Muchos de nosotros, seguro que por muy variadas razones, vivimos el pontificado de Juan Pablo II de forma muy intensa. Su personalidad carismática invitaba a que así fuera. Cuando murió, agradecimos mucho haberlo disfrutado y empaparnos de él, y cuando la sucesión se encarnó en Benedicto XVI agradecimos la continuidad y la presencia que aún sentíamos viva de Juan Pablo II. "Nos mira desde la ventana del Padre" dijo Benedicto XVI en sus primeras homilías. También nos pidió que rogáramos por él para que, "por miedo, no huya ante los lobos".
En las últimas semanas hemos intensificado nuestra oración por él, no tanto porque pensemos que vaya a huir, sino porque aparece como un mártir incruento que aguanta firme los diversos ataques que está recibiendo. Es público que los lobos están dentro y están fuera. Hoy os invito a imaginar su despachito en el Vaticano, invocar la protección angélica de su persona, de sus actos, de su psicología. Preservarlo, con la oración, de las personas non gratas que tenga alrededor y potenciar la presencia de las que le pueden ayudar a realizar su misión. A mí se me aparece plenamente identificado con Cristo, y por ello con una fortaleza inmensa, y al mismo tiempo con una paradójica discreción, por la humildad. Estos últimos tiempos, por el sufrimiento bien llevado que testimonia, me han ayudado a apreciarlo y valorarlo más intensamente.