NUEVAS FORMAS DE PODER
El papa Benedicto XVI, en la Ponencia inicial en el diálogo con Jürgen Habermas en la Academia Católica de Baviera, en el año 2004, hace un estudio pormenorizado del concepto de poder, y los nuevos focos de poder que dominan nuestro mundo actual. Afirma el Papa Emérito: En los desarrollos históricos que estamos viviendo a ritmo acelerado aparecen, en mi opinión, dos factores sobre todo que son sintomáticos de una evolución que anteriormente se daba con mucha más lentitud. El primero es el surgimiento de una sociedad de dimensiones mundiales, en la que los distintos poderes políticos, económicos y culturales son cada vez más interdependientes y se tocan y se compenetran en sus diversos ámbitos. El otro es el crecimiento de las posibilidades que tiene el hombre de producir y de destruir, lo que plantea mucho más allá de lo habitual la cuestión del control jurídico y moral del poder. Y por consiguiente, la cuestión (de máxima urgencia) de cómo las culturas, al encontrarse, pueden hallar bases éticas capaces de fundar adecuadamente la convivencia entre ellas y construir una estructura común jurídicamente responsable del control y del ordenamiento del poder.
Ante esta situación de globalización del poder mundial considera Benedicto XVI que se impone la necesidad de una ática mundial, que ya propuso Hans Küng, aunque en estos momentos de la historia, con la proliferación de infinidad de culturas y subculturas, no es fácil ponerse de acuerdo en la noción de bien.
¿Qué bien puede pretender alcanzar una ética mundial si no estamos de acuerdo en lo que es bueno para todos? Los enfoques políticos, y los variopintos intereses comerciales no están en condiciones de proponer un bien objetivo. Cada cual busca su propio bien, un bien que puede estar dictado por el egoísmo más absoluto. Por eso se habla de mi bien, más que del bien. La ética entonces no encuentra el camino adecuado para hacer una propuesta global.
Afirma Benedicto XVI: En los desarrollos históricos que estamos viviendo a ritmo acelerado aparecen, en mi opinión, dos factores sobre todo que son sintomáticos de una evolución que anteriormente se daba con mucha más lentitud. El primero es el surgimiento de una sociedad de dimensiones mundiales, en la que los distintos poderes políticos, económicos y culturales son cada vez más interdependientes y se tocan y se compenetran en sus diversos ámbitos. El otro es el crecimiento de las posibilidades que tiene el hombre de producir y de destruir, lo que plantea mucho más allá de lo habitual la cuestión del control jurídico y moral del poder. Y por consiguiente, la cuestión (de máxima urgencia) de cómo las culturas, al encontrarse, pueden hallar bases éticas capaces de fundar adecuadamente la convivencia entre ellas y construir una estructura común jurídicamente responsable del control y del ordenamiento del poder.
Es hoy muy necesario, urgente, que volvamos a ponernos de acuerdo en la noción de ser humano. Hay que volver a definir su dignidad, y proponer una escala de valores con la intención de que puedan ser aceptadas por todo. Tarea nada fácil, teniendo en cuenta la decadencia de los principios filosóficos, y la tremenda incultura que afecta a la sociedad en todos sus niveles. Puede parecer esto una visión pesimista de la humanidad, pero el devenir diario de la historia que estamos erigiendo nos demuestra que hemos perdido el camino. Por esta razón la ciencia hoy no está en condiciones de explicarnos quienes somos y cuál es nuestro rol en la vida.
Afirma Benedicto XVI que en estos momentos es urgente que valoremos el derecho basado en pilares firmes y objetivos, al cual hay que atenerse: Es tarea concreta de la política poner el poder bajo el escudo del derecho y regular así su recto uso. No debe tener vigencia el derecho del más fuerte, sino más bien la fuerza del derecho. El poder ejercido en orden al derecho y a su servicio está en las antípodas de la violencia, entendida como poder sin derecho y opuesto a él. De ahí que sea importante para cada sociedad que el derecho y su ordenamiento estén por encima de toda sospecha, porque solo así puede desterrarse la arbitrariedad y se puede vivir la libertad como libertad compartida. La libertad carente de derecho es anarquía y, por tanto, es destrucción de la libertad. La sospecha contra el derecho y la rebelión contra él reaparecerán si se pone de manifiesto que el derecho es un producto del arbitrio, un criterio establecido por los que tienen el poder, y no expresión de una justicia al servicio de todos.
¿Es posible, por tanto, una ética universal? Será posible si somos capaces de formular unos principios jurídicos, objetivos, asumidos por todos, sobre los cuales podamos construir una sociedad humanamente viable, bajo un poder justo, y unos valores universales. Tarea nada fácil, pero necesaria, urgente.
Juan García Inza