Escuchar la Palabra en la Eucaristía es punto clave de nuestro vivir cristiano. Allí aprendemos lo que Dios ha realizado por su pueblo y lo que quiere realizar en nosotros y por nosotros. Es nueva experiencia en directo y no de oídas. Es el mismo Dios quien sigue hablando a su pueblo y Cristo nos habla en el Evangelio.
Las Palabras de la Escritura no palabras vulgares que podemos escuchar a nivel humana. Son Palabras que Dios nos envía. “Debemos escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo quien nos habla y no pensar en otras cosas o hablar de otras cosas… Las páginas de la Biblia cesan de ser un escrito para convertirse en palabra viva, pronunciada por Dios. Es Dios quien a través de la persona que lee, nos habla y nos interpela para que escuchemos con fe. El Espíritu ‘que habló por medio de los profetas’ y ha inspirado a los autores sagrados, hace que “para que la Palabra de Dios actúe realmente en los corazones lo que hace resonar en los oídos”.
Para escuchar con provecho: “Para escuchar la Palabra de Dios es necesario tener también el corazón abierto para recibir la Palabra… Es muy importante escuchar en silencio… Es una cuestión de vida, como recuerda la fuerte expresión: ‘No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’. En este sentido hablamos de la Liturgia de la palabra como de la ‘mesa’ que el señor dispone para para alimentar nuestra vida espiritual”.
Un elemento, que con frecuencia pasa desapercibido es el Salmo responsorial. Su contenido, en sí mismo, es magnífico. Es la respuesta a la primera lectura. “Deseo recordar también la importancia del Salmo responsorial, cuya función es favorecer la meditación de lo escuchado en la lectura que lo precede”.
A continuación, el Papa trata de un asunto significativo. Si la Palabra de Dios tiene esa importancia, nunca puede suplirse por ninguna palabra humana, por muy importante que parezca. La distancia entre ellas es infinita. “La proclamación litúrgica de las mismas lecturas, con cantos tomados de la sagrada Escritura, expresa y favorece la comunión eclesial, acompañando el camino de todos y de cada uno.se entiende, por tanto, por qué algunas elecciones subjetivas, como la omisión de las lecturas o su sustitución con textos no bíblicos, sean prohibidas. He escuchado que alguno, si hay una noticia, lee el periódico, porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de Dios es la Palabra de Dios! El periódico lo podemos leer después. Pero ahí s elle la Palabra de Dios. Es el señor que nos habla. Sustituir esa Palabra con otras cosas empobrece y compromete el diálogo entre Dios y su pueblo en oración”.
Para andar el camino cristiano con seguridad y confianza necesitamos la Palabra de Dios que nos ilumine. “Sabemos que la Palabra del Señor es una ayuda indispensable para no perdernos, como reconoce el salmista, que dirigiéndose al Señor, confiesa: ‘Para mis pies antorcha es tu palabra, luz en mi sendero’. ¿Cómo podremos afrontar nuestra peregrinación terrena, con sus cansancios y sus pruebas sin ser regularmente nutridos e iluminados por la palabra de Dios que resuena en la liturgia?”
La parábola del sembrador nos ilumina cómo debemos acogerla. “La palabra de Dios hace un camino dentro de nosotros. La escuchamos con los oídos y pasa al corazón; no permanece en los oídos, debe ir al corazón; y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Este es el recorrido que hace la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las manos”.