Líbranos del mal (II)
El misterio de una libertad rebelde
«El niño con el pijama de rayas» narra la aventura del pequeño Bruno que se traslada con sus padres y su hermana adolescente Gretel de la ciudad al campo por el trabajo de su padre que es militar. Sale perdiendo con el cambio y se aburre pues está casi encerrado en el caserón donde viven, hasta que encuentra a un niño -que viste un extraño pijama de rayas-, y establece amistad con él. No sabe Bruno que su padre es el comandante del campo de concentración para judíos tratados como ganado, y que van siendo eliminados en las cámaras de gas.
Esta obra es un canto a la amistad, al respeto al diferente, un homenaje a la inocencia. Pero es un cuento que acaba mal e invita a la reflexión sobre la dinámica del mal, la espiral del pecado que acaba por invadirlo todo. De ahí que tenga mucho sentido la petición que hacemos todos los días en el Padrenuestro: «No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal».
Empezó con la gran rebelión de ángeles
Sabemos que los ángeles fueron constituidos en el estado de gracia destinados a contemplar a Dios. Pero antes de alcanzar este fin regalado pasaron por una prueba adecuada a su plena libertad a fin de tener mérito; los que vencieron alcanzaron definitivamente el Cielo, y los que no quisieron obedecer lanzaron el primer grito de soberbia contra Dios –non serviam, no serviré-, que está en la raíz de todo pecado. Como consecuencia de esta rebelión, perdieron los dones divinos que los enriquecían y se pervirtieron inaugurando para siempre al Infierno. Una situación inmortalizada por el escultor Bellver en su imagen del Ángel Caído situada en el Parque del Retiro en Madrid.
La antropología cristiana ha destacado siempre el carácter personal del hombre y su condición de interlocutor libre de Dios, sin trivializar nuestra libertad ni la realidad del mal, que está presente en el mundo y se opone a los planes de Dios y a la dignidad del ser humano. Por eso cada uno tiene conexión con Dios y capacidad de seguirle o bien oponerse.
En ese contexto se entiende la existencia del Infierno creado para el demonio y sus ángeles rebeldes, pero también como posibilidad real para el hombre que abusa de su libertad para rechazar a Dios. En cambio, escandalizarse por el Infierno o negar su eternidad equivale a no creer en la libertad humana ni en la consistencia de la historia como misteriosa articulación de gracia y libertad.
Las exhortaciones de Jesucristo y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del Infierno son una llamada a la responsabilidad, pues la fe católica no es nada determinista. Y es que Dios no destina a nadie al infierno no interfiere en su decisión, aunque su voluntad cristalice para siempre en el rechazo voluntario de Dios.
Lejos de Dios para siempre
Cuando se compara el Infierno con una prisión tenebrosa, un tormento continuo, o un fuego inextinguible –como hizo Dante en su Comedia-, se hacen analogías que acercan nuestro entendimiento a una realidad que no podemos imaginar en la tierra, sino tan sólo compararla con los peores tormentos conocidos. No sólo físicos sino morales, principalmente por el fracaso definitivo de la persona en su capacidad de amar y hacer el bien.
La doctrina de la Iglesia referente a la eternidad de las penas del Infierno ha chocado con quienes sostienen una especie de amnistía final, pero que no tiene base en la Revelación y ha sido rechazada en sus enseñanzas. Porque de lo contrario, el “diálogo” entre dos libertades, la divina y la humana, quedaría en un simple monólogo de una única libertad sin contar con la libertad humana.
Finalmente, de acuerdo con la fe católica, el mal no es algo genérico sino realidad de una voluntad torcida, y sobre todo un ser personal, llamado demonio, satanás, diablo, lucifer, o maligno, juntos con otros ángeles rebeldes. En definitiva, unas criaturas buenas creadas por Dios se han hecho malas, transformando voluntariamente el amor en odio irreconciliable contra el Creador y contra su mejor obra en la tierra, el ser humano.
El Compendio del Catecismo destaca la especial relevancia que la petición de ser librados del mal, sobre todo del pecado y del demonio, porque es origen de todo otro mal: «El mal designa la persona de Satanás, que se opone a Dios y que es "el seductor del mundo entero" (Ap 12,9). La victoria sobre el diablo ya fue alcanzada por Cristo; pero nosotros oramos a fin de que la familia humana sea liberada de Satanás y de sus obras. Pedimos también el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo, que nos libará definitivamente del Maligno» (Compendio, n. 597).