Acabo de regresar de mi periplo por las Américas y me pongo delante del ordenador a esbozar un par de pensamientos acerca de este viaje que me ha llevado a República Dominicana y a Puerto Rico.
De Latinoamérica se pueden decir muchas cosas, y una de las mejores es la religiosidad que se respira allá por donde vayas.
Aunque en una ciudad como Santo Domingo no se vea una iglesia a la vuelta de cada esquina, como a veces ocurre en las grandes ciudades europeas, lo que se ve y se oye por todos lados es el nombre de Dios.
Ya sea en letreros, en grafitis, en los nombres de los comercios, en coches, taxis o a la puerta de las iglesias, la gente no se avergüenza de Cristo delante de los hombres y no tiene ningún reparo en exhortarte a creer en Dios.
Uno puede pasear por cualquier barrio y escuchar una conferencia cuaresmal que están dando por la radio, oír a la vecina de al lado canturreando canciones de Marcos Vidal y encontrarse con que en el piso de arriba han improvisado un grupo de oración y están alabando a Dios a voz en alto.
Basta también acercarse a cualquier tienda, para encontrar entre utensilios varios un ejemplar del devocional mensual que contiene las lecturas de la Misa, ya sea en una ferretería o en el colmado de la esquina.
Si algo está claro es que el pueblo cree, y todo esto se puede sentir y oír en lo cotidiano, mezclado con el caos y el desorden, en medio la dureza de una sociedad llena de corrupción e injusticias.
A mí me impresiona especialmente ver cómo en el día del cumpleaños los padres bendicen a sus hijos en nombre de Dios, y alguna gente se despide de un perfecto desconocido, como puede ser el taxista que te lleva al aeropuerto, diciendo: “Que Dios le bendiga”; a lo que invariablemente se responde “Amén hermano”.
Por supuesto no es oro todo lo que reluce, ni todo el monte es orégano, y no se puede generalizar, pero desde luego es algo distinto a lo que se ve y se siente en nuestro país. Ciertamente para cualquier visitante Latinoamericano, España resulta un lugar frío e indiferente en lo religioso, pues ellos están acostumbrados a vivirlo en la calle, sin pudor alguno.
No es que en España esto no pase, pero cada vez es más infrecuente. Allá es normal encontrar en el supermercado una sección llena de velas para rezar en la casa, con la patrona del lugar o la Virgen de Altagracia, o el santo de turno, cosa que he visto en España en raras ocasiones sobretodo en Andalucía.
La experiencia de lo cotidiano tan cercano y natural es sumamente interesante, le hace a uno reflexionar acerca de cómo se formó el imaginario popular y el idioma que hablamos en nuestro país.
Cuando uno oye a la gente bendecir a otros en la calle, se da cuenta de por qué se usan expresiones como “Adiós”, que contienen una bendición “Vaya con Dios” y le evoca otros tiempos en los que la gente probablemente era de la misma manera por aquí.
Podría seguir con mil detalles más, y está claro que las comparaciones son odiosas, y nada es de color blanco y negro. Cada sociedad tiene sus grandezas y sus miserias, lo cual no quita para alabar lo bueno y celebrar que todavía haya sitios donde el nombre de Dios no está censurado y marginado en todo lo público.