"Vamos a instituir una escuela del servicio divino". S. Benito, en su latín, utiliza la palabra . Ésta puede significar lugar de entrenamiento, especialmente el lugar donde los legionarios del emperador se preparan para entrar en combate. Ésta era la idea de los maestros espirituales del monacato primitivo.

Los padres del desierto personalmente, a quien se acercaba a ellos, les enseñaban la vía del guerrero; de modo que, bien adiestrados en el combate interior, habiendo ya madurado, "sólo con su mano y su brazo, se bastan con el auxilio de Dios para combatir contra los vicios de la carne y de los pensamientos".

El verdadero maestro lleva en sí mismo las heridas de sus largos combates y el aura de la corona de las victorias que, con la ayuda divina, ha obtenido. El verdadero maestro es un guerrero y sabe enseñar personalmente a su discípulo, en quien ve con gran misericordia la debilidad e impericia que él mismo tuvo. Por eso dice S. Benito:
Al organizarla, esperamos no tener que establecer nada áspero, nada oneroso. Pero si alguna vez, requiriéndolo una razón justa, debiera disponerse algo un tanto más severamente con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, no abandones enseguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que al principio debe ser forzosamente estrecho. Sin embargo, con el progreso […] en la fe, ensanchado el corazón, con la inefable dulzura del amor, se corre por el camino de los mandamientos de Dios.

Concluyamos con un hermoso apotegma.
Contaban del Juan Colobós que, tras retirarse a Escete junto a un anciano de la Tebaida, vivió en el desierto. Su , habiendo tomado un leño seco, lo plantó y le dijo que lo regara todos los días con un cubo de agua, hasta que diera fruto. El agua estaba tan lejos que debía partir por la noche para estar de regreso por la mañana. Pasados tres años el tronco empezó a vivir y a dar frutos. El anciano lo cogió y lo llevó a los hermanos reunidos, diciendo: "Tomad, comed el fruto de la obediencia".
El maestro toma el leño estéril por la soberbia, que es su discípulo, y lo planta en la tierra, en el humus, es decir, lo lleva a la verdad de la humildad. Y el discípulo por la obediencia, a través de la noche de los sentidos y de las potencias del alma, con el don de las lágrimas, que por su obediencia y humildad alcanza del cielo, lleva a la fertilidad su esterilidad y da frutos de vida eterna. Se ha eucaristizado y convertido en alimento para los demás.