Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; revela a las naciones su justicia. Aleluya (Salmo 98 (97),1s).
Nada más comenzar la celebración, nos encontramos con una invitación al canto. ¿Cuál es el motivo? Dios ha hecho maravillas, lo que no está al alcance de ninguna criatura, y, entre sus obras, hay una que se destaca, que a las naciones, es decir, más allá del pueblo judío, manifiesta su justicia. Ésta se ha mostrado en el misterio pascual de Cristo. He ahí la gran maravilla, la gran revelación, la gran justicia de Dios.

¿Pero de quién habla? El creyente, sobre todo el que desde pequeñito está como Samuel en la casa de Dios, puede correr el riesgo de pensar que se está hablando de los que están fuera de la Iglesia. Sí, cantamos porque Dios se da a conocer a los que no le conocen y, por ello, tenemos un motivo muy personal de cantar. Nosotros no conoceríamos la maravilla de la obra salvífica, si Él no nos lo hubiera dado a conocer.

¿Y qué somos invitados a cantar? Un cántico nuevo. No porque sea un cántico aún no estrenado en el tiempo, sino porque tiene la novedad de Dios.  Es nuevo porque participa de la eternidad de Dios y, por ello, nunca envejece, nunca pasa de moda. El canto es nuevo porque lo canta el hombre nuevo, el regenerado en el bautismo, el que no canta con sus dotes naturales sin más, sino que canta agraciadamente.  Es nuevo porque canta la novedad que ha entrado en la historia con Cristo. Es nuevo porque ya en esta tierra es canto de la liturgia eterna.
 

[Un comentario a la Antífona de comunión de este domingo lo  encontráis aquí]