Uno de los elementos que más echamos en falta como sociedad es el futuro. Parece que en un mundo que se esfuerza por complacer al hombre, a este se le dificulta ejercer su capacidad de mirar y de vivir hacia adelante.
Atento a las demandas del mercado, y de procurarse la mayor cantidad de satisfacciones posibles, el hombre contemporáneo se encuentra disminuido con respecto a imaginar lo que vendrá, pues está demasiado ocupado en conseguir su bienestar corporal y mental.
El principio de la homoestasis freudiana aparece entonces hoy en otra forma, que Viktor Frankl denomina principio de ocio: una vez saciadas las necesidades básicas –libre de tensiones- el hombre aumenta su repertorio de necesidad, en la que aparecen innumerables necesidades innecesarias.
El sumergirse en un mar de deseos, que ofrece la sociedad de autoconsumo (Lipovetsky) le hace creer, efectivamente, que escoge y que es libre. Pero lo cierto es que la sobreestimulación y la multiplicación de deseos, lleva a una saturación que atenta contra la salud mental y a una frustración espiritual -el sentimiento de no hacer lo que siento que debería hacer con mi vida-, que Frankl denomina vacío existencial.
Esto lleva, a su vez, a una distorsión en la percepción de lo real, de la capacidad que tiene el hombre de captar y de interpretar la realidad. En ella pareciera que ya no fuera capaz de encontrar el sentido de su vida, de saber qué hacer ni a dónde ir. Pues, en su día a día tan cambiante y demandante, ya no es capaz de proyectarse, de ilusionarse, de soñar.
La vida instantánea, del presente continuo, lleva a una notable desvalorización del presente, pues éste pasa a carecer de proyección. Si lo propio del hombre es vivir el presente anticipando el futuro -lo que será-, lo propio del animal y del hombre reducido a su liberación de tensiones, es conformarse con la satisfacción de lo inmediato. Y cuando el hombre pierde su carácter futurizo (Marías), el presente pierde lo más humano. Todo, en función de satisfacer necesidades, termina por dar igual.
Como consecuencia del principio de ocio, el hombre corre el peligro de caer en la monotonía, en una inercia existencial. Esto es: deja que aquello por lo que un día creyó o decidió perseguir, muera por sí solo.
Gabriel Capriles
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