Con la muerte de Fr. Jesús (Chus) Villaroel Fernández O.P., y los testimonios que no dejan de llegar por todos lados, siendo yo uno de ellos ya que, sin habernos conocido, le seguía por sus libros y predicaciones en YouTube que humanizaron y fortalecieron mi fe durante el encierro de la pandemia, me he puesto a pensar: ¿Cómo le hacía para atraer a tantos en tiempos altamente secularizados? Y descubrí que su clave; especialmente, al momento de predicar, era la de ser un cronista de la vida interior, de lo que el Espíritu Santo le hizo -y nos hace- experimentar en primera persona. También los que somos laicos y que, de una u otra forma, tenemos que hablar en público, ya sea por ser conferencistas o maestros, debemos aprender de Fr. Chus y ser cronistas de la vida interior. Solamente así podremos despertar a las nuevas generaciones y proponerles la fe. Los jóvenes están cansados (con justa razón) de discursos moralistas o de un catálogo de requisitos interminables cuando, como decía el propio Jesús, “sólo una cosa es necesaria”. Lo que buscan, aunque a veces no sean tan conscientes de ello, es que les platiquemos cómo ha sido nuestro camino al habernos encontrado con Dios. No me refiero en modo auto referencial o poniéndonos sobre un pedestal, sino a partir de lo que implica vivir con sus altas y bajas. En otras palabras, hablar desde lo que somos y no fastidiar con sermones largos, totalmente desvinculados de la vida o poniendo los ojos en blanco. Fr. Chus hablaba de sus anécdotas en el tren, la parroquia, el convento, la casa, los congresos, el avión, etcétera. Es decir, el desarrollo de la fe en el día a día.
Ser un cronista de la vida interior es un estilo de predicación, de comunicar lo que uno lleva por dentro sin negar los momentos de duda, sequedad, crisis, caos y lo que surja. Eso sí, siempre desde la certeza de que Dios no se va, pero sin licuar lo fascinante y desconcertante de hacer oración incluso cuando todo sale mal. Narrar qué hacemos en las ocasiones en que nos toca ir contra toda esperanza o posibilidad. Eso les llega a las personas porque se identifican con nosotros y, desde ahí, dejan de vernos como gente de un mundo lejano.
Si algo tiene el cristianismo es su cercanía con la realidad. Jesús es real y acompaña en lo que uno va pasando, sea triste o alegre. Cuando nos dejamos hacer, el Espíritu Santo saca nuestra mejor versión y toda esa vivencia es lo que toca comunicar de forma breve, sencilla, natural, alegre, clara y desde el terreno. No son conceptos, sino anécdotas, pero historias con Dios y la vida. Ese fue el estilo de predicación de Jesús, del buen Santo Domingo de Guzmán y de Fr. Chus Villaroel que hoy resuena con más fuerza porque ahora le podemos pedir que interceda para recibir con gusto lo que Dios nos da de forma totalmente gratuita.