Meditando bajo la luna
Nací junto al Mar Menor en Murcia. Muy cerca de sus orillas crecí y disfruté de la sonrisa de sus olas casi niñas, y de su brisa cariñosa. Muchas noches he tenido la oportunidad de contemplar como nace el sol en el horizonte, casi saliendo de las aguas, y la luna cariñosa que nos alegra la noche como madre sonriente. Recuerdo aquellas letrillas que nos enseñaban de niño: Lunita dame pan, que soy pequeñito y no me lo puedo comprar.
La luna llena te hipnotiza paralizando tu mente y sentidos que se clavan en ese inmenso disco iluminado que sale del mar. La he contemplado muchas veces, pero especialmente en la noche del 15 de agosto de este año. Y me recuerda a la Madre Santa María que tiene la luna a sus pies, me detuve en la orilla del Mar Menor y me senté a contemplar el espectáculo. La luna llena iluminaba la playa tranquila de la media noche. Su luz llegaba hasta la orilla, que casi se podía coger. Y me quedé un largo rato disfrutando de la grandeza de Dios que creo la luna.
José M. Ramos González traduce y comenta los retorcidos pensamientos de Stephane Mallarme que se declara enemigos de la luna: ( La lune et les poètes ) Publicado en Le Gaulois, el 17 de agosto de 1884
Un poeta de un talento especial, muy amado por los Parnasianos, y poco comprendido por el público en general, Stéphane Mallarmé, se ha declarado enemigo de la luna. Tal vez tenga razón. Pero busca, según se dice, los medios para destruirla. Es poco probable que lo consiga. Ese astro lo irrita, lo cansa, lo obsesiona, lo exaspera, con su cara llorosa, su aspecto de viuda inconsolable, su triste faz anémica y su luz amarilla, siempre igual. El odio de Mallarmé se comprende cuando se lee a los poetas, los poetastros, los poetillas, los buenos jóvenes que abren su corazón y cantan al rocío, la luna y las estrellas, todos los años, en primavera, en unos volúmenes que parecen antologías de canciones.
Son verdaderamente sorprendentes estos poetillas. Se dan cuenta una mañana que hace buen tiempo al levantarse el día, y experimentan de pronto la necesidad de contarnos que han descubierto el rocío, y nos dicen eso en pequeñas frases finalizadas con rimas, lo que les dificulta bastante expresarse con claridad. Descubren del mismo modo las rosas, los arroyos, las praderas, el mar ( con su fondo de espuma ), los bosques, los grandes bosques sombríos. Se dan cuenta de que los pájaros cantan, y tienen la deferencia de prevenirnos enseguida; luego encuentran una muchacha y se emocionan ( ¡qué sorpresa! ); entonces nos detallan minuciosamente todas las particularidades de las sensaciones que ellos experimentan. Pero llega la noche, el sol se oculta, la luna sale ¡Oh! entonces deliran...
Esos jóvenes tienen la extraña ingenuidad de contarnos todas las operaciones de la naturaleza. Y todos los años, una lluvia de estrofas, de cantinelas, de poemillas, de pequeños estribillos pretenciosos y vacíos, donde las mismas palabras, rimando juntas del modo más banal, se repiten bajo forma de letanías del día y de la noche, lo que cada uno de nosotros puede ver, sin rimas y sin frío, desde su ventana.
¿ Qué comezón obliga a todos estos honrados e intrépidos muchachos, a escribir esas pamplinas y sobre todo a publicarlas ? ¿ Qué nos enseñan de nuevo, de original, de singular ? ¡ Nada ! Pero no pueden resistirse a hacernos saber que la luna les ha mirado, que los ríos tienen encanto cuando hace calor, que es dulce bañarse en ellos, que las flores sientan bien, y que uno tiene generalmente ganas de abrazar a las muchachas. Sobre este último tema, son de una locuacidad infinita, como si fuesen los únicos en soportar la influencia de un bello rostro y de una hermosa figura. Y cuentan eso, no en poemas donde harían prueba de invención, de imaginación, de composición y de arte, sino en pequeños versos mediocres que no dicen nada. Y si se añade a esto los volúmenes aparecidos desde hace veinte años solamente, uno se encontraría tal vez diez mil que no contienen otra cosa. Y todos los años nacen nuevos poetas (?) para cantar al rocío, a las rosas, a la muchacha y a la luna, que se llamaba Phoebé, antes. Y siempre el mismo estribillo, más o menos bien torneado, más o menos tonto que comienza: - Una mañana que hacía bueno... - En una hermosa mañana... - En una clara mañana de abril... - En una bella mañana de mayo... Esto varía poco, muy poco. Las rimas incluso son siempre semejantes. En cuanto a la luna, la pobre luna, la simple y buena luna de Pierrot, que hacía cantar:
Al claro de luna, Amigo Pierrot, Préstame tu pluma Para escribir una palabra... |
ellos la han acomodado a todos los ritmos; la han estropeado, ensuciado, nos la han hecho aborrecer. Y el viejo astro, plácido y triste, agujereado a versos como un viejo queso, no inspira más que un piadoso rencor a nuestro amigo Stéphane Mallarmé. Se tenía sin embargo sobre la tierra una cierta simpatía por la luna, simpatía de vecindad y gratitud de enamorado; pues todos, hombres y mujeres, aquí abajo, hemos amado al claro de luna y no lo hemos olvidado.
