“Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer”. (Mc 6, 30-31)

 

Jesús, con su ejemplo personal, con sus palabras y con lo que mandó hacer a sus apóstoles, nos está dando un mensaje lleno de equilibrio y madurez humana. Ese mensaje nos dice que es imprescindible y urgente trabajar, pero que es imposible hacerlo si no se está lleno de fuerza y de decisión, para lo cual es fundamental encontrar tiempo para estar con Él, que es la fuente de toda gracia, de toda fuerza, de toda motivación generosa. El mundo nos espera para oír el anuncio del Evangelio, para recibir de nosotros un buen testimonio, para levantar al caído, construir la paz, vestir al desnudo o consolar al triste. Pero ¿cómo vamos a ser capaces de hacer todas esas cosas tan difíciles y generalmente agotadoras, si estamos secos por dentro?. Por eso, el Señor quiso que nos nutriéramos de Él, verdadera fuerza y verdadero alimento. Y quiso también que no engordáramos, es decir que transformáramos en trabajo las energías que recibimos de Él.

Si eres dado a un extremo -tanto si es el trabajo como si es la oración-, piensa que el verdadero camino católico es el equilibrio, la madurez. O dicho de otro modo: el camino de Cristo es el amor, pues ese es el mandamiento que nos dejó el Señor. Pero no sólo se ama cuando se reza o no sólo cuando se trabaja. Así pues, reza y trabaja. Ama siempre, cuando rezas y cuando trabajas. Reza por amor y trabaja por amor.