Este jueves es el Corpus Christi, la solemnidad del Cuerpo de Cristo, uno de los tres jueves que relucen más que el sol junto con el Jueves Santo y el día de la Ascensión. Este año, además, el Corpus cae un día después del 150 aniversario del nacimiento de Chesterton, una buena excusa (si es que necesitáramos alguna) para hablar de Chesterton y la Eucaristía.

Chesterton, como otros conversos, por ejemplo Newman, tenía una gran devoción a la presencia real de Cristo en la Eucaristía, un tesoro al que habían accedido gracias a abrazar la fe católica. En el caso de Chesterton, este amor a la Eucaristía se desarrolló especialmente durante el periodo en el que estaba preparando su biografía de Santo Tomás de Aquino.

Quedó Chesterton fascinado por los himnos eucarísticos compuestos por Santo Tomás. Uno de ellos, Lauda Sion Salvatorem, concluye con dos estrofas que los amigos de Chesterton testimoniaban que éste se había aprendido de memoria y recitaba habitualmente, de modo especial los últimos años de su vida, cuando acompañaba la recitación con golpes de su puño contra el brazo de su sillón:

    Bone pastor, panis vere,

    Jesu, nostri miserére:

    Tu nos pasce, nos tuére:

    Tu nos bona fac vidére

    In terra vivéntium.

 

    ¡Oh Buen Pastor, Pan verdadero,

    oh Jesús nuestro, ten misericordia de nosotros!:

    apaciéntanos y cuídanos;

    y haznos contemplar los bienes verdaderos

    en la tierra de los vivientes

 

    Tu, qui cuncta scis et vales:

    Qui nos pascis hic mortáles:

    Tuos ibi commensáles,

    Cohærédes et sodáles,

    Fac sanctórum cívium.

    Amen. Allelúja.

 

    ¡Tú que sabes todo, y todo lo puedes,

    tú quien a los mortales nos apacientas,

    haznos tus invitados,

    herederos y compañeros

    con los Santos del cielo!.

    Amen, aleluya.    

Otro de los himnos de santo Tomás de Aquino que cautivaron a Chesterton es O Salutaris Hostia, escrito también para la fiesta del Corpus Christi. Destacaba sus palabras finales: in patria, que según él “lo dice todo… el cielo es nuestra tierra natal”.

Pero las referencias eucarísticas de Chesterton no son sólo glosas a los himnos de santo Tomás. Dirigiéndose al Congreso Eucarístico de Dublín en 1932, escribió Chesterton: 

“La palabra Eucaristía es un símbolo verbal, podríamos decir una vaga máscara verbal, de algo tan tremendo que tanto su afirmación como su negación han parecido como una blasfemia; una blasfemia que ha sacudido al mundo con un terremoto que dura dos mil años”.

Para Chesterton la creencia en la presencia real en el Santísimo Sacramento es la piedra de toque de la verdad que había encontrado: “En cuanto a la Transubstanciación, sugeriría educadamente que, para la mayoría de quienes tienen algo de sentido común, hay una considerable diferencia práctica entre un Jehová presente en todo el universo y Jesucristo entrando en una habitación”. Y es que la Eucaristía, a la que muchos nos podemos haber acostumbrado, es un misterio muy grande, tanto que Chesterton confesó estar “asustado ante esta tremenda Realidad”.

Y cuando le preguntaron a Chesterton qué haría Cristo si volviera hoy a la tierra, respondió:

“La respuesta está muy clara; y para los que comparten mi fe sólo hay una respuesta. Cristo está ya en la tierra hoy, vivo en mil altares, y Él resuelve los problemas de la gente exactamente como lo hizo cuando estaba en la tierra en el sentido más ordinario. Es decir, resuelve los problemas del número limitado de personas que deciden, por su propia voluntad, escucharle”.

Ojalá, siguiendo el ejemplo de Chesterton, renovemos nuestra devoción por la Eucaristía, nos admiremos y estremezcamos ante un misterio tan enorme y tan potente.