“Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno.» Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo.» Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.» Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?» Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 28-35).

 

¿A qué se refería Jesús al decir que la blasfemia contra el Espíritu Santo no sería perdonada? Del texto evangélico se deduce que se refería a los que decían que estaba poseído por un espíritu inmundo o, lo que es lo mismo, que no era Hijo de Dios sino del demonio. Al decir esto, como su concepción fue fruto del Espíritu Santo, se estaba blasfemando contra la tercera persona de la Santísima Trinidad, aunque el que lo hiciera no fuera consciente de ello.

Pero había algo más. También se estaba insultando a la Santísima Virgen, su Madre. De hecho, el texto evangélico habla de ella a continuación. Decir que Jesús no es Hijo de Dios o que no fue concebido por el Espíritu Santo respetando la virginidad de María, sino que fue concebido por un hombre -San José u otro-, es una blasfemia que, advierte el Señor, no será perdonada.

Pero no basta con no ofender al Espíritu ni a María. Hay que defenderlos. Hay que defender la paternidad divina de Jesús y la inocencia, pureza y virginidad perpetua de María. Será una defensa pacífica ante tanta blasfemia, pero no debe ser nunca silencio por omisión que huele a cobardía