Por larga que sea la vida humana, jamás se llegará a conocer en plenitud a Jesucristo, el hijo de Dios que se hace hombre para que el hombre pueda ser hijo de Dios. Dos apóstoles y dos discípulos se propusieron narrar de primera mano lo que habían visto y oído: son los cuatro Evangelios, imprescindibles para quien quiera acercarse al Jesucristo real y verdadero. Y San Pablo, el último de los apóstoles, pone el conocimiento de Jesús y la vida en Él como la meta más alta de su existencia: Todo lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo.

No puede decirse con más fuerza que Cristo lo es todo para el cristiano. Y así nos lo recuerda también hoy cuando escribe a los de Éfeso: Sed imitadores de Dios. Como Cristo, que os amó y se entregó como oblación, como víctima de suave olor. Es necesario acercarnos a este Jesús, y por eso todo intento de conocerle mejor es camino de salvación. Conocer a Cristo para amarlo más y estar más unido a Él en la vida y en la muerte. Para ayudar a conseguir esa meta de todo cristiano, la editorial EDIBESA tuvo la brillante idea de editar doce Vidas de Jesús, a lo largo de los doce meses del año 2000. Ya indicábamos al principio del verano que podíamos aprovechar este tiempo para acercarnos a una Vida de Jesús, o, lo que es mejor, al propio Evangelio.

Hoy vamos a hacerlo con la Vida de Jesucristo según el Evangelio, que escribió el Padre Lagrange. Alberto Enrique Lagrange había nacido en Francia, en Bourg-en-Bresse, no lejos de Ars, en 1855. La cercanía de Ars, y la visita que hizo al párroco Juan María Vianney con su madre, cuando tenía solo tres años y estaba enfermo, la tuvo siempre muy presente, hasta el extremo de incluir entre los documentos y los recuerdos de la primera piedra de la Escuela Bíblica que él fundó en Jerusalén un trozo de la sotana del Cura de Ars, aún no canonizado.

Él nos cuenta cómo después de haber estado en el seminario se salió; e incluso alude a una cierta vida licenciosa en su juventud, hasta que, según su propia confesión, “un día, estando en las carreras de Longchamp, en París, me sentí tocado por la gracia y todo quedó resuelto. Me decidí a volver a mi antiguo camino. Me pusieron en contacto con el director del seminario, el cual me aceptó como seminarista, y, después de un año de reflexión, tomé el hábito religioso en los dominicos”.

Nos encontramos ante un sabio, que además es santo. San Juan Pablo II pidió que se escribiera la vida del Padre Lagrange para introducir su causa de beatificación. Santo y sabio son los dos mejores títulos para un biógrafo de Jesucristo. El sabio, profundamente enamorado de la Palabra de Dios, quiso dar respuesta a los problemas que planteaba a la fe católica la invasión del racionalismo del siglo XIX, especialmente cebado contra la sobrenaturalidad de la revelación cristiana y contra la divinidad de Jesús.

Por eso cuando nos acercamos a esta obra, le escuchamos a él mismo decir: He renunciado a escribir una Vida de Jesús al modo clásico, para dejar hablar más bien a los cuatro Evangelios... La única vida de Jesucristo que se puede escribir son sus Evangelios: el ideal está en hacerlos comprender lo mejor posible. Y es lo que hace admirablemente Lagrange. Por eso hoy vamos a tomar el hermoso comentario que de este pasaje del Evangelio escribió él[1].

San Juan llama “judíos” a aquellos que se oponían a Jesús. En lugar de preguntarle francamente, forman corrillos, cambian frases entre sí y el ambiente se carga de murmullos contra Jesús. Acostumbrados a discutir, a través de la metáfora del pan vieron claro su pensamiento: “Jesús pretendía haber descendido del cielo”. Era uno de los aspectos del Mesías, que estaba para ellos muy lejos de tenerlo Jesús, hijo de José, de quien conocían el padre y la madre. Estos “judíos” eran también compatriotas y no había de engañarlos. Con ellos, el Maestro emplea un tono más severo. Los desenmascara: No murmuréis entre vosotros. No critiquéis. Se creían jueces, y las decisiones, tomadas según su entender, debían ser aceptadas como normas de conducta. Estaban muy lejos de la realidad.

