Pues bien, tanto hablar de israelíes y palestinos, vale decir, de judíos y musulmanes, y resulta que en lo que hoy día es el Estado de Israel, existe una tercera comunidad de importancia olvidada de todos, cual es la comunidad cristiana. Una comunidad que asciende a un inesperado e insospechado 5,8% de la población, a saber algo más de uno de cada veinte habitantes (los datos que voy a utilizar en este artículo los extraigo del informe de Ayuda a la Iglesia Necesitada), y que es de lo más variopinta, al incluir trece confesiones cristianas diferentes, clasificadas en tres grandes grupos: el de los ortodoxos, el más antiguo y numeroso, que incluye a greco-ortodoxos, armenios, sirios, coptos, etíopes y rusos; el de los católicos, con cinco confesiones, latinos, melquitas, siríacos, armenios y maronitas; y el de los protestantes, divididos en anglicanos y luteranos aunque comparten el mismo obispo, en un caso singular de ecumenismo protestante. En todo caso, y por lo que a su etnia se refiere, mayoritariamente árabes, aunque a ella se une una minoritarísima comunidad de cristianos de origen judío.
La situación de estos cristianos, como por otro lado no es difícil de colegir, no es la misma en la zona israelí que en la zona palestina. En la primera, donde en teoría rige la absoluta libertad de cultos y el estado no se declara judío, el ciudadano cristiano es uno más con todos los derechos de un judío y una única salvedad, la exención de realizar el servicio militar, obligatorio para los judíos. En la práctica, sin embargo, se producen dificultades que podemos clasificar en cuatro tipos.
El primero serían las relacionadas con la condición árabe de los cristianos de la zona: acceso a la educación, empleo, licencias de construcción, subvenciones... Algunas profesiones les están vedadas, y no ocupan altos cargos ni en el ejército ni en la administración.
El segundo, las que tienen que ver con las costumbres locales de un país mayoritariamente judío: así por ejemplo, que el día festivo nacional sea el sábado y no el domingo.
El tercero, las relacionadas con la complicada situación de orden público vigente en el país ya para cruzar el muro que separa Jerusalén oriental, ya para obtener los preceptivos permisos para visitar los santos lugares, ya para los desplazamientos desde las zonas palestinas.
El cuarto y último, las derivadas de su estricta condición de cristianos: se producen esporádicos (aunque escasos) ataques a cristianos por parte de grupos radicales judíos, así el perpetrado en 2006 contra la Basílica de la Anunciación de Nazaret.
Amén de ello y más allá del derecho de las comunidades cristianas a tener sus propias autoridades religiosas, persisten algunos problemas no resueltos de reconocimiento de la personalidad jurídica o estatuto fiscal de las diferentes iglesias, junto a otras dificultades de tipo, diríamos, político: a modo de ejemplo, el Patriarca ortodoxo Teófilo III tardó dos años en recibir el preceptivo plácet oficial por parte del Estado de Israel a su nombramiento en 2005.
En la zona palestina la situación es aún más complicada: el islam es la religión oficial, y la sharía o ley islámica, la fuente legislativa por antonomasia, y aunque los cristianos disponen de jurisdicciones propias para lo relacionado con sus derechos individuales y tienen escaños reservados en los consejos legislativos, a menudo son considerados como extraños, cuando no simpatizantes de Israel y de los Estados Unidos. En ocasiones, han de pagar impuestos especiales, reminiscencia de la famosa djitza coránica. Algunas profesiones, comerciantes de alcohol verbi gratia, registran problemas y hasta esporádicos ataques, que se producen también en los núcleos urbanos cristianos, como ocurrió en 2006 en la ciudad de Taibeh, atacada y muchas de sus casas quemadas en represalia a los amoríos sostenidos por un cristiano con una musulmana; o en 2007, cuando se produjo un atentado contra Samir Qumsieh, greco-ortodoxo fundador de El Mahed (La Natividad), único canal de televisión cristiano en Palestina, con sede en Belén.
En la franja de Gaza, gobernada como se sabe por Hamás, el grupo islamista radical y violento apoyado por Irán, la situación de los tres mil y pico cristianos de la zona es aún más difícil, registrándose severos problemas de orden público: así, en 2006, tras el discurso de Ratisbona del Papa Benedicto XVI, la iglesia fue asaltada, lo cual es aún más llamativo por no ser católica sino ortodoxa; en 2007, fueron asaltados y profanados la iglesia católica latina de Gaza y el colegio de las Hermanas del Rosario; y Rami Ayyad, propietario de la única librería cristiana de Gaza, fue secuestrado, torturado y asesinado.
Esta es, pues, la situación de la silenciosa y silenciada comunidad cristiana de Israel, una comunidad a la que, como se ve, también afecta la agitada situación de una región en la que parece no haber lugar para la paz, y ello aún a pesar de ser su capital Jerusalén, la Uru Shalom (ciudad de la paz) que llamara el rey David. ¡Qué poco imaginaba el añorado rey el convulso destino que esperaba a su emblemática ciudad!