La Universidad alemana de Friburgo ha llevado a cabo un estudio sobre el futuro del cristianismo en Alemania. Tanto católicos como luteranos verán reducida su presencia a la mitad en el plazo de cuarenta años. Esto se debe al creciente número de abandonos (un cuarenta y uno por ciento ha pensado alguna vez dejar la Iglesia y un 7 por ciento lo tiene ya decidido) como a la caída en el número de bautismos. Esto, lógicamente, traerá como consecuencia la disminución drástica de los ingresos, que parece ser el verdadero motivo del estudio.
Esto me ha hecho recordar un brillante artículo que leí hace poco sobre el por qué de la negación de Pedro en la noche del Jueves Santo. Su autor, Gastón Escudero, dice que aquella negación fue precedida de dos cosas. La primera es que, después de ser apresado el Señor, Pedro le seguía de lejos; este “seguir de lejos” simboliza, según el autor, el enfriamiento en la relación con Dios, tanto en la oración como en el restar importancia a los pecados, tanto los que uno comete como los que cometen los seres queridos. Lo segundo que precedió a la traición fue que Pedro, dentro ya de la casa del Sumo Sacerdote, se unió al grupo de los soldados y criados que habían apresado a Jesús, y llegó incluso a sentarse con ellos alrededor del fuego, para calentarse; mientras su Maestro estaba siendo insultado y torturado, el discípulo se sentaba con sus enemigos y se procuraba un poco de confort, negándose así a compartir la suerte del que, en el agujero en el que le habían metido, estaba sufriendo y pasando frío. La consecuencia fue lógica: le negó y le traicionó tres veces.
Sabemos que Pedro siguió a Jesús para saber lo que iban a hacer con Él y ayudarle si podía. La intención era, por lo tanto, buena. Si le seguía de lejos era por no ser apresado y, posiblemente, si se unió a sus enemigos en torno al fuego no fue sólo para calentarse sino para ver si les sonsacaba alguna noticia. Pero también sabemos que terminó por traicionarle. Aplicando esto a la situación de la Iglesia en Alemania, quiero creer que los obispos de ese país tuvieron buena intención y que en el proceso de abandono de la tradición católica en el que están desde hace años, les movía el deseo de ofrecer, a un mundo secularizado, una Iglesia más adaptada a las exigencias de ese mundo para que no se alejara de la misma. Sin embargo, el proceso que están siguiendo es exactamente el mismo que siguió Pedro, al cual hay que conceder que tenía también buenas intenciones. Primero, en Alemania se está produciendo un “seguir de lejos a Jesús”, pues como la misma Conferencia Episcopal indica al menos la mitad de sus sacerdotes no reza ni se confiesa nunca. Este enfriamiento en la relación personal con Cristo va unido al “sentarse en torno al fuego” con los enemigos de Cristo, simbolizando ese “fuego” el confort proporcionado por el dinero que, supuestamente, les dejarían de aportar los católicos más secularizados si la Iglesia decidiera ser más fiel a la Tradición, y muy especialmente el aplauso que los medios de comunicación dedican a los sectores más liberales de la Iglesia. El resultado es el mismo que el que sucedió con Pedro: la traición. Y la consecuencia de esa traición es lo que ya se está produciendo: el abandono de los fieles, porque ¿quién quiere seguir a una Iglesia que ha traicionado a Jesús? Si la sal se vuelve insípida, dice el Señor, no sirve nada más que para que la echen a los caminos y la pisoteen los hombres.
Pero, peor aún que esta tragedia que se está dando ya en Alemania, es el hecho de que ese es el modelo que se quiere aplicar en la Iglesia entera. ¿Tiene sentido que se ofrezca como modelo algo que se está viendo que es un tremendo fracaso? Si se podía pensar que el objetivo de los que iniciaron el proceso de secularización en la Iglesia, según el llamado “espíritu del Concilio”, era evitar que la gente se alejara, ¿se les pude seguir considerando honestos cuando ven que su proyecto fracasa y, sin embargo, persisten en él e incluso quieren arrastrar a otros a la misma ruina
en la que ellos ya están? Es posible que todavía quede alguno con buenas intenciones, pero, a la vista de lo que sucede, su ignorancia ha dejado de ser invencible para convertirse en culpable.