El mundo se alegró cuando el astronauta norteamericano Neil Armstrong pisó la luna, un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad, se dijo entonces. Con razón, porque esa hazaña ha probado lo alto que puede llegar el ser humano cuando pone cabeza y corazón en una tarea. Un trabajo de equipo y un proyecto ilusionante para la sociedad norteamericana.
Por contraste, estos días el mundo ha dado un paso hacia atrás cuando la Asamblea francesa ha aprobado una reforma constitucional para garantizar, en determinadas condiciones, la libertad de reclamar la interrupción voluntaria del embarazo. Bonitas palabras suficientes para blindar el aborto frente a futuras leyes que pudieran limitarlo. Y no se puede olvidar el carácter pedagógico que tienen las leyes que edifican sobre la justicia, pero también desedifican cuando se piensa que lo legal es moral.
Regresión legislativa
En Francia crecieron los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, si bien es verdad que con ríos de sangre causados por la Revolución, y una Ilustración que cortó el pensamiento libre y su expresión por lo sano gracias al invento del doctor Guillotin.
El aplauso de la Asamblea de Francia parece un triunfo humano cuando en realidad es un fracaso de los poderosos que no quieren ocuparse de los débiles. Hemos visto muchas veces cómo se manipulan las grandes palabras, libertad, igualdad, fraternidad, derechos, de modo que ciegan la conciencia de muchos como conejillos deslumbrados por los faros de un coche y acaban en la cuneta.
Una sociedad democrática no puede estar orgullosa de suprimir vidas humanas y sobre todo la de los más indefensos. Por mucho humo que expandan desde una asamblea política la realidad es que se abre licencia para matar. Ya se hacía con más de 200 mil abortos al año en el país vecino, pero ahora se establece como un derecho y voluntad de permanencia por mucho tiempo.
En España caminamos en la misma dirección de nuestros vecinos hacia el aborto como un derecho constitucional, a pesar de la oposición de muchos que trabajamos día tras día por la vida, también en la manifestación reciente del Día del Sí a la vida. Una muestra de que muchos sabemos qué significado positivo tiene el mandamiento del No matarás.
El cuidado de la vida es indivisible en todas sus etapas y para todas las personas. Como tantas veces se ha manifestado, es incoherente defender a ciertos animales, el sostenimiento de los bosques y el equilibrio ecológico, mientras se acepta el aborto y la eutanasia. Da la impresión de que imitamos a los tres monitos que no quieren ver, no quieren oír, no quieren hablar.
No acostumbrase a la cultura de muerte
La realidad del aborto y la eutanasia son atentados diarios contra la vida, aunque los envolvamos en conceptos abstractos como el tan manido de «interrupción voluntaria del embarazo». Hay un salto mortal en la sociedad desde que se presentaron en la opinión pública casos penosos de mujeres que morían por «abortar en malas condiciones y otras que iban a la cárcel» hasta hoy al establecer el aborto como un derecho constitucional. Como tantas veces, muchos creadores de opinión mueven los sentimientos para ofuscar la inteligencia y seguir avanzando en la cultura de la muerte, que marca el declive de Occidente. Luego se despenalizan unos supuestos, a la vez que cierto feminismo hace bandera de ese derecho que se introduce en la legislación. Al final llegamos hasta la Asamblea de Francia que establece el aborto como un derecho constitucional.
El crecimiento en nuestro mundo supuestamente civilizado de la eutanasia como una solución para el envejecimiento de la población, presentándola como un ejercicio de libertad y un derecho, va hundiendo la conciencia moral de los jóvenes, que ya no sabrán distinguir entre el bien y el mal. Pues parece que estamos a un paso del establecimiento de la eutanasia como un derecho constitucional.
Trabajamos por la vida
No son pocos los que trabajan por la paz en la política, la economía, el derecho, la sanidad, y asociaciones varias, en las que colaboran hombres y mujeres, jóvenes y mayores, los que vemos la transmisión de los valores humanos en defensa de la vida, del matrimonio, de la libertad en un ejercicio palpable de generosidad y de la solidaridad. Todos somos llamados en conciencia a renovar la sociedad, a defender la convivencia pacífica en el respeto de los derechos de todos, y a esforzarnos con esperanza para el progreso real en humanidad.
Crece también la oposición a esta cultura de muerte por parte de juristas, políticos, médicos, escritores, y artistas que siguen proclamando bien alto y con perseverancia que la vida es el mayor bien, la base de toda civilización digna de este nombre y siempre un don de Dios. Si muchos se empeñan en destruir el tejido social excitando la mentira y el egoísmo, otros muchos seguiremos proclamando el valor supremo de la vida humana.
Los obispos de Francia han clamado contra este atentado legal a la vida: «a medida que salen a la luz las numerosas formas de violencia contra las mujeres y los niños, habría sido un honor para la constitución de nuestro país poner en su centro la protección de las mujeres y los niños». No ha sido así, pero nadie dijo que las batallas en defensa de la vida, del bien, de la verdad sean fáciles, en un mundo donde la ciencia y el Derecho estén al servicio de la dignidad de la persona humana y de la fraternidad. Y seguirán levantándose monumentos en recuerdo de los no nacidos y de tantos que defendieron la vida y libertad.