En el evangelio de Lucas de este domingo, Nuestro Señor Jesucristo precisa el sentido de la llamada a la perfección: Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso.
Quien vive según la carne -afirma San Juan Pablo II en el número dieciocho de la Veritatis Splendor- siente la ley de Dios como un peso, más aún, como una negación o, de cualquier modo, como una restricción de la propia libertad. En cambio, quien está movido por el amor y vive según el Espíritu (Ga 5,16), y desea servir a los demás, encuentra en la ley de Dios el camino fundamental y necesario para practicar el amor libremente elegido y vivido. Más aún, siente la urgencia interior de no detenerse ante las exigencias mínimas de la ley, sino de vivirlas en su plenitud. Es un camino todavía incierto y frágil mientras estemos en la tierra, pero que la gracia hace posible al darnos la plena libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8,21) y, consiguientemente, la capacidad de poder responder en la vida moral a la sublime vocación de ser hijos en el Hijo…
¿Qué tenemos que hacer, pues, con los versículos del capítulo seis del evangelio de San Lucas? ¿Arrancar la página porque nos incomoda? ¿O debemos predicar del versículo del Aleluya porque es menos ofensivo y más políticamente correcto?
Cristo nos dice hoy: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Amar, hacer el bien, bendecir, orar… ¿Pensáis que no cuesta predicar sobre esto? ¿Pensáis que acaso si no es desde la unión con Cristo se puede vivir este evangelio?
No se puede invocar la paz y despreciar la vida. Ninguna causa, ninguna ideología, ninguna estrategia justifican el asesinato, la violencia, el aborto...
Dice San Agustín: Los tiempos no son malos; vosotros sois los tiempos. Si vosotros cambiáis, cambian los tiempos. Y, por eso, es necesario volver a escuchar el ejemplo que la Sagrada Liturgia nos propone en la primera lectura: cuando alguien tiene la razón, no necesita asesinar, sino que, como David, sube a la montaña y muestra sus argumentos. Si no puede mostrarlos es porque no tiene razón; y si no tiene la razón es entonces cuando asesina.
Y para todos, la aclaración de lo que la oración colecta nos dice en este día: Concédenos, Dios todopoderoso, que, meditando siempre las realidades espirituales, cumplamos de palabra y de obra, lo que a Ti te complace. No lo que nos complace a cada uno. ¡Lo que a Jesucristo le complace!
Nos enseña Santa Teresa de Calcuta, con extrema sencillez y claridad: Haced el bien y prestad sin esperar nada (Lc 6,35).
«Es posible que en tu casa o en la casa de al lado de la tuya, viva un ciego que se alegraría que le hicieras una visita para leerle el periódico. Puede ser que haya una familia que esté necesitada de alguna cosa sin importancia a tus ojos, alguna cosa tan simple como el hecho de cuidar de su hijo durante media hora. Hay muchísimas cosas que son tan pequeñas que mucha gente no se da cuenta de ellas. No creas que hace falta ser simple de espíritu para ocuparse de la cocina. No pienses nunca que sentarse, levantarse, ir y venir, que todo lo que haces no es importante a los ojos de Dios.
Dios no va a pedirte cuántos libros has leído, ni cuántos milagros has hecho. Te preguntará si lo has hecho lo mejor que has podido, por amor a él. ¿Puedes, sinceramente, decir: He hecho todo lo que he podido? Aunque lo más y mejor acabe siendo un fracaso, debe ser nuestro más y mejor. Si realmente estás enamorado de Cristo, por modesto que sea tu trabajo, lo harás lo mejor que puedas, con todo el corazón. Es tu trabajo quien dará testimonio de tu amor. Puedes agotarte en el trabajo, e incluso puedes matarte, pero en tanto que no está impregnado de amor, es inútil».
PINCELADA MARTIRIAL
Así cuentan los Hermanos de La Salle el origen de la vocación de Juan Lucas Manzanares. Hablando con una vecina, la madre de Juan Lucas le decía:
Estoy preocupada por el porvenir de mis pequeños.
¿Por qué no los mandas a Griñón, al Noviciado de los Hermanos? le replicó su vecina.
-Mi hijo está allí contento y estoy segura de que los tuyos harán lo mismo y llegarán a ser religiosos útiles a la iglesia y a la Patria.
Con catorce años cumplidos, Juan Lucas desde Lorca (Murcia) llegaba a Griñón con un armonioso conjunto de cualidades naturales: candor, alegría, generosidad, franqueza; eran más que suficientes para granjearle plena simpatía. Sacó gran provecho de sus estudios en los diez y ocho meses de su Noviciado Menor. Asimiló tan bien los procedimientos de la enseñanza lasaliana, que los aplicó con éxito desde el principio de su apostolado entre los niños.
El 2 de febrero de 1930 se convertía en el Hno. Braulio Carlos y se entregaba a la gracia de su período de probación con perfecta docilidad. Uno de sus con-novicios dice de él: No creo que sufriese nunca crisis de la tristeza o del desaliento; su rostro reflejaba siempre el bello azul del cielo de Murcia. Tampoco sé si le costó la obediencia, pues siempre le he visto alegremente sumiso en todo y a todos.
Llevaba tres meses en el Escolasticado, cuando el prólogo de la horrible hecatombe que se preparaba, interrumpió sus estudios bruscamente. Al resplandor de los incendios de conventos e iglesias en Madrid, el 11 de Mayo de 1931, se comprendió el peligro que corría la casa de Griñón. Se avisó a los preocupados padres de la libertad que tenían de retirar a sus hijos.
El Hno. Braulio Carlos volvió a su casa, junto con su hermano, bien resuelto a vivir, con los Hermanos de Lorca, la vida de Comunidad de Griñón. Pero no pudo ser. Su madre no podía afrontar los gastos de los trabajos del campo, ante las desmesuradas exigencias de los obreros agrícolas, exaltados por la propaganda socialista. Tuvo que acudir al apoyo de sus dos hijos. Y durante siete meses se dedicaron a los trabajos agrícolas, permaneciendo en lo posible fieles a sus prácticas religiosas.
El 7 de Enero de 1933, el Hno. Braulio Carlos y su hermano volvían a Griñón para continuar su preparación pedagógica. A mediados de noviembre iniciaban su apostolado. A él le correspondió ir a Puente de Vallecas, en la proximidad de Madrid. El Hermano Braulio Carlos adquirió pronto notable maestría profesional por el uso constante de los métodos lasalianos.
Sus tres años de permanencia en Vallecas revelaron en el joven Hermano un hombre totalmente entregado a su vocación, a su Instituto, a sus alumnos y al exacto cumplimiento de sus deberes, atestigua el Hno. Director. Y añadía: Era verdadero religioso y educador.
Con ocasión de la sublevación de julio de 1936, el Hno. Braulio Carlos se refugió en el Asilo del Sagrado Corazón, que los comunistas no tardaron en convertir en hospital. Su actitud y buen humor le permitieron no suscitar ninguna sospecha en un principio. Durante siete meses fue considerado como empleado del servicio de los enfermos.
Pero llegó un día en que el administrador, Jesús Bea Soto, le denunció como asiduamente relacionado con los antiguos religiosos de la casa. Y el 13 de febrero fue conducido por dos policías, con “aire preocupado y cabeza baja”, a la calle Juan Bravo Murillo, según un testigo ocular, Laureano Lorenzo, empleado en el mismo establecimiento.
Según varias declaraciones concordantes, el Hermano Braulio Carlos fue llevado, el 23 de febrero de 1937, a la Cheka del “Pacífico” y probablemente fusilado allí mismo y enterrado también allí, en el sótano, con otros cadáveres.