Pocos santos hay tan populares como San Roque; cuando llega el 16 de agosto un sinfín de pueblos de todas las provincias españolas celebran las fiestas patronales en honor de este santo tan entrañable. Y de modo especial este año que tanto tiene que ver con los tiempos de peste que vive San Roque. A él nos acogemos y pedimos su intercesión para que nos ayude con esta otra peste del virus que campa a sus anchas por todos los lugares del planeta. No hay procesión, pero no falta la misa para dar gracias y poner tantas intenciones ante él en el día de su fiesta. ¡San Roque bendito, ruega por nosotros!
Pero el 16 de agosto también celebramos a una Beata menos conocida, pero mucho más cercana en el tiempo, la Madre María Sagrario de San Luis Gonzaga, priora de las carmelitas descalzas de Madrid. El convento de Santa Ana es asaltado e incendiado, las monjas se salvan menos la priora, la Madre Sagrario. Después de pasar un infierno en la checa de Marqués de Riscal es llevada a la Pradera de San Isidro para desde allí volar al cielo en la madrugada del 15 de agosto de 1936.
Antes de ir a predicar la fiesta de San Roque en Alfaro, pueblo cercano a Calahorra, rezo el oficio de lectura y la segunda lectura la tomo del breviario propio de la Orden que trae textos de esta carmelita descalza. Al llegar el final me quedo parado: leo, callo y subrayo una frase: “Tenga siempre presente la mirada en nuestro amantísimo Jesús, preguntándole en lo íntimo de su corazón lo que quiere de usted, y no se lo niegue jamás, aunque tenga que hacer mucha violencia a su natural”.
Hay que pararse, leerlo dos veces y poner la mirada en Cristo, dejarse mirar por Él y decirle que sí, que adelante, que lo que quieras, que mi corazón está puesto en el tuyo y no puedo vivir nada mejor que esto. ¿Qué quieres de mí? Eso me preguntaba cuando tenía 16-17 años hasta que, sin conocer aún a la Beata María Sagrario, tengo esta misma experiencia y le digo ¡que sí, que me voy al seminario, que quiero ser cura, que quiero vivir feliz! Es un momento clave, importante y decisivo que todos tenemos que tomar en nuestra vida. Ponernos ante la mirada de Cristo y descubrir qué nos pide con esa mirada de amor que entra y se graba en nuestro corazón. Puede que nos cueste, que tengamos que forzarnos, pero lo que no se puede hacer es negarle nada a Cristo que nos lo ha dado todo ¡Todo! ¿Y si te pide seguirle en el camino de Pastor le vas a decir que no?
Si sucede eso hay que forzarse, como dice Madre Sagrario, “hacer mucha violencia al natural”. Esto me pasa cuando estoy en el seminario y la mirada de Cristo se hace más penetrante aún y me pide más, que dé un paso más profundo y que deje el seminario para ser carmelita descalzo. En la oración me dejo mirar por Él, pero le digo que no, que yo quiero ser cura de pueblo, que fraile no. Él me dice que al revés que tengo que ser fraile. Empieza un diálogo en lo íntimo del corazón, mirándole a Él y dejándome mirar por Él, en el que termina ganando Él para caer rendido a sus pies y decirle que ¡quiero ser carmelita descalzo!
Descubrir la vocación es algo muy especial, se está muy cerca de Dios; se llena uno de su presencia para decirle que le quieres, que aceptas su invitación y que comienzas a dar pasos. Todo esto es lo que llevo en la oración de la mañana después de leer ese texto de la Beata María Sagrario de San Luis Gonzaga. En esta oración tengo muy presente a Diego, un joven de Logroño, que acaba de terminar el bachiller y en vez de ir a estudiar una carrera civil como todos sus compañeros de clase, ha dicho que él se va al seminario. Y vuelvo a mis 18 años, cuando sucede lo mismo, mis amigos se van a distintas universidades y yo a la Facultad de Teología de Burgos como seminarista de Logroño. ¡Y Diego va a hacer lo mismo dentro de pocos días! ¡Justo 18 años después! ¡Ojalá otros jóvenes como Diego hicieran lo mismo! Los hay, pero lo que pasa es que a muchos les cuesta “hacer mucha violencia a su natural”. Es normal, pero ¡hay que decir sí! ¡Entonces todo cambia porque es Cristo quien te toma de la mano y te presenta personas que te acompañan hasta que llegas a celebrar tu primera misa! Después no deja de ponerte quien te haga más feliz el camino del sacerdocio ¡Y luego, una vez ordenado, te das cuenta que hay jóvenes que están llamados a ser sacerdotes y necesitan que alguien les diga: ¿quieres ser sacerdote?! ¡Es algo que te llena, te desborda y te lanza a seguir viviendo con fidelidad la consagración sacerdotal al ver que un joven de tu cercanía dice que quiere seguir al Señor y ser como tú, cura o fraile! ¡No se puede pedir más! ¡Bueno sí! ¡Qué no sea sólo uno sino varios!
Termina la oración, celebro la misa de 10 en el Carmen de Calahorra y voy a la misa de 12 a Alfaro. Rezo antes de celebrar la fiesta de San Roque; le digo al Señor que esta misa la ofrezco por alguna vocación, que mueva al menos un joven, que Diego tenga pronto más compañeros en el seminario. De vuelta a Calahorra en la oración de la tarde vuelvo sobre el tema, ahora de modo directo con la Beata María Sagrario, junto a una vela pongo una estampa con una reliquia suya de tela que tengo. Le hablo de Diego y de otros jóvenes que conozco, le digo que esas palabras suyas leídas esta mañana sirvan de invitación directa a quien dude si decirle sí a Dios. ¡Que no tengan miedo, que miren a Cristo, que se dejen mirar por Cristo, que le pregunten qué quiere de ellos y que no le nieguen lo que les pide, aunque tengan que hacerse mucha fuerza, pero que digan sí! ¡Sí, quiero ser sacerdote! ¡Sí, quiero ser carmelita descalzo!
Ahora queda esperar con gozo que la oración ofrecida suba al cielo, a la gloria; y allí, en lo más alto, el Padre decida a quien llamar, el Hijo ponga la mirada en ese joven y el Espíritu Santo mueva el interior de ese corazón, para que en compañía de la Reina del cielo y de los Santos, descubra la grandeza de un modo de vida, de una manera de ser feliz, de una vocación: ¡seguir a Jesucristo!, el Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas. De otro modo también lo hace la Madre Sagrario de San Luis Gonzaga cuando todavía no ha salido el Sol en el gran día en que se recuerda, se revive y se celebra el momento en que la Virgen María rodeada de los coros angélicos es llevada al cielo, hablamos del día de la Asunción.