La obligación de pasárselo bien

La noche para muchos adolescentes y jóvenes tiene unos estándares muy estrictos: se lo tienen que pasar muy bien allí donde están. No pueden quedarse por debajo del buen rollo. Han de exhibir una alegría contagiosa en la que todo mola. Deben andar desinhibidos y ocurrentes y contar los mejores chistes. Ligar y triunfar. ¡Qué no decaiga! Y el que se queda al margen puede acabar sintiéndose, el pobre, como un colgado.

La obligación es pasarlo muy bien, estar muy eufórico y dar la nota. Es la cultura de la noche que se vende en un mercado planetario y que llega a los jóvenes de los cinco continentes. Una industria de la música global que se convierte en un mimetizado estilo de vida, unos patrones, modelos, ropa, belleza, flirteo, etc. Y pocos jóvenes escapan a su influencia.

No hay medias tintas. El que está callado o no se ríe a carcajadas es un marginado, un friki y corre el riesgo de ser señalado por sus amigos. Bueno pongamos “amigos” entre comillas. Estos amigos de fin de semana no quieren lo mejor para él, su bien, sus fines, Lo que quieren estos “amigos” de él es que sea muy divertido para que, insistimos, la fiesta no decaiga.

Gasolina para las risas

Y si debes pasártelo bien y animar el cotarro, durante horas, de copas, en el botellón, en la discoteca, hay que ingerir gasolina para las risas. ¡Qué si no te quedas atrás! Y la gasolina para la diversión obligatoria (manda el negocio) es el alcohol, los porros, las pastillas. Y uno de los participantes de estas noches puede acabar pensando para sus adentros: “El alcohol me sienta mal. Mañana la resaca me tendrá tirado todo el día en la cama agobiado, triste y encima con dolor de cabeza”. Pero también puede corregirse y auto-convencerse de cualquier cosa: “No seas gafe tío, bebe, vive el momento, ¡carpe diem!, ¡disfruta!” […].  “Sobrio me lo paso peor, bebido me desinhibo, nada me importa, hablo con todos y nada me avergüenza. No soy yo pero no me importa pues paso de todo y nada me preocupa”.

Un relato: el capitán de la mesa

En una boda reciente -me contaron- que, antes de empezar a cenar, el capitán de una mesa de jóvenes tomaba una botella de licor y llenaba manualmente los gaznates de sus compañeros comensales que situaban su boca hacia arriba como un embudo. Y nadie podía resistirse. El objetivo era “colocarse”. El aperitivo ya había hecho su labor alcoholizadora. La cena contribuiría con la mencionada misión también facilitando un poco de colchón para no caerse tirado en la cuneta. Y luego más copas y más baile. No había problema pues un autocar los llevaría a casa. No tenían que conducir. Se sentarían beodos cada uno bien colocado en su asiento y a dormir la mona.

Salir de la norma

Me llega que un joven estaba comenzando a beber demasiado. Estaba comenzando a rozar el alcoholismo. Sus fines de semana eran, sistemáticamente, beber hasta alcanzar no el puntillo sino la euforia permanente. Y si no lo hacía así se sentía muy solo, incluso con cierto malestar, ajeno al rollo que fluía entre sus amigos. Quería dejarlo pues durante la semana rendía mucho menos. Lo intentaba, pero no lo conseguía. Pero seguía insistiendo.  Se había propuesto salir y no beber. Y estaba emperrado, cabezonamente convencido de que se lo podía pasar bien sin beber. No sé. cómo le irá.

Sí hay alternativas

Sí las hay: pero falta unanimidad. Algunos jóvenes, cuando salen, me dicen que la cena es un buen momento para pasarlo bien. Pero la cena finalmente puede tener dos orientaciones: 1) una es preparar la fiesta posterior de una larga noche donde el único fin es una súper parranda: es decir, ahí en la cena ya se empieza a beber. 2) Otro fin es la cena en sí misma donde el nivel culinario tiene su valor. El fin no es beber, sino amistar, pasarlo agradablemente, serenamente. En estas dos frases han aparecido dos ideas contrapuestas.

  1. Existen los colegas para la fiesta que realmente no son verdaderos amigos entre sí y cuyo único fin es la juerga eufórica, léase: beber y reír. La pura banalidad.

Alternativa: hay que despertarse al día siguiente con un buen sabor de boca. No temprano pero no se puede perder la mañana. Y con algún balance constructivo. Voy a proponer uno balance posible.

Los futuros padres de los amigos de mis hijos

Este es un testimonio de un joven al que le gustan las salidas, las noches con balance positivo, un fin: “Tengo 25 años. Quizá es un poco pronto, pero estos amigos míos pueden ser los futuros padres de los amigos de mis hijos. He salido mucho con ellos y creo que en el futuro podríamos elegir conjuntamente un buen colegio, incluso compartir viajes. Creo que con ellos formaríamos una pandilla de familias muy bien avenidas y compartir objetivos para educar a nuestros hijos”.

Seamos muy pragmáticos: ¿quiénes quiero que sean mis amigos?: 1) ¿una buena gente, una pandilla maja, que es responsable y entre los cuales puede estar mi futura novia o novio?  O quizá: 2) ¿gente muy divertida y desfasada de donde no salen los buenos amigos para la vida y menos una buena novia o novio?

Hay que salir por la noche también para aprender a vivir

Para algunos jóvenes salir realmente significa reventar la noche, “hay que petarlo” como dicen mis informantes. Hacerla inolvidable. Vivir sin freno. Acabar muy tarde, llevar las propias fuerzas al límite.

Y aquí viene la frase más terrible: algunos salen de fiesta “como si no hubiera un mañana”. ¿Salen para olvidar que hay un mañana? ¿Salen tan irresponsablemente que les importa muy poco que pasará mañana?  La verdad, es muy difícil de saber. Pero lo que está claro de entrada es que no viven la responsabilidad personal, actúan sin pensar en las consecuencias. Y una consecuencia para estos bebedores de fin de semana es que el alcoholismo real arraigue en ellos y les acabe arruinando la vida.

Hay que salir con amigos que te acompañan de verdad, que están a tu disposición en los buenos y malos momentos. Salir con amigos responsables con los que puedes ir a jugar al tenis al día siguiente, a las 12.00 de la mañana después de pasar por la discoteca el día anterior porque te has ido a dormir a las 2 de la madrugada. La conclusión es que hay que aprender a salir pues sí existe un mañana maravilloso, pero también exigente.