Es cierto que hay muchas “venidas” del Señor; como su primera venida en carne, la segunda y definitiva venida en gloria que tendrá lugar al final de los tiempos, la primera venida a nuestra vida personal que acontece cuando tenemos ese primer encuentro con Él, otras venidas intermedias que suceden a lo largo de nuestra vida que suponen momentos especiales de gracia y la última venida que tiene lugar al final de nuestra propia vida mortal.

El Señor viene y la Iglesia no ha dejado de orar a lo largo de su historia con esta oración tan sencilla como sublime, compuesta únicamente por tres palabras: “Ven, Señor Jesús”.

Los dos últimos versículos de la Biblia nos dejan buena constancia de ello: “Dice el que da testimonio de estas cosas: «Sí, vengo pronto». Amén. ¡Ven, Señor Jesús! La gracia del Señor Jesús esté con todos.” (Ap 22,20-21)

No cabe duda de que aquellos que hemos recibido la gracia de conocer al Señor y su gran amor para con nosotros, no podemos dejar de pronunciar ni un solo día esta oración que expresa nuestro anhelo y deseo de estar siempre con Él: ¡Ven, Señor Jesús! Deseamos que el Señor venga a nuestras vidas cada día, pero la expresión determinante de este profundo deseo es que venga de manera definitiva; al final de nuestra vida mortal y al final de los tiempos.

San Pablo lo expresó de manera clara y elocuente: “Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia” (Flp 1,21).

Por supuesto, esto no significa que esté deseando morirme o que haya olvidado que esta vida también es un don de Dios; lo que sucede es que, cuando descubro que Cristo es todo para mí, mis prioridades y deseos se ordenan. Ya no temo a la muerte porque no tiene la última palabra y además es la que abre la puerta a mi encuentro definitivo y total con Él.

Y cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?». (1 Cor 15,54-55)

¿Cómo es posible que nos preparemos de la mejor manera para un examen? ¿Cómo es posible que preparemos todas las cosas a conciencia cuando vamos a iniciar unos días de vacaciones? ¿Cómo es posible que tratemos de preparar nuestro corazón dignamente para participar en la Eucaristía dominical?

Es correcto y adecuado prepararnos bien para todos esos acontecimientos que van sucediendo en nuestra vida presente; sin embargo, ¿cómo es posible que no nos preparemos para ese gran momento que supone encontrarnos cara a cara con Aquel que ha cambiado para siempre nuestro lamento en baile?

A veces parece que vivimos como si nunca se fuera a terminar nuestra peregrinación por este mundo o bien parece que vivimos como si no hubiera un mañana que antes o después sabemos que llegará. Necesitamos vivir cada momento con las lámparas encendidas y siempre preparados porque no sabemos el día ni la hora.

 Yo no conozco el día en que me tocará partir, pero quiero estar dispuesto y con las maletas preparadas ya que podría ser la semana próxima, el mes que viene o al año siguiente. Estar preparado supone caminar ligero de equipaje, con los ojos en el cielo y los pies en la tierra.

“Maranatá” es una palabra aramea que consiste en una combinación de dos palabras que literalmente significa “el Señor viene”. Como tal, esta expresión aparece en la Biblia solamente una vez. El apóstol Pablo usó esta palabra aramea al final de su primera carta a los corintios, en el capítulo 16, versículo 22.

Esta oración está relacionada con la oración que Jesús enseñó a sus discípulos: “Venga tu Reino” (Mt 5,10; Lc 11,2). Cuando oramos por la venida del Reino de Dios, pedimos que Dios nos envíe a su Hijo, al Señor Jesús, para que venga y reine sobre nosotros como Rey y Señor de todo. Oramos para que Él venga a completar su obra redentora, a unir y hacer nuevas todas las cosas en Cristo.

Cuando nos encontramos en el tiempo de Pascua preparando un nuevo Pentecostés que renueve nuestros corazones, la Iglesia entera y toda la faz de la tierra, oramos clamando una vez más para que el Señor venga con su Espíritu: ¡Ven, Espíritu Santo!

Venga tu Reino implica que el Señor viene para prepararnos a recibir una nueva efusión de su Espíritu y el Espíritu Santo viene para prepararnos a recibir al Señor que viene: «Sí, vengo pronto». Amén. ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22,20).

 

Fuente: blog.evangelizacion.es