El ser humano, desde la antigüedad, ha necesitado expresarse a través de signos. Pensemos, por ejemplo, en el arte rupestre de las cuevas de Altamira. En el contexto religioso, también han estado muy presentes. En principio, nada que objetar, pues forma parte de nuestra manera de ser. El problema está cuando el signo cae en el terreno de lo ideológico o contradictorio. Por ejemplo, en el caso de la llamada opción por los pobres, muchos han cambiado la clásica cruz de metal por una de madera. ¿El objetivo? Demostrar que están comprometidos en la causa (sin duda, noble) de la justicia. Aunque no hay nada de malo en eso, pues la lucha contra la pobreza está presente en el Evangelio, conviene preguntarnos: ¿en qué ayuda a una familia que se muere de hambre el que usemos un material en vez de otro?, ¿no habrá de fondo la tentación sutil de una moda entre social y religiosa o, incluso, una actitud un tanto mesiánica? Y, en la misma línea, también conviene cuestionarnos, si de austeridad se trata, ¿qué material durará más? Porque quizá lo que vale la cruz de metal equivale al precio de tres de madera que se van a deteriorar mucho antes, requiriendo su respectivo cambio. Lo anterior, aplica también para cierto tipo de calzado que, aunque pueda verse informal o de paisano, en realidad resulta muy caro en varios comercios, lo cual, choca con la austeridad que se pretende proponer. Hay zapatos cerrados que, sin ser sandalias, pueden verse formarles, pero mucho más baratos. De modo que, como enseña el dicho, “no todo es lo que parece”.
Hacer lo que esté a nuestro alcance para erradicar la pobreza debe ser una prioridad; sin embargo, como decía San Ignacio de Loyola, hay que profundizar en nuestras intenciones. Santa Teresa de Calcuta no se quedaba en un signo. Antes bien, aterrizaba activamente sus convicciones. La pobreza no se combate con un tipo de madera o tela, sino a partir de cuatro puntos:
- Conciencia (desde la fe) del problema.
- Contacto directo con la realidad.
- Ofrecer un servicio que acompañe la evangelización (salud, educación, etc.).
- Una vez preparados, ayudarles a conseguir empleo.
Por lo tanto, hacemos un llamado a interiorizar ciertas expresiones simbólicas para ver si ayudan o, en realidad, son una moda que desvía la atención. El mundo no pide categorías sociológicas, sino la capacidad de responder con acciones concretas desde la oración. Es decir, aplicar lo que hemos reconocido de parte de Dios y no perdernos en cuestiones de fachada. Así, los más vulnerables, no serán una opción que se pueda rechazar, sino una exigencia evangélica de trabajo junto con ellos, creando un puente de solidaridad entre las grandes ciudades y las periferias.