«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Queridos hermanos:
Estamos celebrando el II domingo de Cuaresma. En la primera Palabra del libro del Génesis le dice Dios a Abrán: “Mira el cielo y cuenta las estrellas si puedes”. Imposible. “Así será tu descendencia”, la descendencia será la Fe. Y se presenta el Señor diciendo: “Yo soy el Señor, que te sacó de Ur de los Caldeos, para darte en posesión esta tierra”. Y así, Dios hace una alianza con Abrán. Esta Alianza nos hace ver que no estamos solos, nos hemos aliado con uno más fuerte que nosotros, que es el Dios de Jesucristo. Y así, en ese sueño profundo que tiene Abran Dios hizo esta Alianza.
Por eso respondemos con el Salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? No me escondas tu rostro”. Hermanos, el cristiano vive contemplando el rostro de Jesús.
La segunda Palabra que es de San Pablo a los Filipenses nos dice que hay muchos que son enemigos de la Cruz de Cristo, sólo aspiran a las cosas terrenas. Hermanos, esta Pandemia nos está enseñando a mirar a nuestra verdadera Tierra que es el Cielo. “Somos ciudadanos del Cielo”, dirá San Pablo.
Por eso cantamos el Aleluya diciendo: “Este es mi hijo, el amado, escuchadle”
Muy importante lo que dice antes la oración colecta, nos manda a escuchar, a alimentarnos de la Palabra de Dios y contemplar gozosos la gloria de su rostro.
En el Evangelio de San Lucas se nos presenta la Transfiguración. Dice que subieron a una montaña, que hace presente al Sinaí, y que el rostro de los discípulos, Pedro, Juan y Santiago, se transformó, y sus vestidos brillaban blancos; y conversaban con Moisés y Elías, es decir con los cinco primeros libros de la escritura y con los profetas. ¿Y de qué conversaban? Conversaban del Misterio Pascual, de ir a Jerusalén.
Muy importante lo que dice el Prefacio: “La Pasión es el camino de la Resurrección”, esto lo tiene siempre presente Jesús. Pero es importante también saber a dónde van los discípulos. Dice “que Jesús subió al monte con sus discípulos para orar” y ahí hubo una transfiguración, a través de la oración. Por eso la oración del cristiano transforma y hace presente que somos ciudadanos del cielo. Dirá San Ambrosio: “¿Para qué preparar tres tiendas?, porque su tienda no está en la Tierra sino en el cielo”. Por eso hermanos tenemos que hacer presente muy bien nuestra misión. La verdadera oración consiste en unir nuestra voluntad a la de Dios. Para un cristiano orar no equivale a evadirse de la realidad y de la responsabilidad, implica, sino, asumir a fondo la historia, entrar en la cruz. Jesús experimentará la angustia mortal, que es aceptar la voluntad de su Padre. Por eso dirá San Lucas: “Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. La oración no es evadirse de la historia, sino que es, más bien, afrontar la historia. Estaban en la fiesta de las tiendas y Pedro en el pavor hubiera querido evadirse: “que bien se está aquí”, dice, sin embargo, al subir al monte. Esto no significa abandonar la Iglesia ni escapar, si no ser verdaderamente cristiano.
Pues bien, hermanos, que esta Palabra nos ayude a contemplar lo que nos dice el Señor, y a hacer presente nuestro destino. ¿A dónde vamos?
Hermanos, nuestra tierra es el cielo y que este cielo habite en medio de vosotros y de vuestras familias.
Que el señor os bendiga con su paz.
+ Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao