Mañana se conmemora el 125 aniversario del nacimiento del beato Bartolomé Rodríguez Soria que nació en Riópar (Albacete) el 7 de septiembre de 1894. Ingresó en el Seminario de Toledo en el curso 1907-1908, terminó sus estudios con la licenciatura en Teología y se ordenó sacerdote el 16 de marzo de 1918. Sucedió que, días antes de la ordenación, fallecía su padre por lo que decidió celebrar la primera misa el 19 de marzo de 1918 en el Seminario, donde fue muchos años sacristán y ejerció como excelente maestro de ceremonias.
Con motivo de este aniversario y además coincidiendo con la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María queremos publicar este poema que escribió estando en el Seminario y que fue publicado en El Castellano el 12 de diciembre de 1914. Son muchas las advocaciones que por toda la geografía nacional celebran a María Santísima el 8 de septiembre. Además nuestros seminaristas, a quien el beato dedica el poema, estarán preparando su equipaje para regresar al Seminario a un nuevo curso.
LA INMACULADA. Ideal del Seminarista
Quisiera cual angélico querube
tus glorias pregonar, Virgen sin mancha,
que al contemplar tu célica hermosura
mi corazón se ensancha
y en alas del amor hasta Ti sube.
Y ¿quién de admiración no se enajena
y de beldad tan pura como santa
las grandezas sin par y las virtudes
extático no canta?
Contempladla un momento. Sobre nubes
que luz deslumbradora tornasola
rodeada de angélicos querubes
y de viva aureola
de refulgente fuego,
la Virgen pura sonriente ostenta
su excelsa majestad. La blanca luna
con plateada luz a sus pies brilla
y Dios extasiado
al contemplar conjunto tan sagrado
que prestan esta Virgen sin mancilla
de júbilo sonríe.
Región manchada, de miserias valle
que impurezas encierra,
única herencia que nos fue legada
por el hombre primero que en la tierra
hacer plugo al Eterno,
nunca puede elegir para morada
una doncella que, cual fue María,
existiese ab eterno Inmaculada.
Y por esto de célicas criaturas
hermoso trono haciendo
al cielo se levanta
por no manchar del lodazal del mundo
su inmaculada planta.
Miradla allí. Su candorosa frente
eleva ya serena
hacia el cielo su patria suspirada
como al rayar del sol resplandeciente
en su tallo se eleva la azucena.
El brillo de sus ojos
al elevarlos a celeste cumbre
con su dulce mirar roba a los astros
su refulgente lumbre;
y es que alimenta en su virgíneo pecho
celestiales ardores
porque sólo en el cielo
tiene puestos la Virgen sus amores.
Pura es la brisa susurrando inquieta,
pura la limpia fuente
retratando en sus aguas bellas flores
purísimo el aroma
con que llena el ambiente la violeta;
pura, más pura aún es la mañana
al llenar el espacio
con sus vistosas tintas de topacio
con que montes y valles engalana;
puro el sol esplendente
al reflejarse sobre el mar tranquilo
cubriendo los cristales de las aguas
con su luz refulgente;
pero es más pura aún esa doncella
que en sus sienes ostenta la corona
de celestial realeza;
esa Virgen divina y siempre bella
que a una mansión se sube
donde todo es candor, todo pureza.
Madre del santo amor, también yo anhelo
cual buen seminarista que os adora,
teneros por modelo;
también quiero arrancarme de este mundo
lleno de desventuras
y dirigir mis ojos sólo al cielo,
dulce región de celestial consuelo
de dichas las más puras.
Que tu encendido amor mi pecho inflame
y ablande mi dureza
y que pueda volar allá contigo
al celestial Edén donde contemple
tu angelical pureza.
Virgen hermosa, divinal doncella,
atiende el palpitar del pecho mío:
sobre mi corazón tu gracia venga
cual divino rocío
que tu bendita mano en mí derrame
para cantarte siempre “Inmaculada”
y para que mi pecho enamorado
siempre lata por Ti, siempre te ame.