«¿Cuál es el grande y primer mandamiento de la Ley?» Jesús le responde: «Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como ti mismo» (Mt 22,36-39). El amor de Dios nos libera de la muerte, y el amor del hombre del pecado, ya que nadie peca contra el que ama. Pero ¿qué corazón puede poseer en plenitud el amor a su prójimo? ¿Qué alma puede hacer fructificar en ella, con respeto a todo el mundo, el amor sembrado en ella por este precepto: «Ama a tu prójimo como ti mismo»? Nosotros somos incapaces por sí solos, somos los instrumentos de esta voluntad rápida y rica de Dios: es suficiente el fruto de la caridad sembrado por Dios mismo.
Dios puede, debido a su naturaleza, realizar todo lo que Él quiere; ahora bien, quiere dar la vida a los hombres. Los ángeles, los reyes y profetas... pasaron, pero los hombres no han sido salvados, hasta que desciende de los Cielos Él que nos tiene cogidos de la mano y nos resucita. (San Efrén de Siria. Comentario al Diatésaron, cap.16, 9/23; SC 121)
San Efrén indica algo que es evidente: nosotros no podemos amar al prójimo con nuestra propia voluntad. Hay una frase muy extendida que dice que primero tenemos que amar al prójimo que vemos y después intentemos amar a Dios, que no vemos. Esta frase proviene de la primera epístola de San Juan, en donde nos llama a amar al prójimo, pero no nos dice que amemos antes al prójimo que a Dios. De hecho, lo más que podemos conseguir con nuestras fuerzas es un amor abstracto a la humanidad, en la medida que la idealizamos. Esto nos lleva a despreciar a quienes no siguen nuestra ideología y a no tener problema en maltratarlos.
Incluso en la Iglesia es frecuente esta tendencia al maltrato al diferente. Si un grupo es más progresista, no dudará en maltratar a quienes son más tradicionales. Si un grupo es tradicionalista, no dudará en despreciar a quienes estiman que son modernistas o progresistas. ¿Podemos amar al prójimo basándonos en estéticas y estereotipos ideológicos? Es imposible.
El primer paso es amar a Dios. Cuando Dios, que es el verdadero ideal (no ideología) nos ayude a amar, podremos intentar ver el reflejo de Dios en el prójimo. Fuimos creados como imagen y semejanza de Dios, lo que nos hace portadores de esa imagen y semejanza. Es cierto que el pecado ha emborronado la imagen y deformado la semejanza. Pero siempre queda algo que podemos buscar para ver en el prójimo la imagen de Dios.
¿Qué sucede cuando el prójimo nos maltrata? Cristo nos pide que amemos incluso al prójimo que nos maltrata. Es decir, nos pide que busquemos la imagen y semejanza de Dios incluso en quienes nos hacen daño. Para ello, hay que empezar por pedir a Dios que nos ayude a ver en la tendencia al pecado ajeno, nuestro propio pecado. No se trata de disculpar sin más, sino de amar por encima de la circunstancias que nos separan y enfrentan. Si queremos vivir llenos de la Paz de Cristo, no hay otro Camino, Verdad y Vida, que encontrar nuestros errores en los demás.
Cristo nos mandó amar al prójimo como a nosotros mismos. ¿Cómo podemos amar verdaderamente a los demás si nosotros mismos nos despreciamos? la respuesta es buscar a Dios en todos los que se crucen en nuestro camino. No hay otra forma de amar por encima del dolor que nos causamos unos a otros constantemente.