En ocasiones me porto mal, hago daño a otros, doy voces, tiro cosas al suelo, digo palabrotas u otras cosas feas, doy portazos, hablo con dureza… En resumen, caigo en el pecado: de soberbia, de faltas de caridad, de omisión de hacer el bien.
Son tendencias que tengo muy arraigadas dentro de mí y que a menudo salen a la superficie, dejando mucho que desear de mi persona. Pero me pasa. Porque soy humana, imperfecta y el pecado original dejó su cicatriz en mi interior.
Cuando hago estas cosas me veo a mí misma como una hidra, un monstruo de 7 cabezas, un fraude. Porque soy la misma que ha escrito 100 artículos o más en este blog, la misma que cada 2 jueves habla de su experiencia de Dios, de cómo ser buen cristiano en este mundo tan deshumanizado y tan descristianizado, de cuánto nos ama Dios, de cómo vivir el dolor y el sufrimiento con espíritu cristiano… Y pienso: ¡Dios mío, si los lectores del blog me vieran ahora, me oyeran ahora, se quedarían tiesos! ¿Con qué cara escribo lo que escribo, haciendo lo que hago y siendo como soy?
Pues esta soy yo. No soy 2 personas sino 1, bastante imperfecta, con defectos y pecados. Como todo el mundo en realidad, o casi. ¡Menos mal que Cristo inventó el sacramento del perdón, donde me limpia de toda mi suciedad y recarga el depósito con su Gracia para fortalecer mi alma y que cada vez peque menos y obre más el bien!
Volviendo al tema, cuando me siento así a menudo me viene a la cabeza una imagen: los pinceles de Velázquez. Es uno de los pintores que más admiro. Un artista fuera de serie, eso nadie lo pone en duda.
Pues bien, Velázquez utilizaba pinceles para crear sus obras de arte. No pintaba con los dedos, ni con esponjas ni con trozos de patata. Tendría una buena cantidad de pinceles de distintas clases: más gruesos, más finos, más largos, más cortos, redondos, planos, de pelo de oreja de buey, de turón, de pony… yo qué sé, lo que le conviniera más en cada ocasión.
Nunca sabremos si los pinceles que utilizó para pintar Las Meninas, por poner un ejemplo, estaban limpios o sucios, si tenían todos sus pelos o estaban despeluchados, si a don Diego le resultaba cómodo utilizarlos o no. Lo que sí sabemos y sabrá toda la humanidad hasta el fin del mundo es que Velázquez es un artista de máximo nivel, un genio, y que para crear sus obras se sirvió de unos instrumentos llamados pinceles en los que nadie se para a pensar jamás.
Fuera cual fuese el instrumento que utilizase crearía arte porque el artista era él, no los pinceles ni los lápices ni los carboncillos.
Pues esta idea me consuela y me da paz cuando estoy en modo “hidra”: no soy un fraude, no soy una hipócrita, soy un instrumento muy vulgar y corrientito del que se sirve el Espíritu Santo para ir soplando ideas que nos lleven a acercarnos a Dios, a una vida cristiana, a conocer más a Cristo. Y sí, se nota que el artista es Él, porque vaya joyita de pincel ha escogido habiendo tanta gente estupenda en el mundo...
Yo deseo ser un instrumento dócil, dejarme llevar por la mano del Artista por donde Él quiera para crear su obra, su arte, tomar parte en las obras de este Artista Divino.
Hay una canción que ilustra divinamente esta idea de dejarse llevar por el soplo del Espíritu Santo para llegar al puerto del Cielo: Sopla tu viento, del Grupo Betsaida.
Escúchala con los ojos cerrados y los oídos bien abiertos: sentirás el movimiento del mar, las olas meciendo la barca y cruzándose unas con otras, el viento soplando libre y acariciando tu pelo, el sonido del agua… ¡es una maravilla, hasta verás al Espíritu llevando el timón!
SOPLA TU VIENTO (Original Grupo Betsaida)
Sopla tu viento Señor, para navegar
Porque sólo a tu puerto, quiero llegar.
Sopla, quiero llegar.
Sopla tu viento, Señor
Sólo a tu puerto, quiero llegar.
Sopla tu viento
Ven Espíritu de Dios
Haz tu morada en mí
¡Ven habita en mí!
Sopla tu viento Señor,
Pon el ancla en tu corazón,
Si Tú nos guías Señor
Juntos al Cielo, podremos llegar.