En el camino del Señor nos encontramos con la tentación del enemigo. Nos sucede como a nuestros primeros padres. Es el drama más profundo de nuestro ser cristiano.
Señala el Papa que el texto griego tiene dificultades para ser traducido con exactitud a nuestras lenguas. De hecho, varias Conferencias Episcopales ha tenido que cambiar la traducción. “De cualquier modo en que se entienda el texto, debemos excluir que es Dios el protagonista de las tentaciones que se ciernen sobre el camino del hombre. Como si Dios estuviese al acecho para poner trampas y escollos sobre sus hijos. Una interpretación de este tipo contrasta sobre todo con el texto mismo, y está lejos de la imagen de Dios que Jesús nos reveló. No olvidemos: el Padre Nuestro comienza por Padre. Un Padre no pone trampas a sus hijos. Los cristianos no tienen nada que ver con un Dios envidioso, en competición con el hombre, o que disfruta poniéndolo a prueba. Esas son imágenes de muchas deidades paganas. Leemos en la carta del Apóstol Santiago: «Ninguno cuando sea probado, diga: es Dios quien me prueba; pues Dios no es probado por el mal ni prueba a nadie». Más bien al contrario: El Padre no es el autor del mal, a ningún hijo que le pide pan le da una culebra, como enseña Jesús; y cuando el mal aparece en la vida del hombre, lucha contra él, a su lado, para superarlo. Un Dios que siempre lucha por nosotros. ¡Él es Padre! Es en este sentido en el que rezamos el Padre Nuestro”.
Su presencia en nosotros es permanente desde el Bautismo. Su presencia trinitaria nos acompaña siempre, también en las luchas y especialmente en las luchas. Jesús tuvo una lucha contra el enemigo de naturaleza humana: “Inmediatamente después de recibir el bautismo de Juan, en medio de la multitud de pecadores, Jesús se retira al desierto y es tentado por Satanás. Así comienza la vida pública de Jesús, con la tentación que viene de Satanás. Satanás estaba presente. Mucha gente dice: «¿Por qué hablar del diablo que es una cosa antigua? El diablo no existe». Pero mira lo que el evangelio te enseña: Jesús se enfrentó al diablo, fue tentado por Satanás. Pero Jesús rechaza toda tentación y sale victorioso”.
Incluso en la prueba suprema Jesús sintió la soledad y el abandono: “Solo, con la responsabilidad de todos los pecados del mundo sobre sus hombros; solo, con una angustia indecible. La prueba es tan desgarradora que sucede algo inesperado. Jesús nunca mendiga amor para sí mismo, pero esa noche siente que su alma está triste hasta la muerte, y entonces pide a sus amigos que estén cerca de Él: «Quedaos aquí y velad conmigo»… En el momento de la agonía, Dios pide al hombre que no lo abandone, y el hombre, en cambio, duerme. En el tiempo en que el hombre conoce la prueba, Dios, en cambio, vela. En los peores momentos de nuestras vidas, en los momentos más dolorosos, en los momentos más angustiosos, Dios vela con nosotros, Dios lucha con nosotros, siempre está cerca de nosotros”.