Esta sexta Palabra se dirige a los esposos directamente. Pero toda vocación cristiana debemos entenderla con sentido esponsalicio. Y por eso esta Palabra de Dios está dirigida a todos los hombres y mujeres cristianos. “Recordemos que el camino de la maduración humana es el recorrido mismo del amor que va desde recibir cuidado hasta la capacidad de ofrecer cuidado, desde recibir la vida hasta la capacidad de recibir la vida. Convertirse en hombres y mujeres adultos quiere decir legar a vivir la actitud nupcial y paterna, que se manifiesta en las varias situaciones de la vida como la capacidad de asumir el peso de otra persona y amarla sin ambigüedad. Es, por lo tanto, una actitud global que sabe asumir la realidad y sabe entablar una relación profunda con los demás”.
El lujurioso, el infiel, el adúltero es quien tiene para sí su propia vida y valora las situaciones en base a su propio bienestar y a la propia satisfacción. Por el contrario, una sexualidad bien orientada es una sexualidad abierta a la donación esponsal. No es un simple yo, es un nosotros. “Toda vocación cristiana, en este sentido, es nupcial. El sacerdocio lo es porque es la llamada, en Cristo y en la Iglesia, a servir a la comunidad con todo el afecto, el cuidado concreto y la sabiduría que el Señor da. La iglesia no necesita aspirantes para el papel de sacerdotes –no sirven, mejor que se queden en casa- sino que hacen falta hombres a quienes el Espíritu Santo toca el corazón con un amor incondicional por la Esposa de Cristo. En el sacerdocio se ama al pueblo de Dios con toda la paternidad, la ternura y la fuerza de un esposo y un padre. Así también, la virginidad consagrada en Cristo se vive con fidelidad y alegría como una relación conyugal y fructífera de maternidad y paternidad”.
Así se entiende el valor de la sexualidad cristiana: “Toda vocación cristiana es conyugal, porque es fruto del vínculo de amor en el que todos somos regenerados, en vínculo de amor con Cristo… A partir de su fidelidad, de su ternura, de su generosidad, miramos con fe al matrimonio y a toda vocación y comprendemos el sentido pleno de la sexualidad. La criatura humana, en su inseparable unidad de espíritu y cuerpo y en su polaridad masculina y femenina, es una realidad muy buena, destinada a mar y a ser amada. El cuerpo humano no es un instrumento de placer, sino un lugar de nuestra llamada al amor y en el amor auténtico para la lujuria y para su superficialidad. ¡Los hombres y las mujeres se merecen más que eso! Por lo tanto, la Palabra «no cometerás adulterio», en forma negativa, nos orienta a nuestra llamada original, es decir al amor nupcial pleno y fiel, que Jesucristo nos reveló y donó”.