Cada año la Pascua nos señala el punto clave del amor de Dios. No podemos desligarla de las otras celebraciones pascuales. Esta quedaría sin sentido. Sin la Encarnación no habría base y sin la venida del Espíritu Santo sería inútil.
La Cuaresma no prepara para este acontecimiento. Es un tiempo que la Iglesia “concede a sus hijos anhelar con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que … por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios”.
De alguna manera caminamos de Pascua en Pascua hasta el encuentro definitivo con Jesucristo en su gloria. De su redención hemos recibido hemos recibido la presencia trinitaria en nuestro bautismo. “Este misterio de salvación que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación expectante está aguardando la manifestación de los hijos de Dios». Desde esta perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma”.
La preparación de la Pascua no parte cada año del kilómetro cero. Somos hijos de Dios en camino. Cada uno con su itinerario personal. El Papa Francisco llama a la acción del espíritu Santo: “Cuantos se dejan llevar por el Espíritu santo esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción en el que clamamos: ¡Abbá, Padre!”. Cuando vivimos d este don sobrenatural, todos e transforma. La naturaleza adquiere la importancia de ser obra de Dios. No la degradamos; nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo No tratamos a los demás como un objeto de placer personal. Admiramos la obra de Dios en la naturaleza. Creamos arte y belleza.
“Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo, y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación -dice san Pablo- desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten permanentemente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración del mismo cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida delos santos- espíritu, alma y cuerpo, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como lo demuestra de forma admirable el Cántico del hermano sol de San Francisco de Asís”.