Como saben Vds., en la españolísima ciudad de Los Angeles, fundada en 1781 por Francisco Neve, Gaspar de Portolá y los franciscanos Juan Crespi y San Junípero Serra en el territorio descubierto por el también español Juan Rodríguez Cabrillo en 1542, se ha procedido estos días a la retirada de la estatua de Cristobal Colón del Grand Park. Y todo ello en base a un nuevo giro de la “Memoria Histórica Mundial”, -que también existe-, según el cual Colón no fue sino un genocida más, el Gran Jefe de los genocidas hispanos.
La de Los Angeles no es la primera estatua del Descubridor que sufre semejante suerte, pues hace ya cinco años, otra estatua suya era derribada en la ciudad de Buenos Aires, dos veces fundada, como se sabe, y las dos por españoles, Pedro de Mendoza, primero, en 1536, Juan de Garay, después, en 1580.
Llama la atención el giro inesperado que ha sufrido la figura del enigmático navegante posiblemente genovés en la historiografía oficial que constituye la "Memoria Histórica Mundial". Y es que hasta la fecha, dentro de esa página sin par dentro de ella que es la Leyenda Negra Española, la figura de Colón, -quizás por no ser de origen español-, era utilizada por los deconstructores de la historia como una suerte de personaje ingenuo, munífico y bonhomínico, un cautivo más de esos bárbaros, -éstos sí, de origen hispano- que llevaban a cabo en América tropelías injustificables contra las que el inocente Almirante se rebelaba sin poder hacer nada. En la nueva historiografía del Descubrimiento, sin embargo, pasa a ser, él mismo, “El Genocida”. Lo que por supuesto, sigue sin eximir de culpa al resto de los barbados bárbaros hispanos que le acompañaron en la aventura.
Y la pregunta que me hago hoy es la siguiente: ¿a qué esta vuelta de tuerca? Pues bien, la respuesta es más que evidente para todo aquél que, ora en España, ora en Estados Unidos, ora en cualquier lugar del mundo, sepa un mínimo de historia (por desgracia pocos y cada vez menos): convertir el "vilipendio al Descubridor" en un nuevo instrumento para esconder, ocultar, contrarrestar el hediondo e injustificable genocidio de los indígenas norteamericanos pero no, precisamente, por los españoles, no, sino por las hordas puritanas de origen británico, y sobre todo, por sus descendientes ya estrictamente norteamericanos en el s. XIX, los cuales, so pretexto de la que denominaban la “Doctrina del destino manifiesto” que les “obligaba moralmente” a “civilizar” todas las tierras norteamericanas hasta la costa pacífica, realizaron uno de los exterminios más graves perpetrado jamás en la historia de la Humanidad: el de los indios que poblaban las tierras de los Estados Unidos antes de llegar ellos.
Unos indios norteamericanos que, no se olvide, habían convivido antes en modélica armonía, y por espacio de casi medio siglo, con los misioneros españoles, los cuales, amén de cristianizarlos, les enseñaron a leer, a escribir, a cultivar la tierra, a criar ganado, a construir ciudades y tantas artes y profesiones, razón por la cual hablaban español y eran muchos de ellos católicos, como es el caso del más conocido de todos, Jerónimo.
Todo ello hasta conseguir enterrar ese hecho innegable que opaca toda leyenda negra y toda memoria histórica, cual es la realidad palpable e incontestable de que mientras en Méjico, -el país del continente americano que más convivió con los españoles, más de tres siglos-, un 10% de la población todavía al día de hoy es india pura, y nada menos que un 70% mestiza (en otros países hispanoamericanos la proporción es incluso más favorable a las poblaciones indígenas), en los Estados Unidos de Norteamérica los indios puros no alcanzan el 1% de la población y, lo que es aún más importante, el mestizaje es nulo.
Esta, por desgracia para los norteamericanos, es la única verdad histórica. Todo lo demás es política, mentira, memoria histórica, leyenda negra, jugar con las estatuas al juego de la silla...
Lamentablemente, mientras los norteamericanos tengan en sus manos los medios internacionales de comunicación y la fabulosa industria del cine, y mientras políticos e historiadores españoles acomplejados, paniaguados y con cada vez más escasa formación no asuman la defensa que les compete de la historia de España por una cuestión no sólo patriótica sino, también y sobre todo, de respeto a la historia, no veremos sino llevar a cabo atentados como el que hoy se perpetra en Los Angeles, o el que en 2013 se perpetró en Buenos Aires.
Y esto no acaba aquí: prepárense Vds. para asistir a una larga serie de derribos de las estatuas de Colón y de otros protagonistas del Descubrimiento y Civilización de América en todo el mundo. Más pronto que tarde, también las muchas y muy bonitas que embellecen ciudades españolas como Madrid, Huelva, Sevilla, Barcelona o Salamanca… ¡que se cree Vd. que nos vamos a quedar atrás los españoles! ¡A nosotros nos van a decir cómo desfigurar bien nuestra historia!
Y bien amigos, hoy y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.