No está la cosa para muchas risas pero si no nos lo tomamos con sentido del humor sólo nos queda morirnos de asco o meternos en el fondo de un agujero y no salir más. Pues yo me niego, yo quiero VIVIR, y vivir con alegría, no permitir que el desánimo me tumbe, que ya he llorado mucho durante el último año.
Hay quien, al verme contenta, bromeando o riendo piensa que estoy loca, que no me entero de nada, que estoy en otro planeta, que soy una completa inmadura e inconsciente. Pero no es eso, colega, es que mi alegría es interior y no superficial, hunde su raíz muy profundamente en mi fe en Dios, que es omnipotente -puede arreglar este desastre mundial cuando le dé la gana- y omnisciente -ya sabe cuándo lo va a hacer-. Además Dios es amor, y si es amor también es humor porque, ¿se puede amar sin sentirse feliz, alegre, contentísimo, sin ponerse uno a reír?
Dios tiene sentido del humor, no es un viejo barbas ceñudo que señala con el dedo al pecador y lo castiga, de eso nada. Es un padre amorosísimo que regaña cuando tiene que hacerlo, que perdona al que se arrepiente y que celebra su vuelta a casa con alegría y buen humor, ¡que se lo digan al hijo pródigo, para quien su padre celebró un fiestón por todo lo alto!
En el Antiguo Testamento consta por escrito una prueba buenísima del sentido del humor de Dios en Génesis 17, 17-19 y en Génesis 18, 12-14, cuando ante la promesa de Dios a Abraham de que él y Sara serían padres en su ancianidad, estos se echan a reír y le dicen a Dios algo así como “sí hombre, y qué más, si yo tengo 100 años y Sara 90”, y Dios en vez de enfadarse, remata nombrando Isaac al bebé que nacería, que significa “aquel con el que Dios reirá”, “el que hace reír”, “el que ríe” o “la sonrisa de Dios”, todos relacionados con la alegría y la risa.
Y en el Nuevo Testamento Jesús también demuestra buen humor muchas veces en los ejemplos que pone en su predicación, utiliza la ironía para mostrar actitudes que debemos corregir, lo que pasa es que al leer la Biblia no vemos las caras ni los gestos y no oímos el tono de voz y por eso todo nos parece serio y solemne. Por eso es bueno durante la oración meterse dentro de las escenas como si fuéramos un personaje más o como si estuviéramos viendo una película e imaginar eso que no se ve al leer.
Por ejemplo, lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio tiene su gracia (Mt 7, 3), o lo del camello y el ojo de la aguja (Mt 19, 24). ¿Y lo del hombre al que su amigo despierta en plena noche aporreando la puerta, que no se levanta por amistad sino para lo deje dormir de una vez? (Lc 11, 5-8). El evangelio está lleno de ejemplos así porque aunque Jesús predica con autoridad ésta no está reñida con el buen humor. Y es que se parece a su Padre, que ya hemos visto que también le gustan la alegría y la risa.
La verdad, yo me imagino a Jesús diciendo estas cosas con una media sonrisa. Dice el Papa Francisco: “… no estamos tan acostumbrados a pensar en Jesús sonriente, alegre. Jesús estaba lleno de alegría: lleno de alegría”.
Por eso pienso que los cristianos, que somos hijos del mismo Padre que Jesús, hemos de ser personas de por sí alegres. No de estar todo el día contando chistes, sino alegres de corazón, aunque tengamos problemas.
Jesús también tenía problemas: su padre de la Tierra había muerto y Él se planteaba irse por ahí a predicar la Buena Nueva dejando sola a su madre, que era una viuda pobre; él mismo era pobre y no tenía ni dónde reclinar la cabeza (Mt 8, 20); mucha gente se reía de Él por las cosas que decía; otros lo acusaban peligrosamente por los milagros que hacía; ¡mira si tenía problemas, que lo crucificaron! Pero no era un amargado. ¿Tú crees que alguien seguiría a un líder amargado y que su doctrina continuaría viva 2000 años después de su ejecución? Ya sólo por eso los cristianos tenemos motivos para ser personas alegres.
