Sí señores, como lo oyen.
La próxima visita del Papa a Gran Bretaña, está produciendo entre los británicos algunas resistencias entre las cuales verbi gratia, el manifiesto contra la visita en la página web de Downing Street que han firmado hasta el momento unas diez mil personas. A decir verdad, Gran Bretaña no es un país mayoritariamente católico, y cuando hasta en los países más profundamente católicos hay personas a las que una visita del Papa molesta sobremanera, nada tiene de particular que algo así ocurra en un país en el que la minoría romana apenas asciende a un 15% de la población.
Si eso fuera todo, nada nuevo bajo el sol. Pero acontece que hay entre los británicos quienes... ¡¡¡quieren procesar al Santo Padre!!! Sí señores, procesar al Papa nada menos. Lo sorprendente del caso es que la ocurrencia no procede de cualquier activista callejero de los que ensayan sus discursos en el Speakers corner del Hyde Park de Londres, sino de un conocido abogado de nacionalidad australiano-británica, Geoffrey Robertson, quien la desarrolla en un artículo titulado “Sentar al Papa en el banquillo”, publicado nada menos que en The Guardian.
Ya habrán imaginado Vds. que la razón por la que el abogado quiere procesar al Papa es por el delito de pederastia cometido por algunos sacerdotes cuyo número no llega, en el peor de los casos, ni al 0,5 por mil del colectivo sacerdotal del mundo.
En el desarrollo de su teoría, el Sr. Robertson invoca a la jurisdicción universal de la que tan mal uso se ha hecho en nuestro país y que tan cuestionada está por los efectos insospechados que puede producir en la convivencia internacional, uno de cuyos principios indiscutibles es el de la no injerencia. Ignora deliberadamente también el Sr. Robertson, la teoría de la inmunidad diplomática que afecta al Papa como a cualquier Jefe de Estado del mundo... En el colmo del paroxismo, convierte el delito de los curas pederastas en nada menos que... ¡un crimen contra la Humanidad! Pero lo más grave de todo a mi entender, el más grave atentado contra el estado de derecho, es que el abogado en cuestión quiere procesar al Papa... ¡¡¡por un delito que no ha cometido él!!! Y todo ello al albur de una situación favorable en la que se ha abierto la veda contra la Iglesia aprovechándose del comportamiento indigno de unos pocos, poquísimos, de sus miembros.
Puestos a abolir en modo tal el habeas corpus y el estado de derecho que tantos siglos ha costado conseguir –y que por cierto, dieron algunos de sus primeros pasos precisamente en Inglaterra-, recuperando en las cavernas prerromanas del derecho la Ley del talión, las cabezas de turco y la Ley de Lynch, ¿por qué no procesar a los padres de los curas pederastas también? ¿Y a los hermanos? ¿Y a los compañeros de seminario? ¿Por qué no condenarles sin juicio? ¿Por qué no procesar a los jefes de Estado de todos los países donde hay curas pederastas?
Ideas como las que Geoffrey Robertson expresa en su artículo en The Guardian, dan la razón al certero análisis que de la situación hiciera hace apenas unos días el senador italiano, por cierto, ateo confeso, Marcello Pera, en el que afirmaba que cuantos están echando leña al fuego de los curas pederastas no buscan la cabeza del cura en cuestión, sino otra mejor sombrereada. Cada vez más patente aquello que denunciara en su carta publicada en el Corriere della Sera, cuando afirmaba que “está en curso una guerra entre el laicismo y el cristianismo” y que “los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca [del Papa], se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana” su verdadero objetivo, con lo que se demostraría que “el cristianismo es un engaño y un peligro”.
Poderosamente llama la atención el hecho de que la inmensa mayoría de los que de modo tan aparatoso se erigen en los grandes defensores del niño, hasta el punto de proponer alguno de ellos como el Sr. Robertson la transgresión de todos los grandes logros del estado de derecho, provengan del mismo ámbito ideológico en el que se defiende que los niños que lleven menos de "X" semanas en el vientre materno puedan ser masacrados. No llama menos la atención que los que tan escandalizados se muestran porque un cura pueda abusar sexualmente de un chico de dieciséis años, sean los mismos que defienden que una niña de esa misma edad pueda exterminar a su hijo de menos de catorce semanas de gestación... ¡¡¡sin ni siquiera informar a sus padres!!! De verdad, es demasiado evidente, es demasiado obvio, demasiado grosero como para pasar desapercibido.
Es preciso que los cristianos, y con ellos también los que aunque no se consideren cristianos o creyentes, -como es el caso del senador Pera-, creen en la cultura cristiana desde la cual se ha construido todo el edificio de los derechos humanos y del estado de derecho, nos percatemos de que el ataque hace tiempo que ha dejado de ser contra los curas pederastas, de los que ni que decir tengo que el mejor lugar en el que pueden estar es esa cárcel a la que el Sr. Robertson quiere mandar al Papa. Tampoco es propiamente contra la Iglesia, aunque evidentemente sea necesario llevársela por medio para obtener el objetivo. El ataque es contra el cristianismo mismo y la civilización clásico-cristiana. Y probablemente también, como por cierto es muy notorio en el artículo del Sr. Robertson, contra el que es uno de sus más reconocidos hijos: el estado de derecho, padre, a su vez, de la democracia, de la que mientras nos lo permitan abogados como el Sr. Robertson, aún disfrutamos en los países de Europa y en otros.
Traducción de la carta de Marcello Pera al español en: