La Iglesia vive un periodo de Sinodalidad impulsada por el papa Francisco y los obispos que está consiguiendo una mejor sintonía con todos los fieles y su capacidad para llevar a cabo la nueva evangelización. En España, muchos grupos vienen reuniéndose llegando a conocerse mejor y comprenderse en la común tarea de santificar el mundo actual, el siglo XXI con sus luces y sus sombras. Conocerse, comprenderse y caminar juntos con renovada esperanza.

La pasada primavera, los obispos y fieles han concluido la fase diocesana del Sínodo con notable participación de personas, grupos e instituciones, que viene a ser una radiografía de la Iglesia en España[1]. Logros positivos, más apoyos mutuos, y diagnósticos sobre los problemas de nuestro tiempo, y también en nuestras comunidades. Pero además de diagnosticar hay que curar para hacer una evangelización más positiva y centrada en Jesucristo. Sigue siendo la hora de los laicos y la específica misión de las mujeres.  

Al terminar la fase diocesana, el Sínodo en España hace como tres llamadas entrelazadas: en primer lugar la sinodalidad en cuanto capacidad de acogida y escucha activa, acompañamiento y discernimiento. En segundo lugar, avanzar en la participación de los laicos en la evangelización, empezando por definir los campos más propios de su vocación en el mundo, como es el impulso a la pastoral familiar que está dando buenos resultados; la atención a los jóvenes presentando en Evangelio vivo con ilusión; y en tercer lugar superar el clericalismo, compartiendo responsabilidades, lo que también implica en ocasiones, vencer la pasividad y la falta de implicación de muchos fieles laicos en la edificación de la Iglesia. Todo partiendo del espíritu de conversión para no estancarse en la vida personal y en la pastoral.

Desarrollar las propuestas

Además de los resultados positivos hay problemas que debemos resolver. Hablando con un catedrático de universidad sobre el Sínodo y la sinodalidad, me decía que ha participado en algunas sesiones y ha salido a veces con la cabeza caliente y los pies fríos, como suele decirse, y con pocos objetivos prácticos.

Este profesor coincide con otras personas, mujeres y hombres, a los que he preguntado por el Sínodo. Varios me han dicho que disponen de poco tiempo para tener sesiones largas y a veces poco estimulantes.

Junto a esas líneas positivas también algunos destacaban la atención quizá excesiva sobre cuestiones bastante mediatizados. Porque si el gran problema de la Iglesia fuera el sacerdocio femenino, el celibato opcional, o la acogida a las personas con otros tipos de orientación sexual, entonces estaríamos reduciendo el Evangelio a problemas morales. No se trata -me dicen- de excluir a nadie porque el Evangelio es universal y también la Iglesia, pero sí de tener agenda propia no dirigida por intereses ajenos a la evangelización, como algunos medios que persisten en focalizar los abusos en ámbitos eclesiales.

En realidad la Iglesia se debe a Jesucristo que la ha fundado como camino universal de salvación sostenida en la historia por el Espíritu Santo. La Evangelización se lleva a cabo transmitiendo la fe y los medios de santificación, en comunión y unidad con la sagrada Jerarquía. El sacerdocio ministerial y el sacerdocio común se articulan perfectamente, sin confundirse ni suplantarse, para reconciliar el mundo con Dios, y así llega a ser para la sociedad como es el alma para el cuerpo, según la expresión secular.

Conozco varias parroquias que tienen un equipo de gestión en el que destacan las mujeres, para asuntos económicos, atención profesional de secretaría, organización de eventos ordinarios y extraordinarios, seguimiento y atención a familias heridas, impulso de Cáritas, gestión para la Comunión de enfermos, los coros, la pastoral de sacramentos, etcétera. Ninguna de estas mujeres cualificadas manifiesta el menor interés por ser diaconisa o presbítera, ni propietarias del grupo de lectores, monaguillos, asistentes de bodas, etcétera, y no se ven susceptibles cuando no se cuenta con ellas en cuestiones jerárquicas. Son y se sienten laicas a mucha honra, y conocen perfectamente el valor de su aportación a las personas y familias de la parroquia.

Muchos constatan que la Iglesia alemana ha transitado ya por esos caminos y no consigue buenos resultados. Es una Iglesia rica, una gran empresa de funcionarios, con poca libertad y sometida a fuertes grupos de presión,  y dividida entre sí y cada vez más distanciada de Roma. Las noticias que llegan de esa sinodalidad manifiestan el avance de una ruptura que además está vaciando los templos.

Las noticias recientes sobre la cuarta asamblea del Sínodo de la Iglesia en Alemania indican la progresiva separación del magisterio de la Iglesia, sobre temas capitales como es insistencia en la ordenación de mujeres, la aceptación de las prácticas homosexuales, la ideología de género, y la presión sobre los obispos por parte de grupos introducidos en las comisiones y consejos siguiendo métodos asamblearios que limitan la autoridad de los obispos y de la Conferencia Episcopal.

En realidad el Sínodo alemán viene sorprendiendo por su falta de sintonía con el Romano Pontífice, cuando no la desobediencia a las indicaciones como la nota del pasado mes de julio, que recordaba que el camino sinodal «no está facultado para obligar a los obispos y a los fieles a adoptar nuevas formas de gobierno».

Preocupa el peligro de un cisma mientras decrece el número de católicos, y liberalidad mal entendida en cuestiones morales que afectan al matrimonio y a la sexualidad, en contraste claro con las enseñanzas de la Iglesia sobre la moralidad de los actos humanos y sobre la doctrina social. Porque ni el liberalismo clásico ni el sistema político democrático se pueden aplicar directamente a la vida eclesial tal como Jesucristo la ha fundado.

Parece que allí interpretan la sinodalidad como una democratización imposible en la Iglesia que es jerárquica, estructurada en unidad que no es uniformidad, y asistida por el Espíritu Santo. Por eso los planteamientos y las decisiones cuentan con la gracia y no pueden estar sometidos a grupos de presión.

 Transformar la sociedad

No escucho solo a estas personas sino a otras varias con planteamientos distintos y también comprometidos en cambiar las cosas, siendo a la vez progresistas y conservadores, como lo es el Evangelio. Veo su interés por las personas y las instituciones, por transformar la sociedad sin mimetizarse con las modas ni seguir ideologías líquidas que buscan liquidar la Iglesia.

Esas mujeres no reivindican más cercanía al altar ni estar en las oficinas parroquiales, porque son madres o jóvenes activas que hacen equilibrios para conciliar un trabajo profesional más o menos relevante con la atención a la familia, la formación y la solidaridad, la vida activa y la vida contemplativa.

El impulso a la realidad sinodal está siendo una buena ocasión para reconocer de nuevo el papel de los laicos o gente corriente que son la inmensa mayoría de la Iglesia. Su vocación y misión no es una concesión de la Jerarquía para los hombres y mujeres de nuestro tiempo puesto que nace con el bautismo y se desarrolla con los sacramentos y otros medios de santificación.  En realidad, ningún eclesiástico o religioso puede sustituir a los laicos en la difusión del Evangelio de Jesucristo, tal como supieron hacer las primeras familias cristianas con gran coherencia y sacrificio. Y fueron capaces de cambiar el mundo pagano.

Solamente desde la vocación comprometida de los laicos bien formados se podrá avanzar en la transformación profunda de una sociedad poscristiana, con libertad y sin mayores tutelas eclesiásticas.  

Como ha señalado José Francisco Oceja parece que hay un metasínodo del sínodo sobre el sínodo, o del proceso sinodal diocesano a tres niveles de sinodalidad. El impulsado por el Papa Francisco, todo en escucha del Espíritu Santo de la verdad; el segundo sínodo no ajeno al primero de participación de seglares en grupos de edad media alta y muchas mujeres; y el Sínodo de los medios que parece focalizarse en el celibato opcional, el sacerdocio femenino y la fractura entre la Iglesia y la sociedad.

Con cierta ironía terminaba diciendo que algunos participantes en los grupos sinodales viven en un mundo mediático y mediatizado. Quizá tendríamos que leer más los Hechos de los apóstoles para enriquecer nuestra experiencia de fe, la escucha del Espíritu Santo, la fuerza evangelizadora y la esperanza de la santidad, aprendiendo a ser sal y luz.

 

Jesús Ortiz López

 

 

 

[1] En este camino compartido han participado en España 14.000 grupos sinodales que han implicado a más de 215.000 personas, en su mayor parte laicos, también consagrados, religiosos, sacerdotes y obispos. Se han involucrado las 70 diócesis, con 13.500 grupos parroquiales, numerosas congregaciones religiosas y 11 CONFER regionales, 215 monasterios de clausura, 20 Cáritas diocesanas, 37 movimientos y asociaciones laicales, 21 institutos seculares.