Un gran poeta, Miguel de Santiago, nos ofrece estos versos para la mañana del Domingo de Resurrección: «Alégrense los campos / regados por el sol / de primavera. Alégrense los trigos / fecundados por vientos / suaves de mayo. Alégrense / las amapolas rojas / de vida en melodías / de plenitud». La Semana Santa no termina el Viernes Santo, con el estremecimiento de la muerte sino con el resplandor del resucitado, con la explosión de una vida nueva que desemboca en la plenitud.
 
Se va a cumplir un mes de la muerte de Miguel Delibes y todavía resuenan los ecos de su vida, con mensajes nuevos y anécdotas ejemplares. Una de esas anécdotas, que contó por primera vez Mario Camus, narraba que al poco de conocer al escritor, éste le habría comentado cómo acababa de rechazar la propuesta de un editor para que se presentase a un premio millonario con la novela que apenas tenía comenzada. En la propuesta quedaba implícito, naturalmente, que Delibes se llevaría el premio. Pero Delibes se negó. «¿Qué pensarán de mí?», dijo. «¿Quién?», preguntó el delegado del editor en cuestión. «Los que han presentado sus novelas al premio y se encuentran con que está dado antes», contestó Delibes. «Eso qué importa. Pensarán que su historia era la mejor, sin duda». «A mí me importa, y mucho», replicó Delibes. Y de esta manera zanjó la cuestión.
 
La anécdota nos revela a todos una honestidad intachable, una coherencia vital entre la persona y la obra, entre los principios éticos del hombre y su reflejo en cada una de sus creaciones, que no es tan habitual en el terreno de la creación. Su postura ante la vida nos habla de un corazón noble, de una inteligencia con principios, de una conciencia bien repleta de valores, entre los que destaca, sin duda, el de la justicia. Hoy, Domingo de Resurrección, es un buen día para resucitar zonas muertas de la vida, recuerdos entrañables, consejos que nos empujaron el alma, personas que nos alentaron con su testimonio, sueños que el tiempo o las derrotas esfumaron.
 
Miguel Delibes se nos descubre en esta anécdota como un hombre recto, un hombre de bien, que no inclina la balanza a su favor, por el solo argumento del favoritismo, sino que abre el abanico de posibilidades a todos los que participan en la lucha. Eso se llama jugar limpio. No está bien hacer trampas cuando están en juego vidas, ilusiones, esfuerzos, entregas generosas. Este modo de pensar y de actuar del escritor, estoy seguro, fascinará a muchísimas personas, a todos los que luchan por una sociedad justa y por unas instituciones limpias en su proceder.