Hay santos conocidos por su sentido del humor. La frase “un santo triste es un triste santo” se le atribuye a Santa Teresa de Jesús, que también dijo “tristeza y melancolía no las quiero en casa mía” y “de devociones absurdas y santos amargados, líbrame Señor”, y la conocidísima anécdota de la carreta que se atascó en el barro y ella, agotada, se quejó al Señor, a lo que Él le dice: “no te quejes, Teresa, así trato yo a mis amigos” y ella rápidamente le responde: “claro, por eso tienes tan pocos”.
Y es que, como dice una buenísima amiga mía que está muy cerca de Dios, la tristeza es aliada del enemigo y si el demonio te pica, tú ráscate. Como dice San Felipe Neri, el bufón de Dios: “la tristeza nos dobla el cuello y no nos deja mirar el Cielo”.
El Señor no va a hacer desaparecer nuestro dolor o nuestras preocupaciones, somos especiales para Él y nos pide que le ayudemos a cargar su Cruz, que le aplasta y le asfixia,
pero la mayor parte de la carga la lleva Él, otro guiño que nos hace en medio de su sufrimiento para que veamos que es posible sufrir y estar alegre, como cuando a pocas horas de morir le dice al buen ladrón que ese mismo día estarán los dos en el Paraíso. Eso no lo diría un moribundo amargado, ¿a que no? Con semejante Maestro no me extraña que San Lorenzo dijera en pleno martirio en la parrilla: “por favor, denme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho”.
A nosotros se nos pide ser alegres en toda circunstancia, no evadirnos de la realidad cuando hay dificultades sino conservar la alegría de los hijos de Dios. Y tenemos motivos para ser personas alegres en las buenas y en las malas, aunque a veces lloremos o nos agobiemos o nos enfademos:
- Jesús es el único fundador de una religión en toda la Historia que ha resucitado después de morir.
- Tiene un corazón enorme y siempre hizo el bien a todos sin discriminar a nadie.
- Las cosas que dice son normales, no nos pide que hagamos locuras. Bueno, lo de perdonar a los enemigos y rezar por ellos es más dificilillo, pero si Él lo hace, nosotros también podemos.
- Nos dice que pidamos cosas a Dios Padre y además nos dice cómo hacerlo: no hacen falta muchas palabras (Mt 6, 7-8), y que nuestra oración será atendida: pedid y se os dará… (Mt 7, 7).
- Nos asegura que si le somos fieles, las dificultades no nos hundirán, como a la casa edificada sobre roca (Mt 7, 24-25), y que no nos agobiemos, porque Dios Padre ya sabe qué necesitamos (Mt 6, 25-34), incluso antes de que se lo pidamos (Mt 6, 7-8).
- Su ejemplo es imitable porque es humano: trabaja, llora, se cansa, tiene sueño, hambre y sed, se enfada, se pone contento, va de boda... Y cuando siente tristeza y angustia, reza (Mt 26,39, Mt 26,42, Mt 26,44).
- Tiene poderes sobrehumanos: el viento y el mar furiosos le obedecen (Mt 8, 23-27); secó una higuera con una frase (Mt 21, 18-19); da órdenes a los demonios y le obedecen (Mt 4,10; Mt 17,18).
¿Quieres más? En el último capítulo del evangelio de San Mateo –sí, me gusta San Mateo, se me nota- tienes más:
- Jesús ¡ha resucitado!, y Él mismo en persona sale al encuentro de María Magdalena y sus compañeras, que han ido a embalsamar su cadáver, y les dice: “Alegraos” (Mt 28,9).
- Dios Padre le ha dado poder absoluto en el Cielo y en la Tierra, ¡dónde queda el primo de Zumosol! (Mt 28,18).
Pero para mí la razón más grande de todas para ser una cristiana alegre en medio de mi vida corriente es esta: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20)
La misión que nos encomienda Cristo es preciosa y está llena de alegría y esperanza para el mundo.