La noticia contiene todos los aditamentos para estar comentándola durante años: se trata de un senador republicano, Roy Ashburn, por lo demás casado, divorciado y con cuatro hijos, al que el diario El País llama por su comportamiento político el azote de los gay y que, finalmente, ha tenido que reconocer su condición homosexual al ser detenido por conducir borracho tras abandonar un bar de homosexuales. Ashburn ha intentado justificar su volátil posición sobre la base de la separación de su vida pública y su vida privada, declarando que él representaba los intereses de sus electores y no los de sus tendencias sexuales.
La incoherencia del senador parece abarcar todos los campos imaginables, haciendo bueno el adagio aquel según el cual, si no vives como piensas, acabarás pensando como vives, aunque en el caso del senador Ashburn, a uno se le hace difícil aprehender dónde empieza su forma de vivir, dónde su forma de pensar, y dónde se produce el desajuste.
La incoherencia del senador parece abarcar todos los campos imaginables, haciendo bueno el adagio aquel según el cual, si no vives como piensas, acabarás pensando como vives, aunque en el caso del senador Ashburn, a uno se le hace difícil aprehender dónde empieza su forma de vivir, dónde su forma de pensar, y dónde se produce el desajuste.
Entre los hechos que convierten al senador Ashburn en azote de los gay al decir del diario El País, está el haber votado en 2005 contra la ley que habría permitido casarse entre sí a los homosexuales de California. Ignoro si eso es todo lo que ha hecho el senador para merecer tan flamígera titulación como la que le otorga El País, o hay más. Pero por lo que se refiere al solo hecho de votar contra una ley de matrimonio entre homosexuales, y por muy homosexual que el senador sea, no me parece que haya en ello nada ni de incoherente ni de reprochable. Con la misma lógica con la que un heterosexual puede estar a favor del matrimonio de homosexuales y a nadie llama la atención, la condición de homosexual no obliga a nadie a estar a favor del mismo. De idéntica manera que su condición femenina no obliga a ninguna mujer a estar por el aborto o por las leyes de paridad.
Manera tal de presentar el pensamiento, estrechamente relacionada con la concepción marxista de la lucha de clases en la que la pertenencia a una clase debería determinar la total ideología de una persona, es torticera y engañosa. En el caso que nos ocupa, se puede ser homosexual, ejercer de homosexual, vivir como el más licencioso y reconocido de los homosexuales, y aún así, creer que el matrimonio es cosa de un hombre y una mujer, y no de homosexuales o de heterosexuales, posición en la que, de hecho, militan, según me consta, muchos reconocidos homosexuales.
Desde tal punto de vista, y siempre sobre la base de que el pronunciamiento en dicha votación fuera la única ocasión en la que el Sr. Ashburn hubiera expuesto su supuesta homofobia, me parece que el título que le otorga el diario El País es amarillista e injustificado y, por el contrario, me parece que el senador republicano bien podría hacer suyas las palabras del Sr. Sarkozy cuando en la campaña electoral de 2007 que le acabó llevando a la presidencia francesa pronunció aquello tan certero de “no acepto que se me tilde de homófobo porque haya rechazado la adopción por parejas de homosexuales”.
Todo lo cual no obsta para que la vida desenfrenada y licenciosa que parece llevar el senador –bares, borracheras, irresponsabilidad al volante-, no le convierta en el modelo de lo que justamente no debería ser un político. Es, una vez más, el viejo debate sobre si los que mandan deben ser como aquéllos sobre los que mandan, o los mejores entre ellos. Personalmente, creo legítimo aspirar a lo segundo.