Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 25
Según un informe del ministerio correspondiente, publicado hace unos días en la prensa nacional, en España hoy existen más cerdos que número de habitantes. Exactamente, en el registro de los gorrinos, se cuenta con la presencia de más de 50 millones de ejemplares. En el censo de personas somos cuarenta y seis millones y medio de vecinos.
Cierto día, lo narra San Marcos en su capítulo 5, Jesús caminaba por la región de los gerasenos, lindera con la orilla del lago de Genesaret, y un hombre completamente endemoniado le salió al encuentro pidiendo que le quitara la legión de demonios que poseía, que lo tenían al borde de la locura. El texto dice: “Como en un cerro cerca de allí había muchos cerdos comiendo, los espíritus le suplicaban: ¡Mándanos a esos cerdos y déjanos entrar en ellos! Jesús les permitió hacerlo, y los espíritus malignos salieron del hombre y entraron en los cerdos, que eran como dos mil. Los cerdos corrieron pendiente abajo por el barranco, cayeron en el lago y se ahogaron.”
Según los ecologistas españoles el alto número de cerdos en nuestra tierra no está siendo positivo para el medio ambiente, por sus purines que infectan las aguas, por sus emisiones de gases de efecto invernadero, y el alto consumo de agua que gastan.
A cambio, la industria ganadera del sector porcino produjo más de cuatro millones de toneladas de productos derivados del cerdo y generó seis mil millones de euros tan sólo en 2017. Además del consumo de 21 kilos de carne gorrina que cada español engulló ese mismo año por su boca embutida en los riquísimos modos de venta, sobre todo el jamón.
Jugando con la metáfora del alto número de cerdos en España, comparto la opinión ecologista que sobran bastantes de ellos, porque contaminan el aire, el agua, las instituciones, las relaciones sociales y el bien común. Sería necesario hacer como Jesús en el pasaje citado que permitió que los demonios se metieran en el cuerpo de unos dos mil cerdos, que terminaron ahogados en el lago de Galilea.
Esta profilaxis, siguiendo con la metáfora, nos libraría de un montón de paniguados vengativos que hieden como los cerdos, comen como los mismos, sueltan sus excrementos, frivolizan sus apareamientos y no pueden ser sacrificados para embutidos, ya que son seres humanos.
La verdad es que en la aldea, permaneciendo con la metáfora, donde habitan los cerdos no hay quien aguante, a pesar de las máscaras que los trabajadores portan en sus bocas y narices, el pestilente olor se cuela por todas las rendijas de las moradas, incluida la vivienda del jefe de los cerdos, quien acepta solamente aplausos de orejas y alegrías con el rabo de sus súbditos.
Dejando el lenguaje metafórico, la verdad es que España tendrá ahora más cerdos que nunca, pero la industria cárnica del animal que tiene buenos hasta los andares está generando puestos de trabajo honrados, mientras que los “animales” son una carga inmoral para los vecinos del paisaje y el paisanaje del entorno europeo donde vivimos.
Tomás de la Torre Lendínez