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HOMILÍA DE MONSEÑOR ÁNGEL PÉREZ PUEYO, Obispo de Barbastro-Monzón

En la apertura de la causa de canonización de 252 mártires de la persecución religiosa

¡SE LO DEBÍAMOS!

-¿A dónde van –preguntó Martina a su abuelo– los que se mueren?

-Al cielo.

-Y, ¿dónde está el cielo?

-En un lugar lejano y a la vez muy cercano. Es un lugar bellísimo, de grandes y hermosas praderas, donde viven las personas transparentes. «¡TRANSPARENTES!»

-Todo lo que existe, en un cierto momento, cambia de estado… pasa por una «puerta» a otro mundo, el mundo de la LUZ y allí vive para siempre. Allí todo vive en la LUZ del amor de AQUEL que las ha creado.

-¡Entonces! Nada se pierde para siempre. 

 

Con esta hermosa imagen que he tomado de Susana Tamaro, en su libro Tobias y el ángel quisiera deciros que el abuelo de Martina tiene razón. En la vida no sólo existe lo que se ve… hay unas «puertas» que cuando las abres, te trasladan a un mundo real aunque invisible. Te ofrecen una mirada nueva, un lenguaje nuevo, una sensibilidad nueva… Con frecuencia, las personas no las abren porque no logran verlas. Si acertaran a descubrirlas y traspasar su dintel, percibirían la vida desde abajo y desde adentro, en toda su profundidad y trascendencia. Y se sorprenderían cómo la propia vida pende de una mirada divina que todo lo ilumina. 

¿Será por ello, como nos refiere la Palabra de Dios que acabamos de proclamar, que los hombres y mujeres de nuestro pueblo, desde su humildad y sencillez, son más sensibles para adentrarse en el MISTERIO y desentrañar los secretos de Dios? ¿Descubrir –como nos refiere la lectura del Apocalipsis– que hemos sido creados con un corazón inmortal que sólo puede ser llenado y satisfecho por Aquel que lo ha creado? 

Los mártires no han caído del cielo con los bolsillos repletos de estrellas. Han nacido en una familia, como la nuestra, han crecido y madurado humana y cristianamente con nuestra gente. Han llegado a descubrir que la verdad más profunda, pese a las contrariedades que les pueda tocar vivir, es responder con autenticidad a una única pregunta: desde dónde quieres Señor que te ame, te sirva o te siga. El martirio no es fruto de un proyecto humano o de una hábil estrategia… es simplemente un don, un regalo de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que de repente entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino. Cada uno encontró su propia vocación martirial asumiendo el proyecto que Dios tenía sobre él. En dicho proyecto cada uno encontró su verdad y, aunque pueda resultar paradójico, esta verdad les hizo sentirse realmente libres. No nos sorprende, por tanto, el ansia de martirio que se respiraba en los seminarios y noviciados españoles ni las prisas de eternidad que tenían la mayoría. 

A través de su testimonio de fe podemos aprender que cuando nadie repara en ti, ni te entienden, cuando te silencian o «ningunean», cuando todo se tuerce o fracasan todos tus proyectos… sólo la fidelidad al Padre, el abandono de fe, la entrega en obediencia martirial que vivió Jesús, te ayudarán a descubrir paradójicamente cómo también se puede «perder» y, sin embargo, «ganar». Así nos lo hicieron saber a través de testimonios como estos dos que os comparto: 

Desde que aquellos 331 hijos del Alto Aragón se marcharan a la ciudad de la luz, a las vastas y hermosas praderas donde viven eternamente los hombres y mujeres transparentes, hemos aprendido –como acabamos de proclamar en el Evangelio– que nada se pierde para siempre… 79 de ellos han sido ya beatificados.

Evoco hoy sus nombres con emoción contenida: el obispo Florentino, el gitano Pelé, los 2 curetas de Monzón, los 18 benedictinos, los 51 claretianos, los 5 escolapios, el sacerdote Vicente Montserrat -beatificado en Almería- y los pongo como intercesores ante el Padre por cada uno de los que integramos hoy esta Diócesis para que nos esperen en el cielo, cuando, el día menos pensado, cambiemos de estado para vivir eternamente en la LUZ del amor de Aquel que un día nos creó. También a los 252 cuyo proceso diocesano abriremos al terminar esta eucaristía (210 sacerdotes, 5 seminaristas, 34 seglares y 3 religiosas contemplativas del monasterio de Santa Clara en Monzón).

[En la víspera de la apertura de la Causa de beatificación de estos 252 siervos de Dios, las clarisas de Monzón se han desplazado a Peralta de la Sal, a dejar unas flores y una oración en el lugar donde tres de sus hermanas fueron martirizadas el 2 de octubre de 1936].

Son nuestros testigos, la joya de la corona, que fecundará nuestra Diócesis de nuevas vocaciones. Así quedó, salpicada de cruces nuestra geografía diocesana. Se lo debíamos. Y hoy saldamos esta deuda de gratitud con todos ellos. 

Si cambiáramos Barbastro por el Alto Aragón oriental, aquellas palabras pronunciadas el 15 de noviembre de 1992 por el actual cardenal Aquilino Bocos, seguirían conmoviéndonos también hoy y tendrían la misma o mayor vigencia y actualidad que entonces. Las quiero volver a reproducir para que os sintáis orgullosos y al mismo tiempo podáis evocarlas sin complejos a unos y a otros: 

Barbastro [El Alto Aragón oriental] regado con la sangre inocente de sus mártires pasará a la historia como lugar donde se escribieron una de las actas más bellas del martirologio de la Iglesia. Su nombre, será paseado por los cinco continentes como atalaya del espíritu, yunque de fidelidad y emblema de reciedumbre. La glorificación de estos mártires, y la de los que le seguirán, hace que Barbastro [El Alto Aragón oriental] no sea ya recordada como «altar de sacrificio» sino como «cátedra» elocuente que enseña a morir de pie –entre el canto y el perdón– a los testigos del evangelio. 

Os muestro también este manojo de tomillo que se ha convertido para nosotros en un verdadero sacramental porque encarna nuestra identidad martirial. Qué bonito y qué profundo simbolismo. El tomillo perfuma las manos de quienes cortaron la vida de nuestros mártires, arrancándolos de la tierra donde nacieron, entre cantos de bendición y de perdón. Tiene su sitio en la calle, donde agiganta su perfume, convertido por nuestras vidas en bálsamo de Dios para los hombres. 

Termino con esta décima de Juan de Pano inspirada en las últimas palabras de ánimo del beato mártir Faustino Pérez. El verso con que se inicia es copia del comienzo suyo: 

Vive inmortal 

Diócesis santa 

que Dios levanta 

tu palma martirial

Don celestial 

para el Altoaragón

Tú eres vida y perdón, 

sangre que hermana 

Iglesia Diocesana 

De Barbastro-Monzón 

 

Beatos mártires del siglo XX en España 

Beatos mártires del Altoaragón 

Rogad por nosotros 

+Ángel Javier Pérez Pueyo Obispo de Barbastro-Monzón