Esta es la primera lección. Hay que acercarse a Jesús para conocerle, para saber lo que Él nos dice, para evitar que estas críticas que los judíos hacen contra Jesús, nosotros las llevemos a nuestra vida. Contemplando con la mirada de Jesús, nuestro corazón se llena de misericordia. No se trata de no poder hablar las cosas, sino de hablarlas con amor.

Jesús no se detiene a hablarles de su filiación divina; quiso solamente consolidar la idea de que a Él solo se va por la fe, bajo el impulso y con la luz del Padre. Hecho un llamamiento a la fe, se contenta con repetir cuál es su objeto: Él es el pan bajado del cielo, y quien come de él no muere. Los que comieron del maná murieron, porque ningún pan material, aun el milagroso, puede preservar de la muerte temporal; pero el pan espiritual, su cuerpo, no está sujeto a cambios, da la vida espiritual que será eterna. Y Jesús deja sobreentender que el hombre tiene en su mano el uso terrible de la libertad; si puede aceptar la vida, también puede rechazarla.

Por eso este pan es el que llena de fortaleza, de amor para entender lo que Jesús nos está diciendo. Jesús había comenzado una instrucción de inmensa trascendencia, y, aunque le salieron al paso con dificultades, la prosiguió sin doblegarse, a pesar de la oposición y de los murmullos. Algunos han juzgado esta enseñanza como demasiado mística, demasiado alejada del tono familiar y sencillo de Jesús en sus parábolas, como si esto fuera un invento de Juan. El tema, en realidad, es místico y elevado, pero sugerido por las circunstancias y tratado de modo que pudiera ser comprendido. El motivo lo había dado el pan que Jesús acababa de distribuir generosamente. Y la pregunta es: ¿Cómo da Jesús la vida al mundo? Por la inmolación de su carne. No se puede tener esta vida sin participar de esta carne inmolada, sin acercarnos a la mesa del Cuerpo de Cristo para recibirle a Él. Y de ahí la necesidad de comer su carne y beber su sangre para poseer la vida del espíritu.

Jesús había predicado la penitencia con miras al reino de Dios; había hecho milagros. Después se había mostrado como legislador, con derecho para perfeccionar la misma Ley de Moisés. Cuando el mensaje del Bautista, señaló claramente la superioridad del nuevo orden sobre la Ley y los profetas. Era el momento de preguntarle si pretendía ser el Mesías estableciendo el reino de Dios.

Y es aquí cuando nosotros nos preguntamos: ¿No ha llegado el momento en que Jesús tiene que decir claramente quién es, tiene que hacernos entender cuál es el camino para llegar a Él? Y la respuesta es lo que Jesús ha venido a darnos: la salvación. Quien come de este pan se salva. Quien come de este pan llega a la vida eterna. Por eso no se puede decir que es posible vivir sin Cristo en la Eucaristía. Por eso nosotros no podemos dejar de acercarnos a Él, de visitarle, de mantener nuestro diálogo con Él, de orar, de recibirle en la Comunión. Porque este es el único camino para salvarnos. Y eso hoy Jesús nos lo deja muy claro. Sus enemigos políticos, aquellos que incluso le siguen porque piensan encontrar en él a alguien que les salve de la situación de imposición que Roma tenía sobre los judíos, se equivocan con este Mesías, el que Dios quiere enviarnos. Porque este Mesías, el único, lo que nos trae es la salvación.

Por eso Juan, que escribe más tarde su Evangelio, tiene para nosotros una llamada a vivir un amor más intenso a la Eucaristía. Con motivo del milagro de los panes, se hizo necesaria una explicación clara en Cafarnaún. No podía llevarles al engaño. Jesús les da de comer, pero también les va a reprochar que si le buscan es porque les da un alimento material. Y por eso Jesús se para y nos ofrece este mensaje tan hermoso del Pan de Vida. Parecía propicio que tras ese milagro el Señor nos explicase el verdadero sentido de lo que Él quiere manifestarnos. Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este Pan vivirá para siempre.

 

Según una de las leyendas rabínicas[2], una vez terminada la creación del universo material, Dios dijo a los ángeles:

-Ved ahora la obra de mis manos y decidme qué pensáis de ella.

