1. El rito
Antes de la homilía, se hace la presentación de todos los que se van a confirmar. Si son muchos los confirmandos, el párroco o un catequista los presenta con unas palabras dirigidas al obispo, explicando la preparación que los candidatos han recibido y, si es posible, nombrándolos personalmente a cada uno de ellos.
Normalmente se llama a cada uno por su nombre delante del obispo, ahora bien, si son muchos, el párroco hace una presentación general de todos. Llamar a cada uno por su nombre porque no somos un grupo de gente anónima que se presenta a un acto social: hemos sido llamados, como trabajadores en la viña del Señor (cf. Mt 22). El mismo Evangelio relata la elección de los Doce citando el nombre de cada uno de ellos: “El primero Simón, el llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celotes, y Judas Iscariote, el que lo entregó”... y a esa lista bien se puede añadir el nombre de cada uno de nosotros llamados a estar con Cristo y a predicar.
2. El Señor nos llama por nuestro nombre.-
A nosotros también nos puede decir hoy el Señor: "yo, el Señor, te he cogido de la mano, te he llamado por tu nombre" (Is 42,6a). Te ha llamado porque "nos eligió antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables ante Él por el amor" (Ef 1,4). Jesucristo también ha pasado a nuestro lado y nos ha dicho: "Venid conmigo" (Mt 4,19a), también a nosotros, como a Mateo, nos ha invitado: "Sígueme" (Lc 5,27).
Él "conoce nuestro corazón" (cf. Sal 138), y podemos decirle: "A mí me conoces, Señor, me has visto y has comprobado que mi corazón está contigo" (Jr 12,3). Él nos pregunta hoy, igual que a Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas?" (Jn 21,15). Se dirige a nosotros por nuestro nombre, nos conoce; hoy te elige a ti y te llama por tu nombre. Ese nombre que va a ser pronunciado en la Confirmación, lo ha pronunciado el mismo Señor, porque Él nos ha elegido.
3. Un nuevo nombre: CRISTIANO.-
Hoy, en la Confirmación, adquieres un nuevo nombre: CRISTIANO. Este nuevo nombre es importante, porque está escrito en el libro de la vida (cf. Ap 20,12) y junto a él las acciones que hagamos. Es el nombre nuevo que las Escrituras nos prometen.
Sabemos que el nombre en las Escrituras refleja la vocación, la misión que Dios encomienda a una persona. Abraham se llamaba Abrán, pero Dios le cambió el nombre por Abraham que significa "padre de muchos": esa era su vocación y su misión (cf. Gn 17,5). El gran legislador, Moisés, tiene un nombre que revela su historia y su misión: "Salvado de las aguas" (Ex 2,10b) porque él fue rescatado de las aguas del Nilo por la hija del Faraón; "Salvado de las aguas" porque Dios lo eligió para que salvara al pueblo hebreo de la esclavitud, huyendo por las aguas del Mar Rojo.
El nombre de Jesús revela su vocación: "el Señor salva" (Mt 1,21, haciendo alusión también a Is 12: "el Señor es mi Dios y mi salvador"), y el de Pedro (: piedra) su función en la Iglesia: ser la roca y fundamento de la Iglesia (cf. Mt 16,18).
Nuestro nombre, cristiano, refleja nuestra vocación. Este nombre lo usaron los paganos para llamar a los seguidores de Jesús, en Antioquía, cuando Pablo predicaba allí (cf. Hch 11,26), porque su modo de vivir se diferenciaba de los paganos.
Si antes Dios cambiaba el nombre sólo a personas concretas, ahora da un nombre nuevo a un pueblo nuevo: CRISTIANOS. Comenta un santo Padre:
"Entonces recibían diversos nombres. Mas ahora tenemos todos un único nombre, mayor que todos aquéllos; nos llamamos cristianos, hijos de Dios, amigos, un solo cuerpo. Esta apelación nos obliga más que cualesquiera otras y nos hace más diligentes en la práctica de la virtud. No hagamos nada que sea indigno de tan gran nombre, pensando en la gran dignidad con la que llevamos el nombre de Cristo. Meditemos y veneremos la grandeza de este nombre" (S. Juan Crisóstomo, Hom. Ioh., 19,3) .
Cristiano es aquél que ha sido ungido, manchado, con el aceite consagrado, el crisma, como hoy lo haremos en la Confirmación: "RECONOCE, ¡OH CRISTIANO!, TU DIGNIDAD" . Ser ungido es ser otros cristos. Los cristianos debemos ser otros cristos en medio del mundo. Este nombre nuevo que recibimos nos muestra claramente nuestra vocación: ser otros cristos. Consagrados para Dios, vamos creciendo hasta la madurez del hombre perfecto en Cristo (cf. Ef 4,22-24).
Así aparece en el Ritual de la Confirmación y en el Ceremonial de Obispos:
"Proclamado el Evangelio, el Obispo con mitra, se sienta en la cátedra o en la sede preparada. Los presbíteros que lo acompañan se sienta cerca de él.
Los confirmandos son presentados por el párroco, o por otro presbítero, o por el diácono, o también por el catequista, según la costumbre del lugar.
Se procede de la siguiente manera:
Si es posible, se llama a los confirmandos por su nombre, y cada uno se acerca al presbiterio.
Si son niños, son llevados por uno de los padrinos o uno de sus padres y permanecen de pie delante del Obispo.
Si los confirmandos son numerosos, no se les llama nominalmente: se colocan en un lugar conveniente ante el Obispo.
Luego el Obispo hace una breve homilía..." (nn. 461-462).
Y el texto del ritual para la presentación sugiere (con éstas o parecidas palabras):