, cuando necesita una respuesta a una inquietud. Es decir, que está ahí acompañando, pero sin empujar.
 
Además, en Medjugorje se hacen visibles, vivas, las muchas diferentes formas de entrega a Dios. Allí hay curas, religiosos, religiosas, consagrados y no consagrados, laicos de todos los colores que es capaz de pintar el Espíritu Santo, haciéndose visible para el peregrino un mosaico de colores, tonalidades y matices no solo desconocidos para él mismo dentro de la Iglesia, sino ni siquiera imaginados. Y es que es cierto aquello de que viajando a uno se le cae la boina…
 
Estando allí, en Medjugorje, puedes hablar con ellos, observarles, compartir, salir huyendo o pegarte a ellos con absoluta libertad. Tal vez sean ellos, un ermitaño con cara de comer raíces, una monja joven que bien podía haber sido modelo por su belleza, un exorcista venido de Dunquerque, o un asiático sin cámara de fotos con los ojos más redondos que achinados, el que te pregunte a ti, con ruidos y señas, de donde vienes, qué haces, cómo es tu vida, por qué estás en Bosnia… Todos esos colores del Espíritu Santo, vivos y reales, reunidos en torno a la Madre.
 
Si a eso le unes la alegría que allí se vive, la cercanía de la Virgen María en todo el Fenómeno, y la pasada que es encontrarte en medio de una muchedumbre que celebra como una fiesta la presencia real de Cristo en la Eucaristía, el joven busca a pecho descubierto su vocación, y si la encuentra, se tira a por ella

 
La libertad es fundamental en el discernimiento vocacional, y en Medjugorje se dan las circunstancias perfectas para discernir en absoluta libertad. Por eso se desprenden tantas vocaciones de Medjugorje. Por la libertad. Allí el joven se pone los cascos de la traducción, modula la frecuencia exclusiva de Dios, y abre los oidos del corazón sin ninguna interferencia.
 
Roma es muy inteligente, y está tratando todo este fenómeno con una sabiduría que nos ha de hacernos sentir muy bien cuidados. Los laicos, a organizar. Los curas, a confesar y celebrar. Los jóvenes, a peregrinar y discernir, o a ligar. La Comisión de Investigación, a investigar. Los perseguidores del Fenómeno, a perseguir. Los periodistas, a escribir y fotografiar... Desde Roma han sabido poner en este jaleo a cada uno a los suyo. Todo esto en la Iglesia y en libertad. ¡Qué pasada! ¡La Libertad!


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