Contestaron que era tan vasta y maravillosa que nunca se cansarían de contemplarla.

-Solo le falta una cosa-, dijo el arcángel San Miguel.

Los otros ángeles preguntaron qué era.

-Hubiera debido haber una voz que agradeciera al Creador en un constante himno de oración, de alabanza, de acción de gracias.

Podemos utilizar la ingenuidad y la hermosura de esta leyenda para recordarnos que Dios no se había olvidado de esto. Es precisamente lo que Jesucristo está haciendo diariamente en todos los altares en que se celebra la Santa Misa, en la que Cristo se entrega. Él es esta voz, este himno que nos recuerda que Dios lo ha hecho todo perfecto. Y para nuestra debilidad y para nuestro cansancio nos da este alimento que no termina nunca, que no es perecedero; el alimento que da la vida eterna.

 

PINCELADA MARTIRIAL

Iniciada la guerra civil, 18 de julio de 1936, se afianzó la persecución religiosa en la parte Republicana. También en Jaén: así el 2 de agosto fue asaltado el Obispado y el Sr. Obispo, monseñor Manuel Basulto Jiménez [beatificado en Tarragona en 2013] hecho prisionero en la Catedral, con su hermana Teresa, su cuñado Mariano, junto al Vicario General. Tuvo que vestir de paisano y fue instalado, con la familia, en una sala para mejor vigilarlo. El obispo preso en su propia Catedral se convertía en un signo de pobreza, humildad y confianza plena en Dios. Así se le oía decir ante cualquier comentario: “Todo sea por Dios Nuestro Señor”. Tanto en la cárcel provincial como en la Catedral, convertida en cárcel, había una gran aglomeración de reclusos. Se decidió unos traslados: de la provincial, 322 presos, el 11 de agosto y  desde la Catedral, el día 12, más de 200; el Sr. Obispo irá en este grupo de presidiarios. Los testigos cuentan que por el camino sufrió toda clase de vejaciones, que le gritaban ¡muerte al obispo! y con palabras soeces le ofendían. Llegados al apeadero de Santa Catalina por el lugar llamado Pozo del Tío Raimundo, cerca de Vallecas, se  realizó la gran matanza, unos 179; al Obispo le dispararon, mientras con los brazos en cruz aclamaba a Cristo el Señor y perdonaba a los que le hacían mal.

Terminada la masacre, fueron sepultados en las fosas comunes y allí también el Obispo Las noticias llegaron a Jaén y poco a poco se fue sabiendo toda la verdad y la magnitud de la masacre.

Todos reconocían que Don Manuel Basulto había muerto por ser obispo y defender a Cristo y a su Iglesia. Terminada la guerra, se exhumaron los restos y el cadáver del Sr. Obispo fue identificado por una prótesis dental y algún signo episcopal. En un tren funerario partieron los restos de todos hacia Jaén. El 11 de marzo de 1940 fueron recibidos en la ciudad.

Al pie del altar de la Cripta de Sagrario de la Catedral quedaron guardados los restos del Obispo de Jaén, el Beato Manuel Basulto Jiménez, y en una lápida de mármol se escribió: “A la Buena Memoria del Obispo Mártir Excmo. y  Rvdmo. Señor Don Manuel Basulto Jiménez que, apresado en su casa por los marxistas y conducido a Madrid en un tren de presos, antes de llegar a la Capital, postrándose de rodillas y bendiciendo a sus impíos ejecutores, fue inicuamente fusilado el día 12 de agosto de 1936. Piadoso. Afable. Sabio. Elocuente. Vivió 67 años. Recibió público y solemne homenaje fúnebre en la ciudad de su título episcopal el día 10 de marzo de 1940. Sus restos fueron depositados en esta cripta de su Iglesia. En espera de la resurrección de la carne”.

Podéis leer este otro artículo más extenso;

https://www.religionenlibertad.com/blog/17065/23h-del-agosto-estacion-jaen-manana-fusilan-.html

 

[1] JM LAGRANGE, O.P., Vida de Jesucristo según el Evangelio, página 195 y siguientes (Madrid, 1999). 

[2] F. H. DRINKWATER, Historietas catequísticas II, página 440 (Barcelona, 1965).