Teníamos incluso por la luna, más que simpatía, una cierta ternura natural, una buena amistad poética. Era la compañera de la Tierra, su única compañera un poco próxima en el gran país de las estrellas. Ambas viven en su pequeño rincón con su esposo, el sol, que las acaricia con sus rayos. Pero la pobre luna gira a su alrededor, melancólica y estéril, mientras que la Tierra fecunda y viva se cubre de flores, de bosques y de seres bajo los claros besos del macho brillante. ¡Triste luna ! ¿Es demasiado vieja para animarse todavía con sus caricias de fuego? ¿ o es un astro virgen ? Un poeta, que la ama, Edmond Haroucourt, piensa que ha pasado la edad del amor. Él la llora.
Luego fue la hermosa época de los calores y los vientos. La luna se pobló de murmullos vivos; Tuvo mares sin fondo y ríos sin número, Muchedumbres, ciudades, llantos, gritos alegres Tuvo el amor; tuvo sus artes, sus leyes, sus dioses. Y lentamente entró en la sombra. |
Pero la Tierra, a su vez, se aja, y el sol envejece. Unas manchas aparecen en su cabellera de rayos, como la piel de una frente que se descubre; y pronto se apagará, y más frío que un cadáver permanecerá inmóvil en el sombrío espacio, junto a sus dos esposas negras y heladas como él. Pero, si algunos, diciéndose poetas, están en trance de arruinarnos la luna, otros, los poetas verdaderos, le han hecho una famosa publicidad. ¿ Nos inspiraría, sin ellos, la emoción que todavía nos produce, que todavía nos da, aunque sus efectos no varíen demasiado ?
Cuando se eleva detrás de los árboles, cuando vierte su luz temblorosa sobre un río que fluye, cuando cae a través de las ramas sobre la arena de los paseos, cuando sube solitaria en el cielo negro y vacío, cuando desciende hacia el mar, iluminando su superficie ondulada y líquida con una inmensa estela de claridad, ¿acaso no estamos sobrecogidos por todos los encantadores versos que inspira a los grandes soñadores ? Si vamos por la noche con el alma alegre y si la vemos, totalmente redonda, redonda como un ojo amarillo que nos mirase, inclinada justo encima de un tejado, la inmortal balada de Musset se nos pone a canturrear en nuestra memoria- ¿ Y no es él, el poeta burlón, quién nos la muestra con sus ojos ?
Estaba, en la noche oscura, Sobre el campanario amarillo La luna Como un punto sobre una i. Luna, ¿ qué espíritu sombrío Pasea al extremo de un hilo En la sombra Tu cara o tu perfil ? ¿ Eres el ojo del cielo tuerto ? ¿ Qué querubín melancólico Nos mira de reojo Bajo tu pálido disco ? |
Si nos paseamos, una noche triste, sobre una playa, a orillas del Océano que ella ilumina, no nos pongamos, casi a pesar nuestra, a recitar estos dos versos tan grandes y tan melancólicos:
Solo encima de los mares, la luna viajando, Deja caer en las olas negras sus llantos de plata. |
Si nos despertamos, en nuestra cama, que ilumina un rayo entrando por la ventana, ¿ no nos parece ver descender hacia nosotros la figura blanca que evoca Catulle Mendès ?
Ella venía, con una azucena en cada mano, La pendiente de un rayo sirviéndole de camino. |
Si, caminando durante la noche por el campo, oímos de pronto algún perro de granja dirigir hacia el plácido astro su forma larga y siniestra, ¿ no somos golpeados bruscamente por el recuerdo de la admirable pieza de Leconte de Lisle, Les Hurleurs ? Luego nos ponemos a murmurar otros versos del impecable y soberbio poeta, aquellos leídos últimamente en sus Poèmes tragiques:
De la cadena de oro de las estrellas vivas La lámpara del cielo pende del azul sombrío Sobre el inmenso mar, los montes y los ríos. |
Todo esto fue escrito un 17 de agosto de 1884. Hoy, en pleno siglo XXI seguimos contemplando la luna llena que se mira en el espejo del mar y nos sonríe como buena madre de la noche.
Juan García Inza (juan.garciainza@gmail.com)