No juzgamos intenciones, analizamos resultados

 Todo comenzó con la LOGSE: allí se inició la flexibilización del paso de curso con varias asignaturas pendientes. La escuela inclusiva, en sus iniciativas de equidad, quería empujar a los estudiantes más flojos hacia arriba promocionándolos en función del esfuerzo,  no tanto del mérito. En realidad, lo que primaba era evitar que la desigualdad dejase rezagados a los alumnos con más dificultades. La repetición era un estigma, nadie lo niega. Era desmotivadora. Con el acuerdo de muchos actores se generalizó la promoción automática de curso. Pero se corría el riesgo de que la apuesta saliera mal.

No establecemos una relación causa-efecto en absoluto, pero PISA mayoritariamente no avala globalmente la educación inclusiva que predomina en España.

 La promoción automática a qué intereses responde

 Desde estas líneas no creemos que la repetición sea la solución, aunque puede que en algún caso aislado pueda surtir efectos positivos. Desde luego en el plano de los números las administraciones están interesadas en presentar un alumnado que no deserta, que no abandona. Les da pánico el fracaso escolar. ¿Quizá solo piensan en las elecciones? La promoción automática para algunos casos, no muchos, puede ser muy bien intencionada pues compensa desigualdades, sobre todo de origen. Pero no es la solución universal pues al final se llega a la pillería, a las soluciones fáciles y luego todos se apuntan. Profesores, padres e hijos ven que el chico pasa de curso y cierran los ojos ante la densidad de problemas que se arrastran y que encima no se resuelven.

 La escuela educa hoy como puede. Los profesores podrían hacerlo mucho mejor: de hecho, la primera clave de una buena escuela es contar con un proyecto cargado de sentido más unos profesores bien formados. Pero la segunda clave está en la familia: es el gran acelerador o la gran traba. La cultura, los estudios de los padres, los recursos, el entorno social son fundamentales. Su ausencia se nota mucho. Desde el Informe Coleman de 1966 en los Estados Unidos se sabe que la familia es el aceite que todo lo engrasa porque valora la escuela y la complementa. La clave es la colaboración estrechísima entre la escuela (con proyecto), unida a la familia (culta, no he dicho pudiente pues los hijos de maestros son excelentes) en el marco de una comunidad significativa (cohesiva). Una verdadera alianza entre la escuela, la familia y la comunidad. No nos podemos extender: no es el tema, pero hay que educar a las familias y las comunidades para que le saquen partido a una escuela excelente reforzándola. Pero estas circunstancias no se dan hoy en España.

 Y, en cualquier caso, avanzar sin los conocimientos imprescindibles para progresar en la vida es pan para hoy y hambre para mañana.

 La escuela utópica y la vida real

 La vida, el mercado laboral, la productividad que exigen muchas empresas no van a entender que los estudiantes lleguen sin conocimientos debido a sus desigualdades. No encontrarán empleo. El empleador no sabe si hay distintos tipos de aprendizaje, distintos ritmos. Pero siempre dará empleo al que cuenta con un mejor ritmo. Y no les van a dar más tiempo para ponerse al día a aquellos empleados que no cumplen en las primeras semanas. La utopía de la escuela inclusiva cree que no segrega y cree que nadie queda fuera. Pero la vida sí segrega.

 No está mal que el colegio dé una segunda oportunidad, el problema es cuando todos quieren la segunda oportunidad, cuando todos quieren adaptaciones curriculares, planes individualizados pues lo han visto en sus compañeros y no quieren ser menos ni ellos ni sus padres. La excepción -creemos que debe ser contemplada en algún caso- se convierte en regla y muchos alumnos se “columpian”.

Nos encantaría no tener que decirlo, e, inocentemente, creer en las buenas intenciones de los estudiantes, pero la LOMLOE se lo pone en bandeja a los más pícaros. Para esta ley educativa la repetición de curso -en primaria y secundaria tal como lo señala en su texto- ha de ser una “medida excepcional”. Y además creo que el equipo docente es consciente de que esta repetición puede dejar cojo al estudiante, aunque, a la sazón y bienintencionadamente, se valorarán más las competencias, las emociones y el esfuerzo que el conocimiento, que las mismas asignaturas aprobadas o suspendidas. El claustro cree que es la oportunidad para resolver fácilmente un tema complicado. Pero eso no es educar a tenor de lo que sutilmente considera un estudio de la OCDE.

