Ha llegado noviembre, el mes de la luz y de la esperanza. Nuestra mirada se dirige directamente al inmenso altar del Reino de los cielos, en la festividad de Todos los Santos, la fiesta del Pueblo de Dios, la fiesta de la santidad escondida, anónima, silenciosa. Es la fiesta de todos aquellos hermanos y hermanas que oraron en secreto, se perfumaron mientras ayunaban, cuya mano izquierda nunca supo de la limosna que daba la mano derecha. Es la fiesta de quienes vivieron desde la fe su pobreza, el hambre, el sufrimiento, el llanto, la incomprensión, la persecución. Es la fiesta de los pacíficos, los misericordiosos, los limpios de corazón. Esa es la santidad, reconocida oficialmente o no. Esos son los preferidos de Dios. Noviembre nos invita a visitar los cementerios, en el recuerdo encendido de los seres queridos que se marcharon de este mundo. Benedicto XVI nos ha dejado esta breve meditación sobre la muerte:
"Dios está siempre
con nosotros.
Incluso en las noches
oscuras de nuestra vida,
no nos abandona.
Incluso en los momentos
difíciles, está presente.
E incluso en la última
noche, en la última soledad
en la que nadie puede acompañarnos,
en la noche de la muerte.
La bondad de Dios siempre
está con nosotros".
Hermosa plegaria de luz y de esperanza.