Anoche disfruté de un inspirador paseo con mi vecino de blog Alex Navajas y como de costumbre intentamos solucionar todos los problemas del mundo y de la Iglesia mientras caminábamos bajo un nublado cielo nocturno con la ciudad de Madrid y sus luces de fondo.
No se trataba de hablar de escándalos ni de problemas varios, aunque lo hicimos, sino de desahogarnos hablando por un momento de esa insaciable sed que tenemos de ese algo que está por venir y que aún no llega para la Iglesia de hoy en día.
Como el cielo de anoche, la sensación de tormenta contenida que tiene que descargarse en algún un momento se nos hacía cada vez más obvia a los dos.
Hablábamos en nuestro caminar nocturno de que cada época tuvo su San Francisco, su Santa Teresa o San Ignacio. Momentos de la Iglesia en los que alguien vio un camino dónde otros no veían más que una peligrosa innovación que amenazaba el statu quo reinante.
Dios inspiró e iluminó a quienes servirían de inspiración y ejemplo para algunos de sus contemporáneos y para muchos de los que vinieron detrás, trayendo algo fresco y nuevo a una Iglesia en situación de sequía, de impasse o de abierta decadencia.
Reconozcámoslo, son tiempos difíciles para la Iglesia, y no precisamente porque el Papa Benedicto XVI se vea difamado y vilipendiado en los medios de comunicación, pues eso no es sino la confirmación de que anda por el buen camino e incomoda al mundo presente.
Lo difícil no es que la identidad de lo cristiano se vea amenazada por los enemigos de la Iglesia, ni que nos quiten los crucifijos, ni que persigan las escuelas católicas, ni aún que se promulguen leyes injustas como la del aborto. Para mí esos no son más que síntomas, y nos equivocaríamos si sólo nos dedicáramos a defender nuestra identidad encastillados en pensar que basta con devolver un crucifijo a la pared o cambiar una ley, para que la sociedad se recristianice
Para mí ahí no está el problema, hay que buscarlo en otro lugar y para algunos puede que el problema sean los escándalos a los que hemos asistido en ese patíbulo mediático interesado, fomentado por quienes obviamente actúan con su agenda antieclesial.
Los escándalos presentes son desde luego tormentosos- léase temas como los de Irlanda y la Legión de Cristo. Pero tampoco creo que ése sea el problema principal de la Iglesia de hoy en día, pues hay una aplastante mayoría de gente buena en la barca de Pedro que salva, con su entrega y sinceridad, lo que unos pocos- por la razón o debilidad que sea- han puesto en peligro faltando a la moral y la más elemental decencia humana.
Para mí el problema no son ni escándalos, ni persecuciones, ni la deserción masiva de la Iglesia, ni la caída de los números de asistencia en picado, sino algo mucho más sutil, que está en la raíz de la descristianización que vivimos actualmente.
El Papa hablaba de ello ante el Pontificio Consejo para la Cultura en marzo de 2008, al advertir de los peligros del secularismo que atañe a los bautizados, incluyendo los pastores, y “se manifiesta en el seno de la Iglesia. Desnaturaliza la fe cristiana, el estilo de vida y la conducta cotidiana de los creyentes”.
En otras palabras, en muchas instancias se vive un cristianismo dañado por el secularismo, haciéndolo desnaturalizado, o lo que es lo mismo, apartado de lo que genuinamente es su esencia.
Al secularismo ambiente, infiltrado en la iglesia actual, hay que sumar la más que patente inadaptación a la cultura postmoderna, que nos hace mantener un discurso moderno, justo y verdadero, pero absolutamente ininteligible para el hombre de hoy en día.
El resultado es que nos encontramos con una Iglesia fiel, llena de gente buena, que asiste con perplejidad a cómo se vacían las iglesias sin que parezca que el mensaje cristiano tenga posibilidad alguna de llegar a la gente de la calle, reduciendo la iglesia a un remanente de personas que no saben cómo hacer que llegue el reemplazo y cada vez son menos.
Si como dice el Papa el problema está dentro, la lógica consecuencia es que hace falta una seria autocrítica y una capacidad de reforma al estilo del Espíritu Santo, de las que van de dentro afuera, sin obsesionarse en culpar y combatir a los elementos externos que han llevado a esta situación.
Y claro, la reforma viene del Espíritu Santo, y para ello Dios suele actuar por medio de hombres y mujeres, comunidades, inspiraciones…y eso, ni más ni menos, es lo que esperamos de El en nuestras atrevidas conversaciones nocturnas, sin que por supuesto pretendamos estar en posesión de la verdad absoluta.
Gracias a Dios siempre hay signos de esperanza, como la luz verde que me mostró Alex anoche, la cual está en el piso 33 de una de las nuevas torres rascacielos de Madrid, indicando la presencia de un sagrario y se puede divisar a kilómetros de distancia.
Sería injusto decir que toda la Iglesia está mal, y que no hay faros de luz y gente comprometida, maravillosa y bendecida por Dios…pero paseando por la noche de Madrid, con un cielo encapotado y deseoso de derramarse en lluvia, no podíamos evitar pedirle a Dios que cayera como agua viva para refrescarlo todo y que fuéramos testigos de un nuevo florecer.
Al fin y al cabo hace muchos años que no surge un nuevo movimiento, un Juan Pablo II, una madre Teresa o un Kiko Arguello de turno…¿se imaginan si ocurriera hoy en día?