 Exigencia amable

 Creemos en preparar a los alumnos con exigencia amable y con un buen profesorado bien preparado y bien elegido. Y creemos no tanto en los planes individualizados, que desde luego no se deben rechazar universalmente, sino en una docencia excelente en un clima de respeto a maestros y profesores como una de las primeras piedras de toque.  No hablaremos de la escuela Michaela (alumnos en la foto), pero allí los alumnos, en un ritmo de aprendizaje exigente, admiran a los maestros porque saben que les están enseñando de la mejor forma posible para un futuro mejor siendo como son casi todos alumnos no-blancos procedentes de la inmigración en la primera, segunda o tercera generación.  Los informes de la excelencia académica de Michaela los consigna la agencia evaluadora nacional de Gran Bretaña Ofsted (Office for Standards in Education, Children's Services and Skills).

 Si a los estudiantes desfavorecidos que llegan a la escuela Michaela en Gran Bretaña los situamos en España -juguemos con esta hipótesis inverosímil-  tras sus estudios habrían seguido en el circulo vicioso de la pobreza.

 Cada vez parece más evidente, se ha dicho hasta la extenuación, que la escuela inclusiva de la promoción automática de curso perjudica a los más desfavorecidos. Los hijos de familias pudientes, económicamente y educativamente, de una forma u otra saldrán hacia delante gracias a su elevado clima cultural.

 No creemos en el éxito acorto plazo sino en unas familias, educadas, que apoyan a la escuela sin fisuras, que no la discuten. Recuerden que no es preciso que sean ricas. Familias que creen en sus hijos, con altas expectativas, y que creen en la escuela. Con altas expectativas también para el maestro que es un tema poco contemplado.  El maestro no es un muñeco, es el actor principal de la tarea de educar. Y también sabemos que la promoción automática desincentiva el esfuerzo -también de los profesores- cuando a uno mismo llevan “promocionándole” curso tras curso desde primaria.

 Superficialidad en los análisis de la calidad de la educación

 A veces me da la sensación de que todo se soluciona, ciegamente, con la máquina de expedir títulos -que me recuerda a la maquina de la casa de la moneda que acuña billetes alegremente.  Entonces, cuando has promocionado estudiantes a pasar de curso en exceso sin analizar los factores, los actores, las pedagogías, el valor de las pruebas externas, etc., te encuentras con la inflación, a veces galopante, de jóvenes que no saben nada, que no valen para hacer nada. Jóvenes incompetentes no solo en el mercado laboral sino también incompetentes en el plano cívico, en la sociedad civil, y en el sostén de la democracia. Jóvenes devaluados, que, quizá, podrían haber estudiado la mejor formación profesional desde los 12 años. Y quizá los problemas no se habrían enquistado.

 Pero a esas vías diferenciadas la escuela inclusiva las tilda de segregación. Para la escuela progresista lo mejor es andar todos juntos en la misma escuela atendiendo una diversidad mayúscula que agota al profesorado porque carece de medios y porque los pedagogos de laboratorio del ministerio de turno creen que la educación especial es segregadora. 

 No podemos dejarnos acorralar por la ideología: la escuela inclusiva

 La bienintencionada escuela inclusiva postula, sin alternativas, lo siguiente: barnicemos superficialmente las cabezas de los estudiantes con pocos conocimientos y muchas competencias y sobre todo evitemos aquello que nos pone radicalmente delante de los problemas: la repetición de curso. Defendamos la equidad a toda costa (equidad que nunca consiste en elevar el nivel de todos los alumnos) y procedamos a bajar los mínimos para que todos puedan superarlos. La escuela inclusiva acaba no enseñando bien ni a los mejores, ni a los medianos, ni a los que tienen dificultades (mucho aprendizaje lúdico y pedagogías activas no son lo mismo que saberes y conocimiento) y cuando se encuentra con los fracasos concretos en vez de aceptar que no enseñan nada articulan estrategias de adaptación. Estrategias que enmascaran el fracaso con tecnologías varias (¡más pantallas aún en la vida de los estudiantes!), educación emocional y planes diferenciados para los estudiantes que se augura que nunca obtendrán el pase al siguiente curso en condiciones normales. Los docentes se pierden en la burocracia de los informes y encima padecen indisciplina en el aula pues el sistema hace aguas, no interesa, no exige, solo entretiene. Y los estudiantes lo saben: pasarán sin aprender.

