«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.»
Hermanos, estamos ante el domingo XXV del tiempo ordinario, y la Iglesia nos presenta una reflexión profunda sobre la justicia, el orgullo y la humildad. La primera lectura está tomada del libro de la Sabiduría y nos dice: "Acechemos al justo, porque nos resulta incómodo". ¿Por qué el justo es incómodo? Porque aquel que vive el Evangelio, con su vida y su comportamiento, señala las faltas y los pecados de los demás, lo que provoca incomodidad y rechazo. La lectura nos invita a observar cómo aquellos que buscan hacer el bien, que tratan de vivir según los mandatos de Dios, son a menudo objeto de persecución. "Lo condenaremos a muerte ignominiosa", dice el texto, porque el justo siempre ha sido incomprendido y rechazado por aquellos que prefieren vivir en la oscuridad.
El justo, aquel que sigue a Cristo, es testimonio de la verdad y la luz en medio de un mundo que a menudo prefiere la mentira y la oscuridad. Esto nos lleva a pensar: ¿Qué significa para nosotros ser justos? Ser justo es aceptar ser cristiano, vivir conforme al Evangelio, y estar dispuesto a enfrentar la incomodidad y el rechazo, incluso cuando es difícil. El camino de la justicia no es fácil, pero es el camino que Dios nos llama a seguir.
En respuesta a esta primera lectura, el salmo 53 proclama: "El Señor sostiene mi vida". Este salmo es un grito de confianza en Dios, especialmente en medio de la adversidad. El justo se apoya en el Señor porque sabe que, aunque el mundo se vuelva contra él, Dios está a su lado. "Dios es mi auxilio", dice el salmista. Esto nos recuerda que, aunque la vida cristiana sea a veces difícil y llena de desafíos, no estamos solos. Dios sostiene la vida del justo, escucha nuestras súplicas y nos ayuda a perseverar. En un mundo lleno de incertidumbre, debemos preguntarnos: ¿En qué o en quién apoyamos nuestra vida? ¿Qué es lo que nos sostiene verdaderamente?
La segunda lectura, tomada de la carta del apóstol Santiago, nos ofrece una visión clara sobre el origen de las divisiones y las contiendas: "Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de maldad". Santiago nos invita a reflexionar sobre nuestras pasiones desordenadas. Estas son las que provocan las guerras, los conflictos y las tensiones entre nosotros. Muchas veces, pedimos cosas a Dios, pero no recibimos nada porque pedimos mal, buscando satisfacer nuestras propias pasiones, nuestros deseos egoístas. Esta lectura nos llama a purificar nuestras intenciones, a buscar la paz que viene de Dios, una paz que no se basa en las ambiciones o en las rivalidades, sino en el amor desinteresado y la verdadera humildad.
El Evangelio de San Marcos nos presenta uno de los anuncios más importantes de Jesús: "El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, lo matarán, y al tercer día resucitará". Sin embargo, los discípulos no comprendían lo que Jesús les decía. Estaban atrapados en sus propias preocupaciones y ambiciones, discutiendo entre ellos quién sería el más importante. Jesús, con su infinita paciencia, les enseñó que el verdadero poder no reside en la ambición, sino en el servicio. Les dijo: "El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos".
Este es un mensaje que nos desafía a todos. En nuestra sociedad, a menudo buscamos el éxito, el reconocimiento y el poder. Pero Jesús nos muestra un camino completamente diferente: el camino de la humildad y del servicio. Él nos invita a dejar de lado nuestro orgullo, nuestras ansias de ser los primeros, y a buscar el último lugar, el lugar del servicio. Solo así podremos entender verdaderamente lo que significa seguir a Cristo.
Jesús nos da un ejemplo claro al acoger a un niño, símbolo de la inocencia y la humildad, y al decir: "Quien reciba a uno de estos niños en mi nombre, me recibe a mí, y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado". Acoger a los más pequeños, a los más vulnerables, a los que no tienen poder ni influencia, es acoger a Dios mismo. Es una llamada a todos nosotros a ser servidores, a no buscar los primeros lugares, sino a aceptar con humildad el último puesto, como hizo Cristo.
Hermanos, el mensaje de este domingo es claro: somos llamados a la justicia, a la humildad y al servicio. No debemos temer ser incómodos si vivimos de acuerdo con el Evangelio, porque es Dios quien sostiene nuestra vida. No busquemos la grandeza en los ojos del mundo, sino busquemos ser grandes a los ojos de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien no vino a ser servido, sino a servir.
Que este espíritu de humildad y servicio habite en todos nosotros. Y que, al final de nuestros días, podamos decir que vivimos no buscando ser los primeros, sino sirviendo a los demás con amor, tal como Cristo nos enseñó.
Que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos vosotros, y permanezca para siempre.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao