Ayer 18/12/2020 fue aprobada la eutanasia (suicido asistido) en España. España no es el primer país que la integra entre los derechos civiles de los ciudadanos. Según he buscado en las redes Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia, acompañan a España en el “selecto” grupo de países donde el suicidio es un derecho. Un derecho que el estado se ocupa de promocionar y sostener. No nos ilusiones mucho, porque seguramente vayan siendo más los socios que se unan al club. 

Cuando algo es un derecho reconocido y apoyado, la sociedad tiende a exigir que todas las personas lo asimilen como bueno y lo utilicen sin duda. Cuando una persona rechaza utilizar un derecho apoyado, como poco se le mira mal y se le desprecia. Alguna vez me ha pasado. Despreciar un derecho se asimila a despreciar a quienes lo elevan a bondad universal. Es como si les insultaras en la cara. Es algo natural. A los católicos nos duele que alguien desprecie la mano tendida de Cristo. Algo similar les pasa a quienes elevan al Sistema socio-político imperante, a la categoría de dios y procurador de bienes. Bienes que “regala” a los súbditos que se arrodillen ante él. Para los adoradores del Sistema socio-político actual, el suicidio asistido tiene tanto valor, que se antepone a la propia persona.

Curiosamente, los cristianos también damos valor a la muerte, pero sólo cuando ocurre de forma natural y en gracia de Dios. Santa Teresa compuso un bello poema en el que esperaba la muerte con ansia. Ansia de presentarse humildemente ante Dios.

Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor,
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di puso en mí este letrero:
«Que muero porque no muero».

Esta divina unión,
y el amor con que yo vivo,
hace a mi Dios mi cautivo
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a mi Dios prisionero,
q
ue muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros
en que está el alma metida!
Sólo esperar la salida
me causa un dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

Acaba ya de dejarme,
vida, no me seas molesta;
porque muriendo, ¿qué resta,
sino vivir y gozarme?
No dejes de consolarme,
muerte, que ansí te requiero:
que muero porque no muero.

Sin duda, Santa Teresa de Jesús no fue una suicida ni una promotora del suicidio. Para ella, la muerte era el momento culmen de la esperanza que desborda la vida. La muerte natural, en gracia de Dios, era para ella un regalo que Dios le concedería para trascender más allá de todas las miserias de este mundo. El suicidio asistido es todo lo contrario. Es una derrota que desea ser adelantada. Una derrota que evidencia que la persona cree que ya nada tiene sentido, ni hay esperanza alguna en su vida. Es una derrota que necesita de una mano humana para consumarse.

¿Se podrá abolir el derecho al suicidio asistido? Desde el punto de vista legislativo y político, suprimir derechos civiles reconocidos, sólo se puede realizar con facilidad durante procesos revolucionarios. Actualmente las revoluciones están bloqueadas por muchas capas de legislación y educación. Es complejo abolir un derecho reconocido, porque esto conlleva a que se pudieran revisar muchos derechos que sí son tales. Esto paraliza eficazmente la abolición de derechos. Por lo tanto, el suicidio asistido ya forma parte del ideal social que nos han impuesto y que el estado promoverá. Se promoverá dotándolo de cauces administrativos, medios, presupuesto y hasta promoción publicitaria. Lo promocionará porque lo considera un logro y un beneficio social para “todos”. También tenemos que ir aceptando que se desprecie a quienes rechacemos ejercer este derecho. Se nos verá como marginados que rechazan las bondades que Sistema socio-político nos ha “regalado”. Es algo que tenemos que aceptar y sentirnos orgullosos de ello. Nuestra rodilla sólo se doblega ante Dios, no ante ideologías, estéticas o líderes humanos.