Había que hablar de consentimiento sí o sí. Como siempre en mi blog sin ánimo ninguno de tratar el tema de forma académica sino únicamente reflexiones personales.
Hablando del consentimiento en las relaciones se me han venido a la cabeza varias cosas. He oído a menudo lo de “sí son adultos y consienten, pues está bien”. No, bien no está. Claro que el que sea consentido no es lo mismo que forzado, de eso no ha habido duda nunca, pero no lo justifica todo.
Si dos adultos acuerdan utilizarse uno a otro simplemente para satisfacer su deseo eso es tratarse como objetos sexuales, utilizar al otro como un medio y no como un fin, cosificarse, y ni está bien, ni es bueno, ni es acorde a la dignidad de la persona ni es moral.
Hay muchas otras ocasiones donde el consentimiento no es signo tampoco de bien moral. Por ejemplo, en la prostitución, ahí también hay consentimiento por ambas partes y eso no lo convierte en un bien. De alguna manera por más que se quiera banalizar la sexualidad hasta límites insospechados, es evidente que comprar los “servicios sexuales” de una persona no es equiparable a comprar otra clase de servicios como que un fisio te dé un masaje o un profesor te dé clase.
Otro ejemplo en los vientres de alquiler. Hay un consentimiento también y, sin embargo, no es sino una compraventa de seres humanos en los que madre e hijo quedan reducidos a artículos en el mercado.
Es curioso porque cuestiones que en otros ámbitos resultarían impensables cuando nos referimos a la sexualidad todo se distorsiona.
Si nos vamos al ámbito del derecho laboral existe la llamada “irrenunciabilidad de derechos” que viene a ser que, aunque el trabajador quiera renunciar a sus derechos no puede hacerlo. Esto es así porque se sabe que una persona en estado de necesidad puede consentir con condiciones verdaderamente indignas y no debemos permitirlo, sin embargo, sí permitimos que una persona por necesidad económica se prostituya o venda sus óvulos o se preste a la maternidad subrogada.
Si nos vamos al ámbito sanitario, sí una persona le pide al cirujano que le ampute un miembro porque no se siente a gusto con él, obviamente no lo va a hacer, le derivaría a psiquiatría, pero sí pide la amputación de sus genitales o de su pecho entonces sí, sin problema y además gratis y además aderezado con un cóctel hormonal que le destrozará de por vida.
Otro aspecto chocante en esto del consentimiento es el caso del famoso policía infiltrado en un grupo antisistema que ha sido denunciado por abuso ya que al mantener relaciones no dijo que era policía. La verdad es que el caso es de sainete, pero el problema está en lo que llamamos “vicio en el consentimiento”, es decir, que cuando se consiente no se tienen todos los datos. Supongo que todos los usuarios de Tinder podrían alegar que sus correspondientes parejas ocasionales no dijeron toda la verdad sobre sí mismos y, por lo tanto, el consentimiento no fue auténticamente “sí es sí” sino “sí, pero solo si es verdad que…”. Todo demencial.
Y lo más triste y peligroso de este tema, el consentimiento de los menores. No, los menores no pueden consentir, aunque digan que sí mil veces, ese consentimiento nunca puede ser válido.
El centro debe de ser el bien y las relaciones son buenas cuando son según su verdadera naturaleza, según la ley de Dios, no solo consentidas sino dentro del matrimonio y abiertas a la vida, todo lo demás ni es bueno ni funciona bien, solo deja vacío y hastío y todos los involucrados terminan saliendo dañados.