 Qué hacer: recuperar la exigencia académica desde la mejor docencia

 No se trata de adaptarse al ritmo de cada niño de un modo servil sino de acercar a cada niño a su mejor versión. Lo primero son los grandes profesores. Y si al concreto estudiante le cuesta por su origen, estatus familiar, barrio, renta, etc., la solución no pasa por un plan de adaptaciones reductoras. Pasa por una estrecha relación con la familia con la que se pacta un plan de repaso aditivo -que no resta- que se puede desarrollar después de clase o en casa. O como los americanos en el Summer Camp de refuerzo académico (campamento de verano). O con soluciones imaginativas, también en Estados Unidos, a partir de las más exitosas Charter School que progresan con fondos públicos -y a menudo lejos del currículum inclusivo- y de este modo levantan a los estudiantes de los estratos más desfavorecidos de la sociedad.

 En estos casos mencionados los profesores evalúan a cada estudiante no para rebajar sino para alzar las expectativas y conocimientos evitando cualquier autoindulgencia del propio niño y de la propia familia llenos ambos quizá de holgazanería. ¿Es posible?

 El caso de la escuela en Singapur

 El sistema educativo en Singapur -puntúa muy bien en PISA- promueve una cultura de resiliencia y mentalidad de crecimiento entre los estudiantes, incentivando el esfuerzo y la perseverancia. En lugar de aplicar “rebajas” en los requisitos, Singapur fomenta una cultura en la que los estudiantes aprenden a enfrentar y superar los desafíos académicos con el apoyo adecuado. Un apoyo que parte de la constante evaluación y el mejor análisis de los maestros. Maestros por otro lado respetadísimos (la autoridad del maestro converge con el éxito escolar). Estaríamos hablando de trabajo adicional sobre todo en campos tan instrumentales como la lengua y las matemáticas. Es una cultura del esfuerzo en oposición a una cultura de las rebajas.

 Además, Singapur aplica un sistema de diferenciación de vías académicas a partir de secundaria. Después de la escuela primaria, hacia los 12 años, los estudiantes son ubicados en diferentes trayectorias educativas según su rendimiento académico, habilidades y potencial. Esto permite que cada estudiante progrese allí donde se siente a gusto y en un entorno que se adapte mejor a sus capacidades y necesidades. Nadie ralentiza o acelera el progreso académico de nadie en el aula y de ese modo se va dibujando una salida más profesional o más universitaria. Y la equidad consiste en apoyar cada vía como igualmente legítima sin considerar que la vía profesional es menos valiosa que la universitaria. Eso sí es aceptar la diversidad y no imponer un igualitarismo descarnado e irreal.

 La única pega de Singapur es la de si es posible transferir este modelo a nuestras tierras sin someter a los alumnos a un estrés nada deseable. Aplicar Singapur, si es que eso es posible, exige contar con mucho sentido de la proporción. Son ideas.

 Respetar el ritmo de cada estudiante

 Estamos de acuerdo en la educación personalizada, en atender a las necesidades concretas de cada estudiante, pero no para aceptarlas en sus déficits sino para extraer un reto y un desafío de cada una de ellas. En cambio sí se trata de descubrir cuál es el ritmo que este estudiante podría desplegar en secundaria, como hacen en Singapur, pues sería una forma de arrostrar los problemas. Los ritmos en Singapur se denominan: Express, Normal (Académico) y Normal (Técnico).

 Para respetar el ritmo de cada estudiante hay que evaluarlo concienzudamente y saber qué puede hacer. Entonces, en esas vías de secundaria, se puede atender el ritmo de cada estudiante para acercarlos a su excelencia en cada campo.

 Estos proyectos siempre exigen un ambiente de clase positivo. Exige una convergencia de objetivos entre profesores y familias muy aunado, propositivo y lleno de expectativas. No un ambiente de mínimos, quejoso o desdibujado y de desconfianza mutua. El fin está ahí. Currículums claros no ambiguos. Libros texto asequibles y llenos de conocimientos. La clave es la trasmisión de conocimientos y el amor por el saber, también por supuesto el saber técnico.